A Bachín se va por dos cosas: a comer y a estar. Más que un “chelibo”, es un meridiano donde todo porteño se iguala. Bachin es una juntada de mesas, con lomo de papel, última rinconada de la merza presidida por la sombra voluminosa del Malevo Muñoz. A lo de Bachín no se va. Se “cae” (…) Este emporio del cuadril, la ensalada de porotos, los tallarines al bóngali, el tomate abierto por la mitad y donde al aceite se lo llama “olio”, merece, por lo que tiene de típico, figurar en la nómina de los motivos que pueden interesar a todo turista. Pero, lamentablemente, ni la estupenda cortada de Carabelas no Bachín figuran en el catálogo; no están en las tarjetas postales que ahora “vienen” en colores. (…)
Comer, en este sitio, es una excusa. Dos que van a Bachin, lo hacen para conversar.
No de cómo anda el mundo. O, para expresarlo con más propiedad, de como el hombre quiere que el mundo vaya (…) El porteño, ahí, habla de Boca Juniors, que ahora tiene presidente que se da el lujo de “hablarle al país”. Y él está convencido de dos cosas: que el país lo escucha y que… habla.
El turf, el box, el tango y la amistad son las cuatro barajas que el hombre de la ciudad pone sobre el mantel de papel de la tosca mesa, entre tazas de buseca humeante que llegan y platos son restos de bife de costilla que se van. El otro parroquiano de Bachin es el humo.
Por Julián Centeya – (Extracto del tomo XVI de La Historia del Tango – Ediciones Corregidor) – Revista Veintitres – 15-04-04
Chiquilín de Bachín
Por las noches, cara sucia
de angelito con bluyín,
vende rosas por las mesas
del boliche de Bachín.
Si la luna brilla
sobre la parrilla,
come luna y pan de hollín.
Cada día en su tristeza
que no quiere amanecer,
lo madruga un seis de enero
con la estrella del revés,
y tres reyes gatos
roban sus zapatos,
uno izquierdo y el otro ¡también!
Chiquilín,
dame un ramo de voz,
así salgo a vender
mis vergüenzas en flor.
Baleáme con tres rosas
que duelan a cuenta
del hambre que no te entendí,
Chiquilín.
Cuando el sol pone a los pibes
delantales de aprender,
él aprende cuánto cero
le quedaba por saber.
Y a su madre mira,
yira que te yira,
pero no la quiere ver.
Cada aurora, en la basura,
con un pan y un tallarín,
se fabrica un barrilete
para irse ¡y sigue aquí!
Es un hombre extraño,
niño de mil años,
que por dentro le enreda el piolín.
Chiquilín,
dame un ramo de voz,
así salgo a vender
mis vergüenzas en flor.
Baleáme con tres rosas
que duelan a cuenta
del hambre que no te entendí,
Chiquilín.
Tango – 1969
Música: Astor Piazzolla
Letra: Horacio Ferrer
El origen fue un valsecito infantil, compuesto por Piazzolla. Ferrer le aportó una letra inspirada en los niños de la calle, que vendían flores en los restaurantes de la zona de teatros de la avenida Corrientes. El célebre bodegón Bachín se encontraba ubicado en la calle Sarmiento, casi esquina Montevideo. El niño que vendía flores en Bachín se llamaba Pablo Alberto González y tenía 11 años.
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