Decenas de generaciones de argentinos han crecido sabiendo cómo murió Túpac Amarú sin recordar cual fue el motivo de su último suplicio. Así, el ultimo Inca no ha quedado en el imaginario como el símbolo de la libertad americana sino como el más grafico ejemplo del descuartizamiento.
“Si triunfaran los indios
nos hicieran trabajar
del modo que ellos trabajan
y cuanto ahora los rebajan
nos hicieran rebajar.
Nadie pudiera esperar
Casa, hacienda ni esplendores,
Ninguno alcanzará honores
Y todos fueran plebeyos:
Fuéramos los indios de ellos
Y ellos fueran los señores.”
Copia española anónima, 1780
Todos los historiadores serios coinciden en señalar que se trató del movimiento social más importante de la historia colonial del continente. Y los más recalcitrantes hispanistas admiten que el Imperio corrió un serio riesgo de desaparecer. Pero como los planteos de Túpac suenan tan actuales y como sus reivindicaciones sueñan aún hoy el sueño de los justos, sigue siendo prudente que la gente recuerde sólo lo que les pasa a los rebeldes cuando se toman demasiado en serio su rebeldía, sin interiorizarse demasiado de las injusticias atroces que condujeron al levantamiento que enarbolara los más justos reclamos.
De un lado estaba la milenaria civilización incaica y sus herederos, que peleaban por lo suyo, por sus tierras, su cultura y su derecho a una vida digna. Del otro, la barbarie de los invasores, cuyo único dios era el oro, la plata y la codicia, que no reparaba en muertos. Los castigos inflingidos a la familia de Túpac Amaru dejan muy en claro de qué lado de la ecuación civilización o barbarie estaba cada uno.
Túpac fue entendiendo que debía tomar medidas más radicales y comenzó a preparar la insurrección más extraordinaria de la que tenga memoria esta parte del continente.
Los pobres, los niños de ojos tristes, los viejos con la salud arruinada por el polvo y el mercurio de las minas, las mujeres cansadas de ver morir en agonías interminables a sus hombres y a sus hijos, todos comenzaron a formar el ejército libertador.
La primera tarea fue el acopio de armas de fuego, vedadas a los indígenas. Pequeños grupos asaltaban depósitos y casas de mineros. Túpac entendió tempranamente que su rebelión no podría triunfar sin el apoyo de criollos y mestizos, pero los propietarios nacidos en América no se diferenciaban demasiado de sus colegas europeos. Formaban parte de la estructura social vigente, que basaba su riqueza en la explotación del trabajo indígena en las minas, haciendas y obrajes.
Durante el tiempo en que José Gabriel Túpac Amaru se levantó contra el abuso del corregidor y la mala Organización del trabajo en las minas. Su movimiento produjo una profunda conmoción en el Perú, grandes transformaciones internas y amplias resonancias americanas, “muera el mal gobierno; mueran los ministros falsos, y viva siempre La Plata…. Y mueran como merecen los que a la justicia faltan y los que insaciables roban con la capa de aduana”.
La rebelión obtiene sus primeros Triunfos y Túpac comienza a aplicar un programa revolucionario: devolución de las tierras usurpadas, a sus legítimos dueños, anulación de la esclavitud de los servicios personales. Asustados por la magnitud y el alcance de la rebelión de Túpac Amaru y su ejército libertador, la iglesia, el estado, los criollos y los europeos cierran filas para enfrentar el peligro.
Tras heroicos combates en los que mueren unos 100.000 indígenas, el primer grito de libertad americano es acallado y su líder detenido. El 18 de mayo de 1781, tras ser capturado gracias a un delator comprado, Túpac Amaru y casi toda su familia fueron asesinados por la “justicia” colonial española. Este es el relato de sus asesinos:
“El viernes 18 de mayo de 1781, después de haber cercado la plaza con las milicias de esta ciudad del Cuzco… salieron de la Compañía nueve sujetos que fueron: José Verdejo, Andrés Castelo, un zambo, Antonio Oblitas (el que ahorcó al general Arriaga), Antonio Bastidas, Francisco Túpac Amaru; Tomasa Condemaita, cacica de Arcos; Hipólito Túpac Amaru, hijo del traidor; Micaela Bastidas, su mujer, y el insurgente, José Gabriel. Todos salieron a un tiempo, uno tras otro. Venían con grillos y esposas, metidos en unos zurrones, de estos en que se trae la yerba del Paraguay, y arrastrados a la cola de un caballo aparejado. Acompañados de los sacerdotes que los auxiliaban, y custodiados de la correspondiente guardia, llegaron al pie de la horca, y se les dieron por medio de dos verdugos, las siguientes muertes: A Verdejo, Castelo, al zambo y a Bastidas se les ahorcó llanamente. A Francisco Túpac Amaru, tío del insurgente, y a su hijo Hipólito, se les cortó la lengua antes de arrojarlos de la escalera de la horca. A la india Condemaita se le dio garrote en un tabladillo con un torno de fierro… habiendo el indio y su mujer visto con sus ojos ejecutar estos suplicios hasta en su hijo Hipólito, que fue el último que subió a la horca. Luego subió la india Micaela al tablado, donde asimismo en presencia del marido se le cortó la lengua y se le dio garrote, en que padeció infinito, porque, teniendo el pescuezo muy delgado, no podía el torno ahogarla, y fue menester que los verdugos, echándole lazos al cuello, tirando de una a otra parte, y dándole patadas en el estómago y pechos, la acabasen de matar. Cerró la función el rebelde José Gabriel, a quien se le sacó a media plaza: allí le cortó la lengua el verdugo, y despojado de los grillos y esposas, lo pusieron en el suelo. Le ataron las manos y pies a cuatro lazos, y asidos éstos a las cinchas de cuatro caballos, tiraban cuatro mestizos a cuatro distintas partes: espectáculo que jamás se ha visto en esta ciudad. No sé si porque los caballos no fuesen muy fuertes, o porque el indio en realidad fuese de hierro, no pudieron absolutamente dividirlo después que por un largo rato lo estuvieron tironeando, de modo que lo tenían en el aire en un estado que parecía una araña.
Tanto que el Visitador, para que no padeciese más aquel infeliz, despachó de la Compañía una orden mandando le cortase el verdugo la cabeza, como se ejecutó. Después se condujo el cuerpo debajo de la horca, donde se le sacaron los brazos y pies. Esto mismo se ejecutó con las mujeres, y a los demás les sacaron las cabezas para dirigirlas a diversos pueblos. Los cuerpos del indio y su mujer se llevaron a Picchu, donde estaba formada una hoguera, en la que fueron arrojados y reducidos a cenizas que se arrojaron al aire y al riachuelo que allí corre. De este modo acabaron con José Gabriel Túpac Amaru y Micaela Bastidas, cuya soberbia y arrogancia llegó a tanto que se nominaron reyes del Perú, Quito, Tucumán y otras partes…”[1]
En Túpac se quiso escarmentar a todos los rebeldes presentes y porvenir: Cuatro caballos tiraron de sus extremidades hasta destrozarlo.
Las partes de su cuerpo fueron colocadas en picas en las ciudades en las que había triunfado el intento revolucionario.
Túpac Amaru pensó que era factible una alianza con los criollos. Pero los propietarios nacidos en América no se diferenciaban demasiado de sus colegas europeos. Estaban inmersos en la estructura social vigente que basaba su riqueza en la explotación del trabajo indígena en las minas y haciendo obrajes.
La independencia propuesta por Túpac no era sólo un cambio político, implicaba modificar el esquema social vigente. La independencia planteada por la burguesía criolla décadas más tarde tendrá contenidos claramente diferentes.
Asterisco – Mayo 2009 – Felipe Pigna
[1] Relato de la ejecución de Túpac Amaru y su familia a cargo de los asistentes el Visitador Areche, citado en Boleslao Lewin, La rebelión de Túpac Amaru, Buenos Aires, SELA,1957.