Los primeros años de la década de 1920 se caracterizaron por una profunda transformación de las costumbres, la cultura y la política. La Primera Guerra Mundial (1914 – 1918) hizo estallar desde los cimientos los paradigmas trabajosamente construidos durante generaciones. Los conceptos de autoridad, moral y otros valores establecidos en el mundo decimonónico, quedaron sepultados en el barro y la sangre de las trincheras europeas. El mito del Progreso Infinito demostró que sólo era un mito. Se hundieron viejos imperios y emergieron otras potencias disputando la hegemonía mundial. La Revolución Rusa triunfante en 1918 demostró que uno de aquellos valores intocables, la propiedad privada, era susceptible de ser reemplazada por la propiedad social, de la mano del primer Estado socialista. Semejante cataclismo, inevitablemente tendría su correlato en la esfera cultural. Mujeres con faldas cortas, fumando en público, practicando bailes desenfrenados y manejando automóviles, impensables diez años atrás, eran la imagen más visible de esos cambios.
La Argentina de entonces, semicolonial en el terreno económico, había alcanzado un interesante desarrollo artístico cuyo eje fue Buenos Aires. En 1922 aparece una revista mural de literatura llamada Prisma dando a conocer las nuevas corrientes estéticas, caracterizadas por las libertades formales. Los libros 20 poemas para ser leídos en el tranvía de Oliverio Girondo (1922) y Fervor de Buenos Aires de Jorge Luis Borges (1923) respectivamente, son las primeras expresiones de esa corriente renovadora que rompe con autores y estéticas consagradas. A Prisma le siguen Proa y en 1924, Martín Fierro; conducida por Evar Méndez. La revista rápidamente nuclea a una cantidad de jóvenes escritores que comulgan con las nuevas tendencias, convirtiéndose así en un verdadero movimiento. Córdova Iturburu, César Tiempo, Oliverio Girondo, Jorge Luis Borges, Macedonio Fernández, Leopoldo Marechal, Raúl Gonzalez Tuñón, Ricardo Gûiraldes, son algunos de los nombres que protagonizan esa aventura estética.
El grupo funcionaba en un piso de Florida y Tucumán, en el Centro porteño. Esa proximidad con la calle antaño más elegante, le valió el nombre de Grupo Florida.
Pero en el sur de la ciudad, en la calle Boedo, surge otro núcleo de escritores con claras inquietudes sociales. Se los podría definir como herederos de autores como Florencio Sánchez y Evaristo Carriego, quienes ahondaron en el drama social de su época y lo plasmaron en literatura. En Boedo descuellan Alvaro Yunque, Leónidas Barletta, Elías Castelnuovo entre otros, y practican el realismo y el naturalismo con un claro sentido de denuncia de las injusticias sociales. Entre ambos grupos (Florida y Boedo) se establece una larga polémica acerca del tipo de literatura que practicaba cada cofradía. Sintéticamente, Boedo acusaba a Florida de practicar “el arte por el arte” y éste criticaba a los realistas por practicar (paradójicamente dada sus simpatías izquierdistas), un arte conservador. En ese contexto es que Martín Fierro comienza a publicar epitafios dedicados a sus rivales y muchos otros autores ajenos a Boedo; piezas que se convierten en un cuasi género literario, en razón del ingenio y creatividad puestos en ellos.
En aqueste panteón / Yace Leopoldo Lugones / Quien leyendo “La Nación”/ Murió entre las convulsiones / De una auto-intoxicación. Fulmina un epitafio al poeta mayor de aquellos años.
Otra estela tuvo como destinatario a Jorge Max Rhode:
Yace aquí Jorge Max Rhode / Dejadlo dormir en pax / Que de ese modo no xode / Max.
Y el infaltable “palo” a Boedo: Aquí yacen “allo spiedo”/ los siniestros pensadores /
Que eran genios en Boedo. / Ahora en qué… ventiladores / Van a introducir el dedo?
La colección de epitafios martinfierristas es muy extensa y no se salvaron de su ironía ni los escritores más respetados de su tiempo. Pero es bueno destacar que si bien la polémica existió entre ambos grupos, nunca alcanzó un nivel confrontativo serio; y varios autores afines ideológicamente a Boedo como el socialista Roberto Mariani y el comunista Raúl González Tuñón, también militaron en las páginas de la revista Martín Fierro. Con su desaparición a fines de la década de 1920, se cerró una de las épocas más brillantes de nuestras letras.
La Revista “Martín Fierro” se destacó en la publicación de epitafios satíricos que tenían como protagonistas a sus propios colaboradores y cofrades. En Internet hay algunos sitios (caso “Epitafios satíricos en la Martín Fierro” (y títulos similares) que reproducen algunos y que son verdaderamente originales.
Soiza Reilly su diarrea
literaria terminó:
Esta su lápida sea:
L.P.Q.L.P.
Aquí yace Jorge Max Rohde.
Dejadlo dormir en pax,
que de ese modo
no xode Max.
Aquí yace bien sepulto,
Capdevila en este osario.
Fue niño, joven y adulto,
pero nunca necesario.
Sus restos deben quemarse
para evitar desaciertos:
murió para presentarse
en un concurso de muertos.
En esta fosa reposa
un poeta arrabalero.
No habrán tenido otra cosa
para tapar el agujero