En esta tercera entrega de Gribón fantástico, ya instalados en Marte, y habiendo asistido a la transformación de Chaofair, me llené de pensamientos para saciar mi hambre.
Del Fuego Venimos y al Fuego Vamos
Chaofair no tenía hambre de palabras. Era una genialidad de ser humano, pero aún mejor era un poderoso del fuego. Sobraban misterios como para hablar de ellos. Narrar lo encendido que habita en las entrañas, más precisamente en el pasaje entre el alma y el cuerpo, narrar con detalle los cristales de luz que como diminutas estrellas se encargaban de destruir el iris de uno de sus ojos, mientras el otro se poblaba de líneas de horizonte verde, es todo un desafío.
Yo pensé que Chaofair sería un igual a todos nosotros, pero me equivoqué.
La persistencia de la propia confianza no es un buen juego, me había dicho Aristotelius. ¿Pero por qué el fuego de Chaofair no se parecería al fuego calado de cualquier artista? Después de todo, no desistir como artista es encenderse a cada rato, no desistir a la palabra que comunica, a la frase que enternece, a la guerra en la elección de la mejor palabra que narre, de espaldas a la Tierra, para explicar lo que sucede en Marte es el cometido. Claro que deberíamos estar más unidos para comprender el valor profundo del Universo, y eso que nos pasa de sentir que ya hemos vivido otras vidas, que lo que hoy elegimos ya lo hemos elegido antes, y que somos un cálculo inexacto sería un buen motivo para amalgamarnos. Todo eso le hubiese dicho a él, pero de la boca de Chaofair asomó un dejo de lava como un pequeño río que descendió al labio inferior para agrietarlo. Confieso que hice un balance, o trataba de entender su transformación o ya no contaría con él para cruzar nuevos paisajes. Se estaba convirtiendo en un animal puro. Del fuego venimos y al fuego vamos, pensé, pero yo soy un ser hecho de palabras y aunque el fuego del arte me consuma mañana, o quizá en este mismo instante en el que mis pensamientos se concretizan en párrafos del aire, siento el cosquilleo del estómago vacío y tengo deseos de comer.
Pasado un tiempo sin medición, me detuve y me senté en algo similar a una roca, me llené de comida con las garras de la imaginación. Almorcé acurrucada y sola, bebí el agua de mis propios ojos con el afán de seguir viva. Sabía que el jefe de la Legión con el cual habíamos venido a Marte, tenía en mente transformarnos a todos en Silvanus Rex. De hecho, un legionario antiguo nos dijo que durante el pasaje por el próximo bosque habría otro instante de transformación.
Me miré al espejo que llevaba en los botones de mi chaqueta y no me pareció una buena idea que mi rostro fuera surcado por nada verde. Solo guardé la secreta esperanza de encontrarme a solas con el sabio Aristotelius, y pactar otra verdad, yo no acepto gato por liebre, soy de aire, soy carnívora, soy de palabras, uso el fuego y me abstraigo. Verde lo que se dice verde que sea todo aquello que aún no ha madurado y no era mi caso.
Texto de Ana Caliyuri
Ilustración: Obra Pictórica de Tadeo Zavaleta De la Barra