Al final de la Reconquista de Buenos Aires, en 1806, mientras los invasores ingleses estaban cercados y se batían en retirada, tuvo lugar el combate más extraño en la historia militar del mundo: una carga de caballería abordó y capturó un buque de guerra.
Cuando Sobremonte supo en Córdoba del éxito de Liniers, le pidió a un joven oficial salteño que le llevara un urgente mensaje secreto al francés. El alférez Martín Güemes partió de la estancia La Candelaria e hizo el viaje a caballo en 36 horas.
El 12 de agosto, aquel veinteañero salteño de ojos fulgurantes como la pólvora estaba junto a Liniers. Desde el río, la goleta Justina disparaba sus 26 cañones contra las tropas criollas que trataban de acercarse al último bastión inglés por la costa y por el Bajo. Una súbita bajante del Plata hizo que la nave encallara cerca de la orilla, por lo que tuvieron que apuntalarla. Liniers pidió un catalejo para observar la situación, se volvió hacia Güemes y le dijo: “Usted, que anda siempre bien montado, vaya y encuentre a Pueyrredón, pídale algunas tropas y siga al barco desde la costa, para que no se nos escape”. Así hizo el salteño, que volvió con un escuadrón, llegó hasta la zona del Retiro y –aprovechando que la nave escorada no podía disparar sus cañones porque los tenía apuntando al cielo y al lecho del río- hizo relampaguear su sable en el aire, taconeó a su caballo y enfiló para el río al grito de ¡A la carga! Sus hombres lo siguieron dando alaridos.
Los caballos pecharon al río color de león bufando y relinchando, y mientras sus jinetes cargaban con tacuaras, cuchillos y sables en mano, desde la Justina respondían más de 100 fusileros y marineros. Güemes y los suyos llegaron hasta el buque atacándolo por todos lados y lo abordaron. A poco del entrevero el comandante inglés mandó levantar un trapo blanco por el alcázar de popa.
Liniers, al escuchar en la Plaza el parte del alférezque había capturado la nave enemiga a caballo, lo palmeó con afecto y le dijo: “Lo felicito, subteniente Martín Güemes. ¡Usted llegará lejos!”.
“Carga Gaucha en el Río», de Julio César Luzzatto
Las fragatas de Inglaterra
Invadieron Buenos Aires.
Queman el aire de agosto
Las campanas virreinales.
No tiene naves el pueblo
Para atajar a esas naves.
Pero una flota de prodigio
Está inventando el coraje.
Caballos, caballos criollos,
aún quemados de sol árabe,
que en la pampa desataron
sus mil años de arenales.
Caballos, caballos criollos,
con jinetes por velamen,
se arrojan sobre un navío
que ha maneado la bajante.
Es la fragata «Justina»,
Fragata de nombre suave,
Que mira con la mirada
De un cañón amenazante.
Emponchados con las olas
allá van al abordaje
los jinetes de Pueyrredón
con Güemes de Comandante.
Lazos, chusas y boleadoras
Forman todo su equipaje,
Y el «fierro» de las espuelas
Que sólo es para que cante.
Avanzaron los jinetes
Con escarceos navales,
Como si en la piel del agua
Las pampas se prolongasen.
Tacuaras de empaque gaucho
Retan a los rubios sables.
Un lazo busca un cañón
Para apagarlo en el cauce.
En el asombro marino,
La boleadora silbante
Es un inédito pez
De parábola salvaje.
El mástil de la fragata,
Orgulloso de ser mástil,
El relincho de un caballo
Le gana a escalar el aire.
Enfrentaron el navío
los potros del paisanaje.
Contra la proa de hierro
chocaron proas de sangre.
Y ante los nuevos tritones
cabalgados en la nave,
se estremece el mascarón
curado de tempestades.
Triunfante regresa Güemes,
enlazador de baguales.
Entera como su barba
es la victoria que trae.
Julio César Luzzatto –periodista del diario «El Intransigente»- fue laureado en 1935 con el primer premio en los juegos florales de la primavera. En dicha circunstancia se desempeñaron como jurados: Juan Carlos Dávalos, Juan Guzmán Cruchaga, Mariano Coll y David Saravia Castro por su obra «CARGA GAUCHA EN EL RÍO».