Prólogo
Villa Celina se encuentra en el sudoeste del Conurbano Bonaerense, en el partido de La Matanza. Aislada entre las avenidas General Paz y Riccheri, tiene ritmo pueblerino y aspecto fantasmagórico. Barrio peronista como toda La Matanza, su vida social gira en torno a los clubes, la Sociedad de Fomento, la Parroquia Sagrado Corazón y las escuelas del Estado. Debe su nombre a Doña Celina, señora que poseía gran parte de los terrenos que hoy conforman la localidad.
A mediados del siglo xx, Villa Celina fue poblada por españoles e inmigrantes del sur de Italia, como mis abuelos José y Lucía; Juanita, la almacenera, o Antonia, su cuñada. Las primeras casas fueron construidas por los mismos inmigrantes, edificaciones generalmente bajas, con fachadas provistas de una puerta y dos ventanas, una en la pared exterior sobre la vereda, otra dentro del habitual porche. Con el tiempo, se construyeron barrios de monoblocks en sus zonas periféricas, como el Barrio General Paz, el Barrio Riccheri, los edificios Estrellas o los bajitos de tres pisos que están cerca del Mercado Central, fondo mítico donde aún se conserva La Chacra de los Tapiales, una construcción colonial declarada Monumento Histórico Nacional en 1942. En las últimas dos décadas, el barrio recibió grandes oleadas de inmigrantes bolivianos, lo que ha generado que un sector de Celina sea denominado “Pequeña Cochabamba”.
En su centro geográfico, frente a la escuela 137, se encuentra el famoso Tanque de Celina, de estructura tubular y bastante alto, con escalera caracol en el interior. Desde sus elevadas tejas se domina toda la zona y hasta pueden verse otros barrios que pertenecen a Celina, como el Barrio Urquiza, Las 12 Achiras y el Barrio Sarmiento, además de los vecinos Madero, Tapiales y Lugano.
En mi infancia y adolescencia, durante la década del 70 y el 80, aún perduraban grandes extensiones de campo y potreros (hoy esos terrenos prácticamente han desaparecido) que propiciaban la aventura y el juego infantil en toda su dimensión. Quienes crecimos en Celina, hemos jugado en el campito hasta la oscuridad total y las nubes de mosquitos en la cabeza.
Sus jóvenes frecuentan las esquinas, siempre con botellas de cerveza, a veces con una guitarra, otras con una pelota de fútbol para el partido nocturno sobre la calle. Es un barrio de fierreros (hay uno o dos talleres mecánicos por cuadra) y de músicos. Tango y rock and roll siempre presentes, ahora también cumbia. Ha sido cuna de muchas bandas, algunas conocidas, como Viejas Locas (Piedrabuena y Celina), Callejeros y Villanos. En sus noches se percibe una fina niebla, iluminada parcialmente por los viejos faroles del alumbrado, se oyen ladridos de perros (que abundan), tiros lejanos y muy cercanos, y una especie de rumor difícil de clasificar que interrumpe con frecuencia el diálogo en las veredas, quizás una especie de pasado, un sonido de pasado, un gol de Tino en el campito mezclado con la risa de los pibes del grupo Perseverancia y las puteadas de Carlitos el borracho.
Villa Celina – Juan Diego Incardona – La Otra Orilla – Mayo 2008
Juan Diego Incardona: El Escritor Chabón del Barrio Peronista
El bar de Palermo en el que se realiza la entrevista con Juan Diego Incardona parece un enclave de Villa Celina en pleno Palermo Hollywood. Luces de tubo fluorescentes, mesas de fórmica, pisos de granito, cucarachas rubias que salen a hacer turismo gastronómico por las paredes y dos gallegos –“propiamente de Galicia, ¿de dónde vamos a ser, hombre?”– de principios de siglo pasado hacen las veces de mobiliario. El autor de Villa Celina se siente cómodo, se lo nota en una geografía común, pide un café con leche y comienza a hablar con cara de pocos amigos, como tanteando el terreno, como junando de qué va la cosa.
Hace 13 años que es artesano y vendedor ambulante en la zona de Palermo y los fines de semana en Plaza Francia. Fue estudiante secundario del industrial Don Orione, en Villa Lugano, estudió Ciencias de la Comunicación en la UBA y es autor de los libros El ataque y objetos maravillosos. Recientemente escribió Villa Celina, “una novela en relatos”, como le gusta definirla, y que recoge cierta nostalgia adolescente de ese bastión peronista de La Matanza.
Hoy, Incardona, vive en Morón, durante el día escribe y lee y además diseña la web de la interesante revista El interpretador y mantiene al día su blog-bitácora, con días que se empujan en desorden.
–Muchos dicen que su literatura es lumpen-peronista, ¿es cierto?
–No sé si es literatura lumpen, hay algunos personajes que sí son lúmpenes. Pero, ¿cómo se define eso? Yo no me animaría a decir ni siquiera que hago literatura peronista, creo que hago una literatura con una cuestión de pertenencia muy fuerte, no sé si ideológica, pero sí con la idea de justicia social, muy fuerte dentro del peronismo.
– ¿O sea que se trata de literatura política?
–Yo entiendo lo nacional como una vinculación con lo político y la literatura como un discurso que participa de la política y del imaginario de la construcción nacional y de lo cultural. Para mí no es simplemente un entretenimiento, sino que el autor debe desarrollar en la obra un posicionamiento frente a la tradición, frente al contexto histórico y la época y no ser simplemente fabricante de entretenimiento. No la pienso como una técnica. Vengo de Villa Celina, lo primero que escribí fueron canciones de rock y después, cuando empecé a leer, me enamoré de Borges y me puse a leer clásicos. Cuando comencé a escribir lo hacía muy impostado, muy acartonado, con un borgeanismo muy berreta, historias de pretensión universal pero de muy poco vuelo.
– ¿Cuándo se produjo el quiebre?
–Con Villa Celina. Antes creía que escribía alta literatura usando palabras rebuscadas. En mi último libro empecé a representarme; mi escritura se está convirtiendo un poco en eso. Viví 28 años en la misma casa, mi viejo era tornero, matricero, y mi mamá maestra. Por eso fui al industrial, con el sueño del inmigrante del “hijo ingeniero” a cuestas. Mi papá es siciliano y mi tradición religiosa es cristiana. Me formé en la parroquia del barrio, hice catequesis ahí. Era muy importante la parroquia, la sociedad de fomento, la unidad básica, esas instituciones en el barrio quedaban vaciadas de su objetivo original. Cumplían una función social, un espacio de contención. Por eso tengo mucha relación con el peronismo, que era la única fuerza política presente. Es algo muy del imaginario del primer peronismo, que yo no viví, pero que anacrónicamente se conservaba en La Matanza. En los vía crucis, por ejemplo, se cantaba la marcha peronista.
– ¿Villa Celina es crónica, ficción o memorias?
–Algunos cuentos son relatos biográficos, pero están estructurados como ficcionales, tienen la composición de una narración. Yo trabajo mucho el desarrollo, lo argumental. Pero no sé si se definen por lo autobiográfico. Acá hay una anécdota organizadora del relato. Para mí claramente es ficción. Los pienso más como cuentos que como crónicas. Pero, bueno, hoy el cuento está muy desacreditado, entonces, lo vendí a la editorial Norma como una novela en relatos. Lo que es cierto porque, si bien son independientes, el narrador y los personajes son siempre los mismos, se van cruzando, el universo es de novela. Ahora estoy escribiendo una novela que se llama El Campito, es una continuación de Villa Celina.
– ¿Su literatura es similar al rock barrial?, ¿es literatura chabona?
–A veces me acusan de barrialismo, pero ¿qué es el barrialismo?, ¿lo barrial, el barro? A mí me interesa por lo nacional, porque un barrio puede contar la historia de un país. Una gran historia surge de las pequeñas. Si mi literatura es rock barrial o chabón no tengo de qué avergonzarme. A mí no me suena despectivo. Los sentidos de Villa Celina se vinculan con una realidad mayor. Es La Matanza, el conurbano bonaerense, un millón y medio de habitantes, más personas que en tres provincias juntas, si no es nacional lo que pasa en La Matanza, ¿entonces qué?, ¿lo que pasa en Barrio Norte?
Por Hernán Brienza – Crítica de la Argentina – 02-08-08