En esta segunda entrega del Proyecto Gribón, los personajes Chaofair, Aristotelius, y yo, que soy quien narra los hechos, hemos llegado a Marte
Una Experiencia Transformadora
Chaofair caminó por el bosque de Luan por más de siete días, balbuceaba como un niño a punto de largar su primera palabra. Unas trepadoras leñosas se hicieron cargo de su rostro hasta ser parte de su fisonomía. No tenía vergüenza de tamaña transformación. Desde que había decidido abandonar el planeta Tierra e ir con la Legión de los expulsados hacia Marte no había pegado un ojo. Un poco porque su mente de artista no debía apagarse, y otro poco porque existen otros mundos no lineales, no literales que aparecen en el insomnio absoluto, y él daba cuenta de eso.
Amartizar fue una fase involuntaria, era eso o la muerte. Unas columnas de seres evolucionados iban en busca de entes inteligentes. La generación frustrada terrestre había dado paso a la generación de los exploradores. Yo no era ni una cosa ni la otra, pero también me encolumné para irme. Quedarse era morir asfixiada.
Chaofair eligió el camino viscoso, yo también. Estábamos en tierras ajenas, en tierras extrañas, en tierras de poco uso. Así me lo hizo saber Aristotelius. También él me hizo saber que al amartizar, Chaofair había sufrido un fuerte colapso verbal. Ni una palabra salió de su boca hasta llegar al Cañadón del Fuego.
En ese lugar me sentí una mariposa agitada por la brisa de los alientos, alientos de tierras no pisadas. No sé quién hizo la primera pregunta, ni quién habló del infinito, ni quiénes hablaron del tiempo, ni si existe o no el error, solo supe que mis palabras eran absurdas al punto de no ser comprendidas por nadie. Como sea, pregunté por el sonido y por el silencio, y pregunté por otras preguntas, y por la vida, y por los sueños, y por los cálculos, y por algún Cristo, algún Dios o esperpento. Necesitaba saber por qué Chaofair ya no hablaba más conmigo, solo salía fuego de su boca, y entonces ya no cantaría, ni susurraría intuiciones, ni almorzaría a lo italiano, ni bebería de ninguna fuente.
Un silencio lleva al otro, y acallé mis palabras porque sí, porque debía hallar una explicación.
Texto de Ana Caliyuri
Ilustración: Obra Pictórica de Tadeo Zavaleta De la Barra