“Que nada te turbe, nada te espante”, porque nada hay que tenga tal importancia que nos deba quitar estar bien. Si lo perdemos será porque nos hemos quedado en una visión meramente humana, porque es bien sabido que quien a Dios tiene, nada le falta. Quien cuenta con Dios las cosas no son exactamente tal y como nos las cuentan, las calibramos nosotros o lo aprecian nuestros sentimientos. Dios sabe todo, y cuenta incluso con lo que nos hace daño.
Muchas veces no se valoran los bienes que se poseen hasta que se pierden y se echan en falta. Por ejemplo, no se valora un pañuelo hasta que uno está acatarrado y no dispone de él en ese momento. La paz social y la paz interior es un bien muy grande. Sólo quien sufre las consecuencias de la guerra valora y ansía la paz. Evitar la guerra puede no estar en nuestra mano, pero sí el tener paz interior y dar la paz.
“Paz y bien” es el saludo en la familia franciscana. Que ese lema no sea un simple deseo, sino que demos realmente a los demás ese clima de confianza, de tranquilidad, de orden, de paz. Está en nuestra mano.
Y con la paz viene la alegría, que es el fruto de un corazón sano, sin resentimientos. Por eso sabemos que lo recibimos, lo tenemos de una manera más palpable con todo acto bueno que hagamos. Nunca podremos tener un corazón sano, un espíritu alegre si en nosotros domina el rencor, el resentimiento. También está en nosotros el poder de perdonar. Por eso, si tenemos conciencia de rencor, debemos dejar ir todo eso oscuro.
Si sufrimos o hacemos sufrir, tal vez sea por nuestra culpa. En cambio, bienvenidos los pacíficos, los que dan paz a su alrededor, seguridad, certeza, porque también ellos se beneficiarán de esta virtud.
Hay muchas personas que pronuncian estar en paz, como exclamación llena de fe en ése momento. El hecho es que primero hay que dar la paz. Se necesita de verdad. Una paz, que no es sólo una tranquilidad externa, como para quitar el miedo, sino algo que permanezca en lo más íntimo de uno, como persuasión de que la vida tiene un gran sentido, porque paz y liberación de espíritu debe vivir vive entre nosotros. Ese sentimiento de paz nos la desea esa o esas personas de bien y debemos desearla y, si es posible, sentirla, cada vez que tengamos un encuentro familiar o bien comunitario.
Que seamos un instrumento de paz y para transmitir la paz. Que podamos poner amor, donde haya odio; que sepamos perdonar y ser contemplativos con la ofensa. Que sepamos consolar y no necesitemos ni busquemos ser consolados. Que podamos comprender y no busquemos ser comprendido. Que tengamos la grandeza de amar y que no busquemos ser queridos… Dando es como se recibe; y perdonando es como nos perdonan.
Reavivemos mucho más en nosotros la fe y la caridad para, así, movilizarnos sin miedo en el centro de nuestras vidas en comunidades, y concentrar todas nuestras fuerzas en escuchar bien lo que nos está diciendo hoy nuestro corazón.
«La paz y la guerra empiezan en el hogar. Si de verdad queremos que haya paz en el mundo, empecemos por amarnos unos a otros en el seno de nuestras propias familias. Si queremos sembrar alegría en derredor nuestro, es preciso que toda familia viva feliz» (Teresa de Calcuta).
Desde la ciudad de Campana, Buenos Aires, envío un abrazo y mi deseo que Dios te Bendiga y prospere en todo lo que emprendas; y derrame sobre ti Salud, Paz, Amor y mucha Prosperidad.
Claudio Valerio
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