Una usina de fantasmas desenfrenados llegaba a Buenos Aires
“El público quedo muy bien impresionado y es seguro que muchos de los que anoche vieron este curiosísimo espectáculo, volverán algunas otras veces a gozar de él”. Con estas palabras, tímidamente proféticas, concluía un artículo publicado en la sección “Teatros y Fiestas” del diario La Nación del 19 de julio de 1896. La crónica hacía referencia a una extraña función que se había desarrollado el día anterior: en el céntrico teatro Odeón de Buenos Aires, donde un grupo de curiosos espaciadores se había dado cita para conocer una misteriosa máquina que proyectaba imágenes en movimiento: el cine – esta usina de fantasmas desenfrenados que, en poco tiempo más, se convertiría en un arte mayor y en una de las más importantes industrias del siglo XX- había llegado a Buenos Aires.
Fue el 18 de julio de 1896. La exhibición de “vistas” animadas, un acontecimiento singular para esa Buenos Aires todavía patriarcal pero afirmaba en la vocación de progreso, se realizaba a menos de un año de la primera presentación pública, en Paris, del cinematographe. Lumiere, el 28 de diciembre de 1895.
Los organizadores de aquella proyección inicial porteña fueron el empresario Francisco Pastor y el periodista Eustaquio Pellicer, quien además hizo de operador. Justamente, ambos utilizaron un aparato inventado por los hermanos Louis y Auguste Lumiére, patentado el 13 de febrero de 1895 y denominado cinematógrafo (del griego, kinema, movimiento, y grafein, escribir). El aparato de los Lumiére era el más simple y perfecto de los construidos hasta entonces: servía indistintamente de tomavistas, de proyector y para tirar copias. Con estas características, superaba ampliamente experimentos paralelos de William Friese- Greene, Inglaterra, Demeny en Francia, Max Skladanowski en Alemania, y Thomas Alva Edison en los Estados Unidos (que había creado el kinestocopio).
A propósito de este último, cabe recordar que Buenos Aires lo había conocido antes que el cinematographe Lumiére, según se desprende de una nota publicada por José S. Álvarez (el legendario Fray Mocho) en su sección “Imágenes metropolitanas”, fechada el 29 de octubre de 1894. Escribía: “¿Sabe usted lo que es el kinetoscopio? ¿Cómo no lo ha de saber? Es el último invento de Edison, del célebre electricista yanqui que, según afirman, tiene la manía de no comer cebolla. Aquí en Buenos Aires tenemos uno ahora, y la verdad es que asombra por el ingenio maravilloso que ha presidido su invención. ¡Es la fotografía con movimiento!”.
Pero el invento de los Lumiére era, sin duda, el más desarrollado, y la nota citada de La Naciónse refiere el extraordinario atractivo del aparato que funcionó por primera vez en el Odeón, “por el precioso efecto de muchas de sus vistas, en las cuales el movimiento de personas y vehículos está representado con un grado de verdad que maravilla y cautiva, completando la impresión de realidad que producen el tamaño natural de las figuras”
La misma reseña permite ubicar los films Lumiere que se proyectaron: El herrero (Le Marechal férrat), Riña de niños (Qurelle de bebés). El estanque de las Tullerias (Bassin des Tulleries), La salida de los obreros de la fábrica Lumiere (Sortie des usines Lumiere , a Lyon) y el célebre La llegada del tren a la estación de La Ciottat (L’ arrivée dún train eu gare de La Ciotat), que según testimonio registrado en el Diccionario Histórico Argentino (de Piccirilli, Romay y Gianello) “provocó el pánico entre algunos espectadores de la tertulia alta, uno de los cuales al ver la locomotora que avanzaba se lanzó a la platea, lastimándose”
Pese al éxito de esa función inaugural, los espectadores porteños tuvieron que esperar tres años más para contar con el cine como un espectáculo diario y regular. Las proyecciones en el Odeón en 1896 y otras posteriores se integraban como variedades entre las secciones tratarles, y tan solo en 1900 apareció en la calle Maipú, entre Corrientes y Lavalle, el Cinematógrafo Nacional, sala pionera que funcionaba entre las 20 y las 23, con matinées los sábados y feriados. Mientras tanto, un fotógrafo francés radicado en Buenos Aires, Eugenio Py, impresionaba con una cámara Gaumont los primeros metros de celuloide que registra la historia del cine argentino. Pero eso ya es otra historia.
La Razón – 19-07-85 por Luciano Monteagudo –