Santiago Eugenio Daneri nació en Buenos Aires el 25 de julio de 1881. Vivió en una vieja casona de la calle Junín, entre Charcas y Paraguay, hasta que a los 11 años se mudó con su familia al barrio de Barracas, donde completó su escuela primaria y comenzó una apasionada, aunque humilde, carrera artística.
Entre 1899 y 1904, estudió en la Sociedad Estímulo de Bellas Artes, donde tuvo como maestros a Reinaldo Giudici, Ernesto de la Cárcova, Angel Della Valle y Eduardo Sivori. Algunos de sus compañeros también fueron destacados pintores: Jorge Bermúdez, Pedro Zonza Briano y Miguel Carlos Victorica. Con este último, compartió una gran amistad e incluso expusieron juntos en 1945.
También presentó que obras en la mayoría de los salones, provinciales de la Argentina, como en Rosario (1943 y 1948), Santa Fe (1948), Mar del Plata (1950) y La Rioja (1950).
A los 39 años, Daneri realizo su primera muestra individual. Fue en el Salón Retiro de la Plaza San Martin y, recién 17 años después, hizo su segunda exposición individual en una galería porteña. Sus obras mostraban paisajes de La Boca, barrio vecino al que Barracas donde pasó su infancia.
El artista ya había cumplido 57 años cuando recibió el Diploma de Profesor de Dibujo. A partir de ese momento, ejerció la docencia en la Escuela Nacional de Bellas Artes “Prilidiano Pueyrredón” y fue profesor de dibujo del Consejo Nacional de Educación.
Además de sus muestras en la Argentina, participó en la Exposición Internacional de Paris (1937), de San Francisco y Nueva York (1939), u en la Bienal de Madrid (1951) y la de Venecia (1952). Sin embargo, nunca abandonó su tierra natal. Envió sus obras pero no viajó a Europa, pese a la insistencia de sus amigos artistas para que lo hiciera.
Siempre pintó las cosas que lo rodeaban, que él conocía y amaba profundamente, y eso se demuestra es sus paisajes del barrio de La Boca, sus figuras y naturalezas muertas. Toda su obra fue muy intimista.
En 1941, Deneri instaló definitivamente su casa y taller en la calle Malabia 2157, de la ciudad de Buenos Aires. Pero esto no implicó que abandonara su preferencia por los paisajes del Riachuelo. La insistencia en esta temática hizo que se lo considerara un artista de la escuela de La Boca.
La Academia Nacional de Bellas Artes le otorgó el Premio Palaza, el más importante de este país, en 1948. Con motivos del 80° aniversario de su nacimiento, se realizó en el Museo Nacional de Bellas Artes una muestra retrospectiva. Estuvo integrada por más de 100 obras, que abarcaban prácticamente toda su producción. Cuatro años más tarde, el Museo Rosa Galisteo de Rodríguez, de Santa Fe, le rindió homenaje con una exposición integrada por 46 pinturas.
Daneri falleció el 29 junio de 1970, a los 89 años. Un grupo de tan solo 27 personas fue a despedir sus restos al Cementerio de La Recoleta. Entre ellos, estaban sus pintores amigos Leopoldo Presas, Raúl Russo, Carlos Alonso y Juan Carlos Castagnino. Esto, tal vez, se debió a que era un artista poco popular y desconocido para muchos, pero en genio del arte nacional que mereció las mejores críticas, el reconocimiento de sus colegas e innumerables premios…
El crítico de Arte León Pagano ya lo definió en 1947 como “un pintor admirable” y “uno de nuestros artistas de más afinada sensibilidad”. Y escribió sobre su obra: “Su pintura es de materia densa, jugosa, de ricos empastes. Es consistente y a ratos pulida. No procede por impresiones.
Algunas cuadros parecen de técnica expeditiva. Logrados con rapidez sumaria. Vistos de cerca, examinados mejor, se advierte la superposición de la materia colorante, el trabajo sucesivo, el substrato y el proceso.”
Su Obra:
En sus inicios pintaba paisajes postimpresionistas, como lo hacían los dos grandes artistas argentinos Fernando Fader y Césareo Bernaldo de Quirós. En un reportaje al gran critico León Benarós, Daneri dijo: “Me gustaba con sinceridad, por eso abandoné el impresionismo, para alcanzar la personalidad desde adentro”.
En la década del 30, el artista conoció la obra de José Gutiérrez Solana, que expuso exitosamente en Buenos Aires y quedó impactado. A partir de allí, el pintor español se convirtió en su maestro por antonomasia. También admiraba a Vincent Van Gogh, de quien guardaba en su estudio una reproducción de su autorretrato.
Posteriormente, su imagen derivó hacia un realismo subjetivo y su dibujo, de líneas esenciales, resaltaban las formas fundamentales.
También pintó naturalezas muertas y retratos. Todas sus obras tienen un sello único y personal.
Esa búsqueda desde adentro que le confesó una vez a Benarós, la encontró en sus objetos cotidianos: los alimentos y cacharros de su cocina. También, claro en las personas que estaban cerca suyo: su madre y sus hermanas.
Notable colorista, una gama prodigiosa de medios tonos componía su paleta, de los grises más oscuros a los más claros nacarados: los sepias, los amarillos y rojos atemperados, los azules agrisados. Y su materia de empastes densos y jugosos, son inconfundibles.
Por Ignacio Gutiérrez Saldívar en Genios de la Pintura Argentina – Publicación de Editorial Perfil