El Mono de los Dedos de Cristal
“Yo no entiendo por qué razón vienen a hacerme reportajes a mí. Digo una cosa, ¿por qué mejor no van a preguntarle al albañil de enfrente como hace para llegar a fin de mes?” sugiere, a modo de recibimiento, el señor Enrique Villegas. “En serio”, agrega, con cierta desordenada velocidad, mientras introduce una gran factura en el té con leche, recién servido por una amiga. “Yo no me hice famoso con la música, sino con los reportajes”, confiesa. “Ahora camino por Corrientes y todos me saludan ¡chau, Mono!, y se comentan; ése es el mejor pianista de la Argentina, el Mono Villegas, aunque jamás me hayan escuchado tocar”.
Si uno lo mira con detenimiento comprobará porque lo llaman el Mono. “Será porque imito demasiado a los seres humanos”, ironiza. Es “músico de raza, pianista de nacionalidad”, porteño tiene 64 años y supo conservarse, para bien o para mal, soltero. “Las mujeres que quise siempre se casaron con otros. Y no quise tener descendencia, si apenas podía mantenerme yo”.
No fuma, no bebe, pero va casi todas las noches al cine.- Vive de sus conciertos, “con uno tiro más de un mes, ahora preguntale a mi secretaria, cuando venga, ella sabe más que yo donde tengo que ir”, pasa la mayor parte del día en su departamento alquilado, de la calle Ecuador, donde vive acompañado por su piano, del que salen maravillas. Vivirá ahí unos pocos días más, porque obligatoriamente deberá mudarse: no sabe aún a donde irá a parar con su piano, sus libros y su desbordante hedonismo; sin embargo, en apariencias, lo que más pregunta a este artista es el presente, aunque tiene sus complicaciones, claro. “Lo embromado del presente es que muy pronto se convierte en pasado.- R¡Y el futuro es siempre incierto: el único futuro es la muerte”.
El Mono habla a “rolete”. Una palabra conduce a otra y un tema a otro y las ideas, como ingeniosos duendes, brotan deshilvanadamente, para provocar un discurso sabio, entretenido, divertido. Porque el Mono Villegas es, ante todo, un gran conversador, y sin recurrir a calificativos exagerados, afirmemos sencillamente que se trata de un hombre- un artista- culto.
Que supo asimilar lo que leyó y experimentó: su discurso es la suma de esas lecturas y experiencias, que asimiladas sirven para razonar- y proponer- por su propia cuenta. Y cuando ejecuta música sucede algo similar: su personalidad musical es la suma de todas sus influencias, así se llamen Duke Ellington, Horacio Salgán, Ravel.
Pianista de ramos generales virtuoso cultor del jazz, una música que, según el Mono, es realmente compartida en Buenos Aires oír unas mil personas. Un artista que siempre grabó lo que quiso, y que nunca permitió que se prostituyera su producto. “Los muchachos creen que soy Beethoven”. Y eso los jóvenes lo saben, y lo toman, tal vez, como ejemplo.
Hacerle una entrevista a Villegas es, en realidad, un juego de infantes, más o menos como hacérsela a Borges, es una garantía, nunca deja de hablar, se entrevista solo. Y un cronista equivocado, entonces, puede que se deje arrastrar por esa facilidad, y se dedique, simplemente, a transcribir las sinceridades o barbaridades que bonitamente proclama. El buen negocio consistiría, en todo caso, en talar un poco el bosque de palabras, tratar de encontrar un espacio limpio, desprovisto de su agresivo ingenio, donde ubicarlo como hombre, como artista.
Villegas es, en todo sentido, un exagerado. Un desorbitado. Un espejo que nos devuelve una imagen opuesta, que puede desubicar a cualquiera diciendo, apenas, lo que piensa, idea o delira, así sea una condena furibunda, una atroz procacidad, o una desmitificación que no busca solo el efecto. Es qué su persistencia, su existencia, es de por si un efecto: una consecuencia o reacción ante diversas costumbres o enajenaciones que son, en el fondo, absurdas. Villegas entonces puede llegar a ser imbancable, porque con su humor macedoniano (fue gran amigo de Macedonio Fernández) puede destrozar cualquier verso o macara o falsedad.- Y nos proclama a los gritos el dominio de la estupidez , y nos propone-¿propondrá algo el Mono Villegas? una vida menos atada , más sincera y placentera.- Y nos señala una apuesta permanente del artista, inmerso en un contexto que, tal vez, no lo entienda. Pero este inentendimiento, seamos sinceros, a Enrique Villegas le importa auténticamente un pepino.
“Lo único que le importa a un artista es su obra”, afirma categóricamente. “Lo demás. La gente, el resto de la humanidad, no le importa un…”.
El Buenos Aires de Oberdán Rocamora – Jorge Asís- – Losada – 1981- Página 164 – Enrique Villegas “El Mono de los Dedos de Cristal”
Un Reportaje de Muestra
La Vida Improvisada en un Tema de Jazz
Entablar un dialogo con Enrique “Mono” Villegas- 64 años, pianista- no es algo aconsejable para quienes defiendan la ortodoxia del reportaje periodístico Más aun, descubrir a Villegas es una aventura que pocas veces se propone en el hoy estereotipado mundo de las preguntas y especialmente, de las respuestas eufemistas: es descubrir al ser autentico en su simpleza, en sus conceptos casi primitivos- tal como alguna vez lo soñaba J.J Rousseau- y en su apabullante sensibilidad. Esa aventura también significa la sorpresa de escuchar sentencias profundas e impulsivas, por lo mismo contradictorias a veces, y calificativos que pueden ser gruesos epítetos. Con Villegas se acuerda halar de música, por ejemplo, pero imprevistamente la conversación gira hacia otros temas, más abarcadores, tales como el sentido de la vida, del lenguaje o la idea de Dios. Y la curiosidad impide forzar el dialogo.
Aquí nos encontramos, entonces, con una persona extraordinaria- en el sentido más estricto del término- que Pájaro de Fuego quiere dar a conocer íntimamente a tus lectores.
-¿Cómo fueron sus comienzos? Creo que usted se vio obligado, en principio, a tocar el piano…
-Bueno, no había nadie que enseñara piano sesenta años atrás, ni radio, ni televisión. Todos los chicos de familia de músicos iban al conservatorio, y antes, en todas las casas había un piano. Hoy a veces faltan en las salas de concierto; es lógico, un buen piano cuesta seis mil dólares.
En cuanto a los comienzos, yo siempre he sido chico. Todavía vivo plenamente mi infantilidad, no he querido pasar a la “madurez”, como dicen algunos tipos. Es horrible, el que se llama maduro ha aprendido a mentir y ha perdido la vergüenza, entonces es un “hombre de provecho”. Tengo una gran desazón respecto a eso.
Pero…Estábamos en el principio. Frente a casa existía el Instituto Musical “Giuseppe Verdi”, dirigido por Arturo Farelli. Allí fui, el mismo día que empecé la escuela. Cada vez que paso por esa casa me ocurre lo mismo que a Marcel Proust, recuerdo como era entonces y mi vida entre los instrumentos. O vuelvo a soñar otra vez, como Macedonio Fernández: “no todo es vigilia la de los ojos abiertos”. Ahí tiene un caso genial, el mayor entre todos los argentinos: Macedonio es el ser humano, para nosotros desconocido.
-Entonces, en ese retornar, el hombre “maduro” no tiene cabida…
-Claro, le digo más: una vez me tildaron de antisemita. No, respondí, dígame antihumano, no creo en la humanidad que ahora está al borde de una tercera guerra mundial. Hemos querido desarrollar a la perfección nuestros cinco sentidos, y en realidad los atrofiamos, porque el hombre tiene miedo al sufrimiento. Se ha evolucionado mucho, aparentemente, pero el espíritu del hombre es una cloaca, como hace siglos. En el “piola” porteño, por ejemplo, eso se manifiesta como un complejo de inferioridad y una envidia total. En otras ciudades, como Nueva York, todo es cuestión de “business”: es la torre de Babel donde nadie se conoce, salvo cuando es deudor. Solo interesa el buen pagador de impuestos, según el “slogan”: las cosas de dinero se arreglan solamente con dinero.
Y también los artistas se prostituye por dinero: siendo puros no ganan nada, porque a nadie le interesa lo puro.
-¿Villegas, siempre hizo lo que ha querido?
-He tenido la suerte de ser mantenido por una tía mecenas, lo repito frecuentemente. De otra forma, nunca hubiera hecho la música que quiero. Me dan pagado por mi música, tenía desayuno, almuerzo, merienda, y, después del cine, cena. ¿O es posible que Miguel Ángel pintara así sin la ayuda de los papas? Haydn comía con los sirvientes de un rico al precio de hacer una sinfonía diaria ¿Qué tal?
Y yo nací mantenido en 1913, con el tango, el cine mudo y el jazz. Escuché a Julio de Caro y su sexteto tocar tangos como jamás usted ha escuchado. O a Louis Armstrong. Ahora, ya no es posible asistir a ese jazz, porque el jazz evoluciona constantemente, como todas las artes.
-Pero, si nos gana la deshumanización ¿Cómo es posible el “progreso del arte”?
-No sé, tal vez se explique porque el arte vive en la obra de muy pocos grandes artistas. Pero a ellos no les fue bien en vida, conozco solo dos excepciones: Picasso y Stravinsky.
Y respecto de las obras de arte, sobreviven a las muestras de violencia y pornografía. Borges dijo algo muy inteligente: “se ha olvidado que uno de los best-sellers más grandes es Platón, que todavía se siguen vendiendo”.
-¿Y la música?
-La música, que es una sola, sin distinciones entre gran concierto y tango, tiene solo dos clases: buena o mala, bien o mal tocada. Lamentablemente, el gran público no posee conocimientos para apreciar al buen instrumentista. Yo dije hace poco: “hay que terminar con la mentira de que la música en un lenguaje internacional”. El idioma musical es tan particular como el inglés o el chino, y solo lo entienden los que saben de armonías y movimientos. Los otros, sienten que les gusta algo, pero nada más.
-No entiendo, ¿Usted toca para unos pocos o para todo el mundo?
-Yo toco para todos, sino me quedaría en casa. La prueba es que grabé nueve long-plays; aunque a mí me gusta lo que hago no puedo considerarme un fenómeno. La aprobación está en el individuo que escucha, pero ¡ojo!, no en la masa. La masa esta alentada por el mal gusto, la publicidad y el fin de vender. El gran auditorio es “carne de cañón”. Y pasa en todos los órdenes.
Idialismo, Hedonismo
Se ha excitado muchísimo y golpea en la mesa, como un chino, como el mismo lo dijera antes.
-Mono. ¿Alguna vez fue idealista?
-Nunca. Ta soy hedonista, toco por placer, no me masoqueo. La palabra “masoquismo” parece orientar a la humanidad ahora…
-¿Hay otros ideales. Trascender, por ejemplo?
-No, no comprendo el significado de trascender. Una vez me pregunté qué sería de mis pianos cuando yo muera. Y Marisa Regules, una de las más grandes pianistas argentinas, me dijo: “Pero, si estás muerto, ¿Qué te importan los pianos?”. Es verdad, si estoy muerto, ¡ya me salvé! , ¡qué importa lo demás!
Llego a la idea de la muerte: sin pavor por ella, la explotación del hombre por el hombre no sería posible. Allí nace la capacidad que unos tiene que manchar, y el miedo que hace a otros obedecer.
Soy agnóstico, no creo que Dios exista.
Y como decía Dostoievski: “Si Dios no existe, esta todo permitido”. Tal vez exista, bienvenido entonces, no tengo conciencia de culpa. Lo más importante: hablar de la muerta entando vivo es hablar de lo desconocido. Además, el problema último no es que nosotros creamos en Dios sino que Dios crea en nosotros. Mientras tanto, la verdad absoluta escapa a nuestro conocimiento ya lo dijo Kant.
-Alguna vez me afirmó que usted es un misántropo, y solo admite como compañía de jazz.
-Sí, creo en la música. Es mi única razón de existir. Es un placer escucharlo a Richter, o a Marta Argerich, o a Schenazzi, o a Oscar Peterson, o a Art Tatum, que son los que más me gustan.
También tuve al placer de escucharme tocar, a los quince días de entrado al conservatorio, una sonata de Mozart.
Es más fácil aprender música que castellano. El alfabeto tiene muchas letras, pero la escala musical solo siete notas y las figuritas del pentagrama son entretenidas para los chicos. De allí los niños prodigio. A los nueve comencé a tocar jazz, después de escuchar “Blue de interludio”, de Duke Ellington. También admiré a Armstrong y Coleman Hawkins, un talentoso menos reconocido.
Yo soy yo…
-Villegas, ¿tocó siempre jazz?
-Seguro, he “jazzeado” toda la música que paso por mis manos, hasta folklore improvisaba, el que aprendí con Martínez Ledesma. El jazz soy yo, mi libre juego de improvisaciones, la realización inmediata de mi imaginación. Es la música que se crea en el momento de su ejecución, esa es la definición. No se puede tocar dos veces igual Como cuando se habla, los demás pueden ser los mismos hoy y mañana, pero las palabras cambian constantemente alrededor de ellos. En general he tocado solo, o en trío Cuando comencé profesionalmente, lo hice en el grupo de Eduardo Armani, en 1935. Y conocí el secreto del jazz; escribirlo de una forma y tocarlo de otra, para que nadie copie la música. Después toqué con Raff Gabriel, un saxo tenor norteamericano. Y con el “Pibe” Poggi, en un conjunto donde había varios buenos: Salazar, Viñas, Moyano. También integré “All ready king” y trabajé con John Newmann. Luego, Martínez Ledesma, y volví al piano solo en “nignt clubs”: My Love, Cayen, y muchos otros sitios.
-¿Hizo una adaptación entre folklore y jazz con Ledesma?
-No, fueron dos años donde yo acompañaba improvisando, pero con respeto hacia Adolfo Avalos, el mayor de todos los folkloristas. No introducía acordes, sino seguía con terceras y sextas, que son el ritmo del folklore.
Yo quiero la cosa pura, nada se puede contra ella, pero al público le gusta más lo hibrido, una mezcla de todo, no sé por qué.
-Pero, sin embargo, adoptó formas hechas para buscar originalidad…
-Es lógico, cuando pongo el dedo en una tecla no lo hago porque se me da la gana Tengo cincuenta años de música encima y “circulé” por más de veinte países. Pero decir que escuché todo, sin elegir, porque significa renunciar a lo demás.
-Pongámonos de acuerdo, ¿la música de Villegas es el jazz?
-Sí, el jazz de Villegas. Los que me conocen saben que soy yo, no me parezco a ningún otro.
-¿No suena a música ciudadana, a un jazz estilo Buenos Aires?
-No, suena a Villegas, a todo lo que ha incorporado mi espíritu y se transforma con mis acordes y mis ideas. Me dan dicho que imito a Thelonious Monk, y en realidad lo tocaba hace más de treinta años como Monk, cuando él todavía no existía. Otra experiencia dolorosa similar fue en el “Bob Club”, cuando estaba Lalo Schiffrin y su barra de admiradores.
-¿Hay en su jazz alguna propuesta identificada con otros vanguardistas, caso Piazzolla, Barbieri o el nuevo “free jazz” de Spinetta?
-Nada, cada imaginación forma un camino musical distinto, aunque al final si toquen, porque- repito- la música es una sola Lo fundamental es conocer sus leyes inexorables, y luego asociarlas en forma original, creativa
Un Solo Amor
-Hablamos sus composiciones.
-Son todos amores. El que nombra algún tema suyo en especial es porque tiene una intención ulterior. No es posible diferenciar las creaturas del amor. Además, si elijo una, las demás se ponen celosas…. ¡Ah!, otra cosa…. Dígame: ¿Por qué en la simpatía y en la amistad existe reciprocidad y en el amor no?
Enseguida percibió mi cara de circunstancia. Y con esa inmediatez también arguyó una vaga respuesta, como aceptando mi rol de interlocutor. Táctica, respetuosamente, estaba delimitando funciones, como pocos lo hacen, y esperó la continuación “profesional” de la nota.
-Y respecto de los autores llamados “clásicos”, ¿tampoco tiene preferencias?
-Tampoco Puedo decir que me gusta Schumann, pero después lo escucho a Brahmns, a Raval, a Bartock, a Debussy… y cada uno me gusta más. Y el que diga lo contrario, o no sabe o está en pose. Hay una respuesta genial siempre: ¡Bach o Mozart! Y a ese tipo lo ponen Bach y lo más probable es que se duerma.
-Pero, hay melodías que se sientan más que otras
-De acuerdo. Sin embargo, el público tiene un gran defecto: lo que le gusta es bueno, y lo que no….Y pueden tener mal gusto esos individuos.
-Estuvo mucho tiempo en Estados Unidos, ¿verdad?
-Se, me fui de 1955 al 63. Desoyes iba cada seis meses, hasta 1971. He tocado con “murgas” de lo peor para ganarme la vida (sesenta dólares semanales) y también con músicos muy buenos, como Cosie Collins y Mill Hinton. Con ellos grabé, pero no podía tocar en público debido a que eran negros y yo, como ves, blanco. Tuve que hacer presentaciones con músicos latinos, especialmente venezolanos y cubanos. Lo que yo quería, el jazz, o me era permitido por prejuicios raciales. Y desde que uno dijo: “Dios es negro”, ¡huy! , para qué vamos a hablar.
-Entonces, el jazz es sólo “black music”? ¿O también “dixieland”?
-Hay que imitar a los negros, indudablemente. Si no fuese por ellos, yo no existiría. Toda la música es imitación. Si quiero tocar Chopin lo tengo que imitar Pero los pianistas, que son casi todos malos, tocan lo que les viene en gana, y en lugar de ser bueno imitadores, degeneran la música. Yo escuché a uno solo tocar Chopin: Dinus Lipatti.
-Es fácil deducir que no cree en una música auténticamente argentina.
-¿Qué le parece? El tango es italiano, el malambo ya estaba en una sonata del padre Sánchez, siglo XVI. Todavía no hay música argentina, sino mimetismos.
-Volvamos a su historia. En 1971 se presentó en el Colon, si mal no recuerdo.
-Sí, toque la “Rapsodia en Blue”. La había estrenado en 1933, en el Consejo Nacional de Mujeres, y desde entonces no la hice más. Igual, después de cuarenta años, fue más suerte que otros compositores argentinos. Si ha logrado una primera audición de su obra, no saben cuándo llegará la segunda. A veces, cuando son “póstumos”, encuentran una nueva unidad, y los tocan “In memorian”.
El “Very” Villegas
Se ha puesto triste por primera vez, aunque hablara con tono gracioso Apenas faltaba esa mueca para conocer enteramente el gran pianista, el ser humano ante todo.
-¿Y las grabadoras? Es notorio que los contratos matan a “la música como estado de ánimo”.
-Mire, en Estados Unidos grabé dos long-plays: “Introducing Villegas” y “Very, very Villegas”. El primero se editó en casi todos los países de mundo , hasta en Japón, pero no en la Argentina.
Cuando hablé con el gerente de grabación de la Columbia aquí, me dijo: “los argentinos no compran discos de argentinos”.
Y es la más absoluta verdad, aunque provenga de esa boca. Recién en 1965 hice mi primer disco en el país.
Y con relación a los contratos, le digo que estrangulan la vena del artista, La libertad, las vivencias son las que me traen música, una nota con otra. Si el público “manda”, yo me exijo; si me toca un “plomo”, evidentemente, no. El trabajo más linfa que tuve fue en local “Enrique Villegas y sus amigos”, en calle Viamonte, hasta que lo cerraron por ruidos molestos (¡qué ironía!, ¿no?). Apenas nos divertimos durante tres meses…
-¿Qué opina del estado actual de la música en Argentina?
-Hay gente talentosa, Como Lito Nebbia, Alchourron o el organista ciego Horacio Larrumbe.
Esa ve por todos, hace “mucha” música. Hubo también un conjunto interesante, Arco Iris. Spinetta es otro buen instrumentista. Pero hay una grave carencia: creadores, compositores.
-¿Y Piazzolla?
-Piazzolla es Piazzolla, y está muy bien ahora en San Pablo, creo.
-¿Y Villegas?
-Yo, cuando toco música- madrugada, el clima es muy especial- me transformo, dicen que me río incluso. Es probable, la música es lo único que me hace feliz, de lo demás estos decepcionado. El hombre vive tan poco en su interioridad, por la ambición de ser otro, que su tiempo se consume en una necesidad de sobrevivir. Nuestros problemas tienen mucho que ver con el lenguaje. Habría que manejarse con tres o cuatro palabras nomas: si no y la más grande verdad, que contesta cualquier pregunta, no sé.
Claudio Bramanti – Pájaro de Fuego – Octubre 1978
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