De muy chico tuve una fascinación por dibujar y pintar, dibujaba todo lo que veía y se me cruzaba, pasaba horas sentado o acostado en el suelo plasmando en líneas mis interpretaciones, al principio me fui mucho por el mundo de la fantasía y dibujos animados que veía, pero pasado un tiempo y tras un fuerte impacto que produjo en mi psiquis el temprano fallecimiento de mi padre y abuelo materno, la muerte se volvió en un objeto de culto, miedo y gusto, el cual que me llevo a dibujar toda clase de imágenes que ella me figuraba, cosas como calaveras, brujas, demonios y demás del mismo estilo, las cuales utilice como un método de expresión y descarga emotiva.
De chico comencé a ver los tatuajes en la gente, ya sea en la calle o en la playa y ver lo que me producía, me parecían hermosos y me daban miedo, como una especie de prejuicio por no comprenderlos, por lo tanto al comenzar mi adolescencia, se me dio por dibujarme los manos y los brazos, mi vieja me quería matar, pero ya se daba cuenta de que eso iba a ser un camino de ida; fue en la adolescencia donde se lo plantee y las palabras de ella fueron directas “en mi casa, mis reglas y te prohíbo que te hagas un tatuaje” y así fue la cosa, tan solo me dio permiso para hacerme un arete en la oreja, pero nada más.
Cumplidos los 20 años y siendo todavía un pendejo, llegó la mudanza a Capital y la independencia de las ordenes de mama (un sentido de rebeldía cuasi adolescente) y con eso la idea de “ahora me voy a hacer lo que quiera”, en menos de un año y con la poca guita que ganaba, me hice un arete en la ceja, uno en la lengua y mi primer tattoo.
Fue en una de esas galerías de Belgrano sobre avenida Cabildo, donde solo había rockerias, casas de discos, algún que otro local de ropa oscura y locales de tatuajes y piercings, ya que esos tugurios mal vistos suelen estar todos juntos, cosa que “los oscuritos” y “la gente rarita” se junten todos en un solo lugar; me lo hizo un pibe todo tatuado (cliché), era una estrella pentáculo invertida con 5 runas nórdicas con identidades de fuerza, familia, amistad, respeto, valores y prosperidad, quedó muy grueso y oscuro, siendo que las agujas y maquinas buenas todavía no eran moneda corriente en mercado del tatuaje de nuestro país, con mucha emoción y muchos nervios ese fue mi primer tatuaje.
Si bien en mi mente se cruzaban las reglas de mi vieja y quizás su cara de asombro al verlo, me sentía contento, sentía que había cruzado una línea, había roto un círculo social para crear uno nuevo, uno basado en mis propias reglas; ese fue el primero de varios y totalmente en contra de mis propios prejuicios, a mi madre le terminaron gustando y es el día de hoy que me lo recuerda “de chico ya te gustaba pintarte las manos y los brazos, que más podía esperar?”.