Mat Nokris abrió los ojos, la mirada era dura a pesar de que cada dos segundos entornaba los párpados con aire perspicaz y ensoñador. Se miró al espejo que estaba en medio de la habitación colgado desde el techo, le devolvió una imagen correcta, y eso en cierto modo era señal de que todo estaba bien ese día. Había pasado por la sala de operaciones, ni un signo de dolor o desgarro se notaba en su hacer. Cuando la señora Marquet lo miró con reproche, él no se inmutó. Había estado ausente una semana.
—¡Mat, así que estás de vuelta!, espero que esta vez no cometas el error de siempre. Ya me conocés bien, ¿o no? —dijo Luisa Marquet.
—La conozco, pregúnteme lo que desee—respondió Mat girando la cabeza hacia donde estaba la señora de la casa.
—¿Cuál es mi té preferido? —dijo con voz grave la mujer.
—El té de menta, es refrescante y beneficioso para la salud, ¿en qué puedo ayudarla? Estoy aquí para eso—respondió Mat Nokris con precisión.
—Desearía tomar uno, y te voy decir algo más: no me gustaría que me abandonaras, escuché tu conversación con mi vecina—dijo preocupada Luisa—sé que tiene mejor carácter que yo, en todo caso voy a ser yo quien te despida cuando lo crea conveniente.
Mat con paso firme se dirigió a la cocina. A los pocos minutos colocó sobre la mesa desayunadora de la señora Marquet un té de menta con la proporción justa de edulcorante para regular el azúcar en la sangre. La diabetes de la anciana mujer estaba elevada. Se la había medido al amanecer.
Luisa inhaló el aroma a menta, y con lentitud apoyó los labios en el borde de la taza de porcelana, dejó que la lengua paladease el sabor y con estupor escupió el sorbo de té y miró a Mat con ira.
—¡Te dije que me gusta con azúcar!
—El consumo excesivo puede llevarla a un aumento de los niveles de colesterol malo, resistencia a la insulina y…
—¡Calláte, Mat! o te va a pasar lo mismo que la última vez—respondió iracunda Luisa.
—Yo soy su asistente, no solo le administro los medicamentos en forma correcta, a horario establecido y en la dosis indicada, sino que además monitoreo sus signos vitales, esa es mi función aquí—respondió Mat con voz metálica.
Luisa, tenía muy a mano la pala de despuntar tierra, el jardinero había olvidado guardarla en el garaje. Con las manos temblorosas se alzó de la silla y con un movimiento pensado le asestó un golpe en la cabeza a su enfermero, luego tomó el teléfono y llamó a su hija.
—Marlene, no me voy a entregar a la policía, pero acabo de cometer un nuevo asesinato—dijo riéndose a carcajadas y agregó—ya podés venir a recoger los restos de Mat, ya te dije mil veces que no necesito un enfermero robótico y no se te ocurra llevarlo a arreglar. Entre nosotros no hay feeling…
Ana Caliyuri — Cuento Inédito