Corría el año 1981, eran fines de agosto, la banda The Rolling Stones saca su décimo sexto álbum “Tattoo You” que en poco tiempo se ubica en los primeros lugares de los rankings mundiales de la música, en ese disco, en su lado B se encontraba el tema “Start Me Up” (un tema que había sido grabado años atrás, pero no tenía edición) que sería el corte difusión del mismo; al poco tiempo sale el video, en el mismo aparece el mismito Mick Jagger bailando de una forma muy personal mientras la banda toca alrededor, en esa performance y sin saberlo, el cantante de la banda haría un movimiento que años después sería bautizado por lo fanáticos argentinos como “aleteo de pollo”. Esa extraña forma de mover los pies y la expresión de los brazos sería adoptada por los fanáticos cuando escucharan alguno de sus temas en algún festival o boliche para ser bautizado como el famoso “baile Stone”.
La cultura Stone nació en nuestro país para fines de los 80 y principios de los 90, fue la reconocida banda de los Ratones Paranoicos quienes impulsaron esta movida, que trataba de adoptar una especie de amor por la famosa banda inglesa, pero creando un movimiento singular con su toque argentino y principalmente porteño, fue el mismo Juanse, cantante de los Ratones, el que comenzó a usar overoles de jean, las indiscutibles zapatillas de puntera Topper y el flequillo perfecto por encima de los ojos, que los seguidores comenzaron a copiar; sin embargo esta cultura se fue esparciendo más allá y fue en los barrios bajos porteños y en el conurbano donde se transformó en una subcultura más popular y de la calle.
Con los años fueron apareciendo bandas como Viejas Locas, Jóvenes Pordioseros y La 25, por nombrar algunas, siendo sus seguidores quienes le dieron forma a esa cultura Stone y la transformaron en lo que se la conoce como Rolingas, si bien para algunos suena despectivo, otros se sienten orgullosos de ser llamados así; esta tribu seguía la onda Stone, pero fue más del barrio, de la birra de almacén y del faso, usaba la misma vestimenta pero más callejera y no tan sofisticada, en los pies se podía las ya mencionadas zapatillas con punteras de plástico Topper o de alguna marca de segunda no tan conocida, jeans ajustados y un poco rotos, para diferenciarse de los “chetos caretas”, porque sí, el rolinga puede ser un montón de cosas en su vida y lo podrán trata de todo, pero jamás de concheto ni de veleta, algunas remeras de colores fuertes y difusos con la famosa lengua de los Rolling pintada o el ojito morado con las chalas de Viejas Locas, alguna que otra campera deportiva o jean sin muchos lujos, para cuando el frío presiona, también no debemos olvidarnos del reconocido pañuelo largo con flecos que sirve para decorar el cuello y dar un poco de abrigo, al final pero no a lo último, también nombrado arriba, el famoso flequillo con el pelo corto y desalineado, imitando el peinado de Jagger y Juanse.
Este grupo que nació de su pasión por el rock y las bandas que ellos amaban, tuvo y tiene un montón de seguidores, gente que se junta a la vuelta, esquina o en frente del barcito o boliche donde van a ir a ver a alguna de esas bandas, o en alguna placita a “hacer la previa” antes de entrar al antro, tomando alguna birra, comiéndose un panchito y fumando alguna yerba no medicinal, acompañados a veces de una guitarra y coreando algún clásico del rock mientras se cuentan fantasías y aventuras del reviente, sin importar que el resto de la sociedad los mire con mala actitud y se los trate de vagos y hasta delincuentes (algo muy común en casi todas las diferentes identidades urbanas), pero nada de eso importa, solo vale vivir ese momento de compartir entre amigos y pares, entre esa familia nocturna donde un desconocido terminaba siendo un hermano de bailes y cantitos.
Fueron muchos los lugares que se hicieron famosos dentro de esta subcultura, donde no se los discriminaba por su forma de vestir ni su apariencia y podían disfrutar del buen rock nacional y hasta de alguna cumbia que incite a seguir la joda nocturna, sus nombres son célebres y conocidos en el ambiente, como lo fue, y como lo fueron los de La Reina y La Negra, que tuvieron sus bares y boliches divididos por el Centro y la zona de Boedo, pero por estos últimos tiempos terminaron volviéndose “boliches-fiesta” (termino que me adjudico), como muchos lugares comenzaron a ser clausurados con los años y los dueños de esos bares se vieron obligados a alquilar sus espacios a otras discotecas y salones por noche y poniéndole así al evento semanal el nombre del boliche que tenían antes, es así como La Reina funciona los viernes por la noche en el mítico Teatro Fénix en el barrio de Floresta y La Negra los sábados en una vieja disco sobre Av. Rivadavia y Combate de los Pozos, a pocos metros del Congreso.
Antes de despedirme, quiero recordarles que todos tenemos ese amigo rolinga que siempre va ser el encargado de ponerle la onda del rock & roll a esa juntada que tenías media apagada, ya que más que su vestimenta, los que los destaca por sobre es su onda fiestera y el swin Stone de sus caderas.