“Soy Peronista Porque soy Marxista”
La sentencia de Hernández Arregui sigue alimentando el debate.
Juan José Hernández Arregui, ensayista y polemista que ya en su juventud había ensamblado las posiciones nacionales del yrigoyenismo con las lecturas de Marx. En esa línea se convirtió luego en el ideólogo más consecuente de los sectores progresistas del peronismo. Tal posición le trajo, en el terreno de las ideas y la cultura, una ubicación incomoda: de enfrentamiento con la izquierda que calificaba de “antinacional” y de persecución por parte del nacionalismo de derecha al que también fustigó. En su último año de vida, perplejo ante el terreno ganado por el lopezreguismo dejo abierta una pregunta: “¿Qué desarrollo político hacia el socialismo es posible?”
En la primavera de 1955, poco después del golpe del almirante Rojas y frente al antiperonismo expresado por la mayor parte de la intelectualidad, alguien dijo: “Yo los voy a cocinar en su propia salsa”. Era Juan José Hernández Arregui y de esa decisión nació Imperialismo y cultura, libro insoslayable para quien desee ahondar en nuestra problemática cultural. Más de una vez se habían levantado críticas contra Borges y la señora Victoria Ocampo, pero era ahora distinto porque se trataba de un intelectual de primer nivel, de formación marxista y concepción nacional, que acometía el análisis de las ideas dominantes apabullando con citas, desde Eliot, Valery y Kafka hasta Castelnuovo y Manuel Ugarte. Con insólito rigor, “Imperialismo y Cultura desnudaba las omisiones y ambigüedades de sucesivas generaciones literarias apresadas por el aparato oficial y convocaba a desarrollar un auténtico pensamiento hispanoamericano. “Y no me lo perdonaron nunca”, diría años después este ensayista marginado de la prensa, las cátedras y las editoriales.
Hernández Arregui había nacido en Pergamino el 29 de septiembre de 1912 y desde muy joven, radicado en Córdoba, militó en el radicalismo. Allí ensamblo las posiciones nacionales del yrigoyenismo con meditadas lecturas marxistas. Allí realizo sus primeras armas en la literatura con Siete notas extrañas, un libro de cuentos saludado fervorosamente por el poeta Nicolás Olivari: “Lo sindico ya como una seria promesa intelectual argentina” (25-10-35)
Filosofía, sociología, psicología e historia provocan la atención del joven en esa Córdoba de los años treinta. A su vez los cuadernos de FORJA le descubren el antiimperialismo ya no como abstracción, sino a través de los mecanismos de dominación revelados por Raúl Scalabrini Ortiz.
Poco a poco, la inquietud política va desplazando a la vocación literaria y el periodismo de combate se enriquece co su pluma, abordando temas claves: capital extranjero y deuda externa, estructura agropecuaria, neutralismo, cultura nacional.
Hacia 1944 culmina su carrera universitaria con la más alta distinción: Premio Universidad medalla de oro y diploma de honor. Sin embargo, mayor importancia le otorga al singular proceso político que se desarrolla por entonces. Y a fines de 1945 cuando lo designan convencional por Córdoba para la reunión partidaria con vistas a la Unión Democrática, el joven se constituye en portavoz de la oposición a ese acuerdo. El triunfo de la posición conciliadora de esa Convención lo llama a apartarse paulatinamente del Partido y en febrero de 1946, si bien da su voto a Sabattini para gobernador, sufraga, en cambio por Perón, en el orden nacional. Un año después, renuncia al radicalismo: “El conflicto entre intransigentes y unionistas, en lo esencial, no ha sido un mero antagonismo de núcleos, sino la lucha en profundidad entre dos concepciones irreductibles, antinómicas e irreconciliables, de lo radical y argentino…Es superfluo, pues, intentar salvar la unidad del partido, inmolando a esta ilusión casuística y formal, el contenido concreto mismo de la doctrina radical… el ideal de la plena autodeterminación nacional… La gran frustración de lo radical se ha consumado” (10-02-47)
Alegrías y Lamentos
A partir de ese momento pasa a colaborar con el peronismo gobernante. Trasladado a Buenos Aires, se desempeña junto a los forjistas que acompañan la gestión del coronel Mercante en la Provincia de Buenos Aires. Luego, es designado profesor en La Plata y en Buenos Aires donde se gratifica espiritualmente en la investigación y en el trato con los alumnos, pero no escapa, sin embargo, el maccarthysmo reinante. Su formación marxista genera denuncias por “infiltración”, siendo defendido por su amigo Jauretche: “Su presencia es nuestro movimiento es consecuencia lógica de sus antecedentes (radicales) y de su formación mental, que no puede desconocer la raíz económica de los males que nos aquejaban. Supongo que de ahí viene la imputación de izquierdista que resulta pintoresca para imponer a un peronista, movimiento que, frente al país, es también de izquierda si por izquierda se entiende el antiimperialismo y la preocupación por la justicia social”.
Superada la embestida maccarthysta. Hernández Arregui dedica sus mayores esfuerzos a la crítica literaria en un programa que se emite por Radio del Estado, pero no publica, ni participa en cargo alguno de la dirigencia partidaria. Como gusta decir Scalabrini “se alegra de los aciertos y lamenta los errores”, en esa época en que el frente nacional se debilita profundamente facilitando el golpe militar.
Hace años que Hernández Arregui actúa junto a su pueblo, pero recién después de setiembre de 1955, nace el ensayista y se acentúa el compromiso. Ya en 1956, mientras escribe Imperialismo y cultura, es detenido en dos oportunidades y con la publicación del libro, su figura crece en la resistencia. Conferencias, reuniones semicladestinas, y algún otro artículo que puede “colar” en Que ratifican, en esos años difíciles, su consecuencia antiimperialista.
Hacia 1960 publica Formación de la conciencia nacional, quinientas páginas donde fustiga severamente al nacionalismo de derecha y a la izquierda antinacional, exaltando a FORJA, reivindicando al peronismo y analizando, en la última parte, el reciente proceso de nacionalización de la izquierda. Poe esa época, y ante el escándalo de muchos , se define de esta manera: “Soy peronista, porque soy marxista”. Es decir, su convicción marxista, en un país semicolonial, lo lleva adherir al movimiento que ha llevado adelante un proceso de Revolución Nacional, con la decisiva presencia de la clase trabajadora. Ese marxismo, pues, nada tiene que ver con la izquierda abstracta, nutrida en la pequeña burguesía, que enarbola teorías socialistas, mientras en la política concreta se define una y otra vez en la vereda opuesta a lo popular. Se liga, en cambio, a la tradición del grupo “Frente Obrero” que desde el socialismo revolucionario reconoció al peronismo, en 1945, como la continuación del yrigoyenismo, en un nivel superior, y ahí precisamente que Hernández Arregui se defina como hombre de izquierda Nacional dentro del peronismo.
Por eso, en 1961, propone la fundación de Centros de Izquierda Nacional para consolidar una tendencia revolucionaria. Por el peronismo pasa la revolución- piensa- y la única izquierda posible será aquella estrechamente ligada a las experiencias, dolores y esperanzas de los trabajadores. Por eso se entusiasma con el triunfo de Framini, el 18 de marzo de 1962, y ante los rumores de anulación de las elecciones, vuelca su indignación en un articulo del semanario Descartes: “No es al peronismo al que hay que temerle sino a la deformación de la conciencia nacional del Ejercito bajo la presión indivisible del imperialismo” Y ello le vale una nueva detención, esta vez de quince días en la cárcel de Caseros.
La Revolución Interrumpida
Al año siguiente publica ¿Qué es ser Nacional? Reiterando su planteo antiimperialista y la propuesta hispanoamericana. Tiempo más tarde retoma el proyecto de 1961-ensamblar peronismo socialismo- echando las bases de CONDOR, junto a un grupo de compañeros de izquierda Nacional. El grupo se define marxista y peronista, en un Manifiesto puesto bajo la advocación de Felipe Varela y la “Unión Americana”, pero no logra consolidarse y poco después Juan José vuelve a sus libros y sus conferencias. Después de un tiempo, otro libro suyo- Nacionalismo y liberación- aporta nuevos argumentos a la liberación nacional y la unidad latinoamericana, recibiendo una efusiva felicitación del General Perón. Para la misma época – 1968/1969- logra ejercer influencia sobre cuarenta oficiales del Ejército, la mayor parte de los cuales resultan dado de baja y cumplen arresto, mientras el sufre una transitoria detención y es interrogado en DIPA
Se vive ya en una Argentina convulsionada, cuyo chispazo inicial fue el Cordobazo y donde crece una marea social que parece incontenible. En ese clima. Arregui pasa a constituirse en el ideólogo más consecuente de la izquierda peronista, avalado no solo por los elogios que le brinda Perón, sino porque el jefe desterrado sostiene, ahora la “actualización doctrinaria para la toma del poder”, “el transvasamiento generacional” y “el socialismo nacional”. Por entonces, Arregui escribe Peronismo y socialismo sosteniendo que el peronismo debe ensamblar con el socialismo para llevar hasta sus últimas consecuencias el proceso de Revolución Nacional interrumpido en 1955. Pero mientras el libro está en imprenta, el 19 de octubre de 1972 un poderosísimo artefacto explosivo “barrió con los tres balcones del primer piso y desintegró las paredes que dividían los ambientes del departamento del escritor”, ocasionándole heridas de suma gravedad a su esposa y leves a él en un atentado que según los diarios no llevaba propósitos intimidatorios sino de muerte.
Pocos días más tarde. Peronismo y socialismo está en el calle y esa es su respuesta, en una Argentina conmocionada ya por el regreso de Perón, el 17 de noviembre. Los acontecimientos se precipitan entonces y sus expectativas revolucionarias parecen concretarse en el triunfo del 11 de marzo y la asunción de Cámpora, el 25 de mayo. Juan José no publica ni es convocado para cargo alguno en el gobierno, pero vive con entusiasmo las jornadas de euforia popular hasta que el 20 de junio, la tragedia de Ezeiza cambia el rumbo de los acontecimientos.
Los Días Dolorosos
Como si la película interrumpida en 1955 volviera a proyectarse, Perón se encuentra ante idéntica disyuntiva: depurar su organización de la burocracia conciliadora y los sectores
contrarrevolucionarios, apoyándose en los sindicatos combativos y la juventud para profundizar la revolución o desplazarse había la derecha, sosteniéndose en el lopezreguismo, la burocracia, los empresarios, la oposición y el sector predominante del Ejercito, para dar al proceso un tono más moderado. Opta, entonces, por el segundo camino, descalificando a su izquierda en uno de sus habituales juegos pendulares, esta vez sumamente peligroso. Ante este giro, Hernández Arregui- claramente deslindado del oportunismo y elitismo de Montoneros- publica, en setiembre del 73, la revista Peronismo y Socialismo. Puesta bajo la advocación de Cooke, la publicación ratifica su apoyo al “socialismo nacional” en varias notas, al tiempo que sostiene en el editorial que “los objetivos con que Perón reformó pueden haber tenido alguna modificación en cuanto a tácticas y plazos”, por la “inevitabilidad de una política amplia de unidad nacional”, pero que, más allá “del sacrificio de honrados militantes y el desconcierto de las bases”, “los modos de ejecución e instrumentos…dentro de la estrategia de la liberación, son justos” porque “en las condiciones concretas que vivimos, la unidad nacional solo puede consumarla Perón y sin ella, es imposible avanzar en la línea de Reconstrucción y Liberación de la Patria”.
Asiste, entonces, con suma perplejidad y procuración cada vez más honda, a la creciente influencia del lopezreguismo, mientras las corrientes revolucionarias pierden peso día a día, en esos fines del ’73 y primeros meses del ’74. La situación se toma por demás dramática para Hernández Arregui y en general para la izquierda peronista tironeados por la lealtad al jefe del Movimiento, por un lado y el abandonado proyecto de “socialismo nacional”, por otro. El discurso de Perón del 12 de junio permite alentar alguna esperanza, pero, poco después, el viejo líder fallece siendo reemplazado por Isabel y dejando los resortes del poder en manos del ala derecha. ¿Cómo conciliar, ahora la posición la Izquierda Nacional con la burocracia que detenta el poder, enemiga a muerte del peronismo revolucionario? Pero asimismo, ¿cómo plantear alguna alternativa real y válida, frente al proceso que se está viviendo, sin agravar el debilitamiento del gobierno y concurrir a su caída? Son días dolorosos para Hernández Arregui porque sabe que debe decir algo pero la Historia parece haber atrapado a su tendencia en su tendencia en un callejón sin salida.
Así, transitando por un estrechísimo desfiladero, publica el segundo número de la revista, ahora rebautizar como Peronismo y Liberación, en agosto de 1974. Convoca , allí, a la unidad del campo nacional como única manera de impedir “una brutal dictadura, recurso al que el imperialismo no vacilará en acudir en medio de su sangriento ocaso histórico”, aunque reconoce que la política económica lanzada por Perón es de “corte neocapitalita y la clase obre es la que hace el principal sacrificio aunque mejore particularmente su situación” Y se pregunta: “Al margen de la política de la clase obrera peronista y la unidad nacional construida en torno de su eje social con la conducción de Perón, ¿Qué desarrollo político hacia el socialismo es posible?”
Un mes después el 22 de septiembre, amenazado por las Tres A y mientras sus amigos le gestionan la documentación para abandonar el país, Hernández Arregui cae fulminando por un sincope, mientras se hallaba en Mar del Plata. A quien tantas ideas importantes había aportado a sus compatriotas, la muerte le robó la posibilidad de responder a su propia pregunta, en las nuevas condiciones políticas. Con esa conducción derechizada que bar caracterizando al peronismo de esta última época, ¿Qué desarrollo político hacia el socialismo es posible?
Más allá de este interrogante y de la presión maccarthysta, la obra de Hernández Arregui constituye un importantísimo arsenal ideológico que, por encima de lo partidario, atrae a sectores de diversa procedencia ávidos de propuestas para orientar las profundas transformaciones que la Argentina reclama.
Por Norberto Galasso – El Periodista de Buenos Aires – 20-09-85 –