La apasionante historia de Blanca Luz Brum, la poeta uruguaya que sedujo a las mentes más brillantes de América Latina
El Amor Secreto de Perón
Cautivó al caudillo justicialista. Su intercambio epistolar es un enigma guardado bajo siete llaves.
Su pelea con Evita. David Alfaro Siqueiros cayó rendido ante su belleza, igual que Natalio Botana y González Tuñón. Como paso de la militancia comunista clandestina a la defensa abierta del general Pinochet en el ocaso de su vida.
Camina por el pasillo del presidio mirando el piso, un pañuelo le cubre el pelo negrísimo y los anteojos oscuros la protegen del sol esa mañana de enero calurosa en Santiago de Chile: sin las siete y media, recién comienza el día. Casi no habla mientras su compañera no para de contarle la fiesta de anoche, se arregla el peinado, ríe y gesticula, hace un pasito de baile, expulsa el humo del cigarrillo. Ella asiente, permanece en silencio, cabizbaja. Hasta que llegan a la caseta de la guardia: los carabineros presienten el día caluroso, saludan con una sonrisa. Su compañera les responde con otra y dice: “Buen día- en el pasillo ha dejado caer el cigarrillo que fumaba, ahora exhibe otro entre sus dedos-. ¿Tienen fuego?”. Ella solo mueve la cabeza. Cinco días de coqueteos pasaron, los carabineros se pelean por encenderle el cigarrillo que la mujer sostiene entre los labios rojísimos. Guiña a su amiga y le dice: “Ve tú a visitar a Guillermo, yo me quedo un rato más con los muchachos”. Le abren las rejas. El guardia la acompaña hasta la celda, veloz. La deja pasar y regresa a conversar con la mujer que firma.
Dentro de la celda se encuentro Guillermo Patricio Kelly, que la espera.
-Buenos días, Blanca -saluda-, apurémonos.
Kelly, preso en la Argentina, preso en Chile, es uno de los más conocidos militantes peronistas. Nacionalista a ultranza, culto, provocador, autor de los más estridentes actos de la Resistencia; Kelly nunca pierde el control de si m ismo no de los que lo rodean. Acaba de comenzar 1958 y permanece en su celda, esperando la extradición que solicitaron las autoridades argentinas, luego de que se le niegue el asilo político. Kelly decide fugarse. Durante treinta días seguidos, Blanca Luz Brum- que desde que conoció a Juan Domingo Perón se convirtió en una fervorosa seguidora del líder y del movimiento- lo visita puntualmente a las siete y media. Se queda una hora en la celda. A las ocho y cuarenta y cinco se va. Los carabineros se acostumbran a esa presencia cotidiana. Durante los últimos días llega acompañada por una amiga coqueta, desenfadada. Después de saludos y sonrisas, la nueva visitante se queda con los guardianes. Blanca entra en la celda.
Se quita el vestido, maquilla al presidiario, le pasa sus medias, se ata el pelo, le recuerda a Kelly, en susurros, que debe caminar con elegancia. Nota imperfecciones en el maquillaje, la vuelve poner una base gruesa. Blanca se sienta en el fondo oscuro de la celda. Kelly, travestido, baja la cabeza. Comienza a andar. Los carabineros siguen concertando una cita nocturna con la mujer coqueta, ríen. Kelly los saluda con elegancia femenina y sale de la prisión. Se sube a un auto. Minutos después, Blanca sale por otra puerta. Horas después es arrestada en su elegante casa de Las Condes. Es cómplice de la fuga más histórica de la historia chilena.
Varios días después, Kelly la visita en prisión para agradecerle el favor disfrazado de cura. Nadie se da cuenta de las sonrisas cómplices que se brindan mutuamente. El escape de la prisión, ocurrido en la mitad de la vida de Blanca, marca también el punto de equilibrio entre las oscilaciones que recorre su biografía, una cronología de la pasión y la desmesura.
Blanca Luz Brum nació en la campiña uruguaya en 1905, prematuro el siglo que ella acompaño como un símbolo. A los 16 años se casó con el poeta peruano Juan Parra del Riego luego de una relación que hubiera sido recomendada por el romanticismo: Parra estaba enfermo de tuberculosis. “Otros se casan para vivir, nosotros nos casamos para morir”, solía decir el poeta. Y así fue. Cuatro años después, y luego de que la pareja tuviera un hijo, Parra fallecía por la enfermedad. Blanca, que también escribía versos, partió al Perú para que su hijo conociera a la familia de su padre.
Por las noches, la casa de los Mariátegui se convierte en un centro social muy concurrido, en un hervidero de ideas regadas por el café y el alcohol. Amauta, la revista que dirige José Varlos Mariátegui, reúne a la vanguardia política y literaria limeña. La poeta uruguaya es invitada a una de las bohemias reuniones y seduce a la intelligentzia peruana con su belleza e ingenio. Conoce a Mariátegui, se declara socialista, comienza a escribir en Amauta y edita su propia publicación, Guerrilla, atalaya de la revolución, donde se propicia la poesía rupturista y ligada a la transformación social. Allí confluyen sus versos con los de la avanzada portica del momento, que también incluía a César Vallejo. Es una época de ebullición. Mariátegui funda el Partido Comunista del Perú sobre los cimientos de su revista. Pero la epopeya no es gratuita. Es otra noche de debate en la casa de Mariátegui. Los servicios de inteligencia han advertido al gobierno sobre los peligros que se consolidan en ese lugar. El presidente Leguía decide actuar. La policía irrumpe en la casa y detiene a los intelectuales y obreros que oponen una resistencia inútil. Les sorprende el acento extranjero de una mujer indómita y de aspecto frágil. Todos son detenidos y pernoctan en los calabozos limeños. Los diarios del día siguiente anuncian el desbaratamiento del complot comunista. “Hay implicadas dos mujeres”, anuncia el diario El Comercio en tapa. Las revistas se clausuran y se inician los procesos contra los subversivos. A Blanca Luz el gobierno le concede la deportación.
Sobrina del presidente uruguayo Baltasar Brum, Blanca fue criada en el clima laico y republicano que imperaba en el país de Artigas y que despuntaba en el continente. Su joven viudez no fue un impedimento para que ejerciera con libertad el arte del amor. Lectora tempestuosa, le gustaba defender con ímpetu sus ideas. Se rodeó de los hombres y mujeres de mayor peso intelectual y social de su tiempo. Lou Andrea Salome, fue, en Europa, yal vez un espejo de esta mujer extraordinaria. Salomé cautivó a Friedrich Nietszche, Rainer María Rilke y Sigmund Freud. Un camino similar fue transitado por Blanca Luz. En 1929 se realizó en Montevideo el Congreso Internacional de Sindicalistas. Entre las delegaciones asistentes se encontraba David Alfaro Siqueiros, el muralista y militante comunista mexicano- el mismo que diez años después atentaría contra la vida de León Trotski-. Fue un flechazo. Al terminar las sesiones del congreso, Siqueiros y Brum habían decidido partir hacia el país azteca. Blanca llevó consigo a su hijo. Se integró con facilidad al círculo de Siqueiros y pronto se convirtió en una animadora de las tertulias a las que asistían Frida Kahlo, Diego Rivera, Tina Modotti, e incluso el cineasta ruso Sergei Eisenstein, que se encontraba en el país rodando Viva México. Blanca adopta las vestimentas típicas de la región. Conforman una pareja muy vistosa. En 1933 parten hacia Uruguay y cruzan a Buenos Aires. Se alojan en la casa de Natalio Botana, director del diario Crítica. Sobre esta estadía trata el film El mural, que se encuentra rodando el director Héctor Olivera. Carla Peterson interpreta a Blanca Luz Brum.
Natalio Botana es, también, un hombre desmesurado. Fundador del diario Critica, le gusta rodearse de escritores y poetas (en su redacción trabajan Roberto Arlt, Jorge Luis Borges y Raúl González Tuñón, entre varios otros). Casado con Salvadora Onrubia , una militante anarquista y feminista, posee una gran fortuna y no le gusta la tacañería. En cambio, lo entusiasma la exhibición. De vez en cuando llega a la redacción del diario y tira el aire billetes. Cuando conoce a Siqueiros, le propone que realice un mural en un sótano de su quinta en Don Torcuato. Mientras tanto, la belleza de Brum lo impacta. Siqueiros, le propone que realice un mural en un sótano de su quinta en Don Torcuato. Mientras tanto, la belleza de Brum lo impacta. Siqueiros se sumerge en la creación de su “Ejercito plástico”, que puebla el sótano de figuras azuladas inspiradas en Blanca Luz, una obra alejada de su muralismo político característico. Durante los momentos de trabajo del pintor, la amistad entre Botana y Blanca se profundiza. Siqueiros es deportado, pero Blanca se queda en Buenos Aires. Comparte veladas con Pablo Neruda, Federico García Lorca y Botana. Comienzan a tener encuentros apasionados. El romance con Siqueiros está acabado. Pero no saben disimular. Cuando llega Salvadora de un viaje, se entera de todo. Los gritos se escuchan en las fronteras. Blanca Luz las cruza y emigra a Chile, donde se casa en segundas nupcias.
En 1943 regresa a Buenos Aires y comienza a trabajar en la secretaría de prensa de la Secretaria de Trabajo dirigida por un carismático coronel, Juan Domingo Perón. Comparten conversaciones encendidas. Blanca se había declarado defraudada de Stalin luego de la invasión soviética sobre Finlandia en 1939. Seducida por las ideas de Perón y por el fervor que el militar provoca en la clase obrera, abandona sus ideas de izquierda y no se lamenta si la llaman peronista. Ese año realiza una entrevista para El Mercurio en la que Peron desarrolla su programa. Blanca escribe profética: “Si los acontecimientos en Argentina siguen su curso natural y no y complicaciones en la escena internacional, el coronel Juan Perón puede en poco tiempo convertirse en el caudillo de la República Argentina, quien sabe por cuánto tiempo”. Hay quienes les endilgan un romance nunca comprobado a ciencia cierta. Cuentan que tuvieron un frondoso intercambio epistolar que permanece oculto. El novelista Hugo Achúgar escribió que las cartas permanecen en la universidad de Rutgers, aunque Tomas Eloy Martínez, que da clases en esa casa de estudios, desmintió tal versión a esta revista. Lo verdadero es que la llegada de Evita a la vida de Perón la apartó de la amistad de otras mujeres. Se dice que al enterarse de la amistad entre el coronel y Brum, Evita la emplazo a abandonar el país en 24 horas. Ella partió otra vez hacia Chile. A pesar de esto, siempre elogió a Eva Duarte. De cualquier manera, regresó y pudo presenciar cómo, el 17 de octubre de 1945, los obreros rescataron a Perón de la prisión. Sobre esa jornada, Brum escribió: “Las barriadas peronistas hasta entonces no habían conocido el centro de la ciudad de Buenos Aires, las elegantes avenidas donde se aislaba la soberbia aristocrática vacuna, la cual, detrás de aquellos muros, se preguntaba aterrada:- y estos ¨grasas¨, ¿son también argentinos? ¿Dónde estaban? Nunca se habían visto antes… ¿De dónde viene esta chusma?”. Blanca fue leal al movimiento peronista. La fuga de Kelly en Chile varios años después, luego del derrocamiento de Perón en la Argentina, así lo aprueba.
Comprobada su complicidad en el escape de la prisión, estuvo primero encarcelada y, después, el gobierno le recomendó que se desplace hacia la isla Juan Fernández, más conocida como Robinson Crusoe porque en ese paraje ubicó Daniel Defoe a su novela. Si bien caracterizaba que sus ideas pertenecían a la “tercera posición”, su evolución hacia posturas reaccionarias fue notoria.
En 1963 apoya la candidatura de Eduardo Frei en nombre de la lucha contra la “amenaza roja”. Ve complots comunistas por todos lados y achaca a esta corriente política aplastar la libertad del hombre. El triunfo de Salvador Allende en 1970 la lleva al pánico. Sus cartas abundan en el temor a los marxistas, analiza vender su casa en la isla, ruega por un destino diplomático en Perú, España o la Argentina. Anuncia un baño de sangre. Acierta: en 1973, Augusto Pinochet derroca al gobierno popular. El hecho de tranquiliza. Elogia al gobierno militar, dona joyas para sostenerlo. Sus antiguos amigos la repudian. Pinochet la condecora en 1976, ella no ahorra elogios hacia el dictador. Muere en 1985.
Algunos historiadores marcan el cierre del siglo XX en 1989, con la caída del Muro de Berlín. Blanca Luz Brum falleció pocos años antes de este acontecimiento. Como el siglo, su vida fue tormentosa. Como el siglo, conoció las oscilaciones más tremendas. Su biografía novelesca se apoderó del espíritu de su tiempo. Fue enterrada en las playas arenosas de la isla de Robinson Crusoe.
Murió en soledad.
Por Diego Rojas – Contraeditorial – Noviembre 2010
Montparnasse
Una tarde por el ancho rumor de Montparnasse
por ese aire de provincia tan confianzudo y claro
–cada ventana paga su pedazo de sol con una canción,
anduve bebiendo el buen vino rojo y alegre como una canción,
rojo y alegre como una revolución.
Y entonces, pensé: ¿qué haré ahora de mi vida?
Tengo dos amigos, un saxofonista y un vendedor de globos.
Ellos me han dicho: viene el invierno y eso es terrible.
Los gatos se calientan al sol pero un hombre necesita
de la buena lumbre, de la buena carne y de la mujer
siquiera dos veces a la semana.
Algunas mujeres me han detenido en Montmartre
pero me piden cigarrillos y cien francos
y yo solo puedo darles ágiles besos casi inéditos
y hablarles de mi país sin que ellas me comprendan
y decirles que Blanca Luz está en Méjico
sin que ellas me pregunten quién es Blanca Luz.
Una noche bajo la vieja luna de París degollada en los techos
–la luna que alumbra a los enamorados y a los cobardes–
yo vi cómo en un alto balcón
se amaban un muchacho y una muchacha.
Vengo de Buenos Aires, digo a mis amigos desconocidos,
de Buenos Aires que es tres veces más grande que París
y tres veces más pequeña.
Y aunque mi sombrero y mi corbata y mi espíritu canalla
sean productos perfectamente europeos
soy triste y cordial como un legítimo argentino.
Diría: soy un pobre muchacho abandonado aquí
como una valija rotulada en todas las aduanas del mundo
y quisiera irme al Turkestán porque Turkestán es una bonita palabra
y mi amigo Michel Berboff nació en Turkestán.
Pero si yo pudiera llevar a la práctica algo que hace días reflexiono:
¡Ponerme a gritar sobre la Torre Eiffel con afilados gritos
para que venga una mujer y me ame!
¿Conocen ustedes el Neuquén?
Allí hay cabañas de troncos de árboles
y pulperías en donde venden conejillos y libros de Maurice Dekobra.
¿Y Tucumán? En Tucumán solo puede buscarse
la noche en los ojos de sus
mujeres y las guitarras de sonoras y floridas parecen patios.
¿Y Mendoza? En Mendoza los niños saben cantar
porque han nacido al borde de las acequias.
¿Y La Rioja? Yo anduve por ahí adolescente y barbudo como un gitano
y gané una elección con cincuenta pesos y una vaca,
absorto, como Buster Keaton.
¿Y Santa Fe? En Santa Fe viví treinta días en un convento
con ocho frailes franciscanos que iban doblándose hacia el suelo.
Los duendes venían hasta mi cuarto trayéndome briznas de sol
y por la noche se ocultaban en las hornacinas
para hacerles señas a los perros sin dueño y a los viajeros extraviados.
Nosotros tenemos además estaciones abandonadas, pozos de petróleo
y escuelas rurales, como en los cuentos de Bret Harte.
Pero lo que no tenemos es la alegría verdaderamente constante,
la risa verdaderamente pura,
el corazón verdaderamente libre.
Y no se hable de mi corazón.
Yo quisiera
anunciar la función de los circos
dando puñetazos a las estrellas rojas.
Yo quisiera escupir los vidrios de un expreso de lujo
para que rabien los millonarios.
Yo quisiera interrumpir todas las comunicaciones telefónicas
para ver si encuentro una palabra, una sola palabra para mí
y abrir toda la correspondencia del mundo por ver si alguien
una sola persona tiene un recuerdo, un solo recuerdo para mí.
Yo quisiera explotar una bomba, derrocar un gobierno,
hacer una revolución con mis manos amigas del
cristal, de la luz, de la caricia
–destruir todas la tiendas de los burgueses
y todas la academias del mundo–
y hacerme un cinturón bravío de rutas
inverosímiles como Alain Gerbault
para que venga Blanca Luz y me ame.
Musa. Un Extracto del Poema Montparnasse de Raúl González Tuñón Muestra al Poeta Cautivado por Blanca Luz