Siempre han existido mujeres que han hecho camino donde había maleza.
Pienso y repienso el mundo de la primera vez en alguna actividad vedada, intento ponerme por un instante en los zapatos de esas mujeres y las imagino con fortaleza interior y con alas capaces de volar alto. Se necesitan ambos condimentos, sumado a una férrea voluntad intelectual y emocional para ir hacia los sueños, a sabiendas de las dificultades que se presentarán.
En estos tiempos de pandemia llega a mi mente Cecilia Grierson, profesora, filántropa y primera médica argentina. Publicó varios libros sobre medicina, pero nunca abandonó su tarea docente. Creó escuelas y fue pionera en el tratamiento de niños con capacidades diferentes. Luchadora incansable en la búsqueda del reconocimiento de los derechos de la mujer.
La enfermedad de una íntima amiga, Amelia Kenig, fue el detonante para ingresar a la carrera de medicina en Buenos Aires; por aquel entonces ninguna mujer había logrado recibirse de Médica.
A principios de abril de 1886, Buenos Aires fue afectada por una epidemia de cólera, los estudiantes de medicina fueron convocados para servir a la Salud Pública. Cecilia Grierson fue destinada a la Casa de Aislamiento, uno de los lugares de atención y refugio para los pacientes de esta enfermedad.
Posteriormente, al recibirse, ejerció como obstetra, o sea, esa parte de la medicina que trata de la gestación, el parto y el tiempo inmediato posterior. No es casualidad, metafóricamente hablando, que se dedicase a esta especialidad; ella fue gestora de un camino nuevo para las mujeres que llegaron después. Sin dudas, habrá sido un parto cada batalla librada en ese aspecto. También ejerció como kinesióloga. Creó la primera Escuela de Enfermeras de América Latina donde se instituyó el uso de uniforme para las enfermeras. Obtuvo el título de cirujana; fue la primera mujer que lo obtuvo, pero no pudo ejercer por su condición de mujer, digamos que no pudo cortar de lleno con el prejuicio de una sociedad machista.
En 1891 fue miembro fundadora de la Asociación Médica Argentina., además fundó la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios que más adelante se fusionaría con la Cruz Roja Argentina.
Podría seguir contando logros de esta mujer que, como pionera nos deja boquiabiertos, sin embargo, prefiero en este tiempo de reconocimientos, recordarla como una soñadora a ultranza, de esas que como el viento sabe que hojas se desprenderán de los árboles viejos, y cuáles permanecerán perennes. Su historia es perenne, y es actual; pasó por una pandemia y supo construir con esa experiencia. Según sus propias palabras” la pandemia me hizo concebir la idea de educar a enfermeras, puesto que no había quien respondiera a las necesidades de los enfermos. El mejor medio de proporcionar alivio a los que sufren es colocar a su lado personas comprensivas, afables y capacitadas que puedan colaborar con el médico en la lucha por recobrar la salud”.
Recordé a mi abuela que siempre decía: “sin salud no hay nada” y yo le agregaría para acuñar en mis nietos la idea de que las personas capaces de comprender el sufrimiento humano y hacer algo para mitigarlo siempre serán de avanzada, sea cual fuese la actividad que realicen.
El 2 de julio de 1889, a sus 30 años, fue la primera mujer en graduarse de la Facultad de Ciencias Médicas de la UBA. Fundó la Escuela de Enfermeras del Círculo Médico Argentino, la Asociación Médica Argentina, la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios y la Asociación Obstétrica Nacional de Parteras.