Al fin pasiones. Dos alas de un mismo pájaro. Iguales. Solo que el amor mata cuando hiere. Y el odio nunca muere cuando se siente herido. En el revoltijo de sístoles y diástoles la vida herrumbra corazones rotos. Juega a la ronda catonga. ¿Dónde? En el “circuito del odio”, un área cerebral de actividades neurológicas que cobija a esos dos ardores en apariencia antagónicos, el amor y el odio. Al fin y al cabo, se diría, sensaciones movidas por sentimientos encontrados. Nada de eso. El uno y el otro abrevan en idéntica fuente. Son la misma complicada y jodida cosa, separadas apenas por una delgada línea invisible. Cabría entonces, camino a la necedad de un injustificado atropello, aquello de “porque te quiero te apaleo”. No permita el destino, por favor, el desarrollo de tamaño desatino minimalista.
Una investigación de la Universidad de Londres, editada por la revista de la Biblioteca Púbica de Ciencia (Plos One), reveló el mecanismo del cerebro humano que franquea las puertas del odio. La zona en la que se inicia esa poderosa emoción, curiosamente, o no, está íntimamente relacionada y localizada al área donde se procesa el amor. Pero no es cualquier amor. Hablamos de circuitos cerebrales activados en estructuras asociadas al amor romántico y al amor maternal.
Ya en sus tiempos. Empédocles (activo propiciador del fondo blanco) dio cuenta del odio y el amor como motores fundamentales del comportamiento social y la evolución de la especie humana. Dentro del amor, rige un momento de plenitud, de estabilidad y tranquilidad.
Simultáneamente puede surgir, según el filósofo, un odio que corrompa, disgregue y destruya.
Los dos principios se encuentran en lucha. Prima una suerte de dialéctica que entrelaza, separa y une el movimiento de la realidad, que necesita del amor, obviamente, o del rechazo.
“El odio a menudo es considerado una pasión malvada que debe ser reprimida, controlada y erradicada. Aunque, para los neurobiólogos, el odio es una pasión tan interesante como el amor”, piensan los profesores Semir Zeki y John Paul Romaya, quienes dirigieron el estudio. “Al igual que el amor, el odio a menudo parece ser irracional y puede conducir al individuo a conductas heroicas o malvadas. ¿Cómo es posible que dos sentimientos tan opuestos conduzcan al mismo comportamiento?” Y si, es posible.
De todos modos, la respuesta está en los scaners cerebrales que se hicieron mientras los voluntarios observaban fotografías de rostros odiosos a neutrales. A veces las pantallas se encendían como arbolitos de Navidad. Ellos aseguraron sentir odio, pero su actividad neurológica era muy similar a la provocada por el amor.
Todos, salvo un político de fuste, se conocían; eran amigos, ex amantes y compañeros de trabajo. Un detalle para facilitar la idea de cuan ligados están el amor y el odio a la vida cotidiana. En todos los casos se produjo actividad cerebral en zonas que pueden ser consideradas el “circuito del odio”. Incluye estructuras en la corteza y la subcorteza cerebral y tiene componentes que se activan cuando se genera una conducta agresiva. Es un área que tiene una función crítica a la hora de predecir la conducta y el comportamiento de otros sujetos, un alerta fundamental cuando se prevén enfrentamiento.
Los investigadores quedaron sorprendidos al descubrir que simultáneamente se activaban dos estructuras de la subcorteza cerebral, el putamen y la ínsula. Es que son sensibles a estímulos puntuales del amor romántico. Esta presencia de segunda vuelta y los actos agresivos se explican en situaciones en las que un rival puede representar una amenaza de pérdida para el amor anhelado.
Grandes partes de la corteza cerebral, vinculadas al juicio y al razonamiento, se desactivan en un contexto amoroso, mientras que el odio requiere solo un pequeño territorio libre o desactivado. Curioso, verdad, porque tanto uno como el otro representan pasiones que nos consumen, o agotan, totalmente. Es cierto que el amor romántico está dirigido a una sola persona (bígamos abstenerse) el odio, en cambio, se despacha a discreción, y cuanto más destinatarios, mayor es la probabilidad de acertar un pleno.
Odio y amor, el combustible que nos mueve en una y otra dirección y nos justifica desde que un Homo Sapiens, 50.000 años antes de Cristo, sacó su pene a ventilar y orinó sobre sus congéneres de caverna al tiempo que proclamaba una famosa frase: “Yo, con mi arte tengo”.
Por Lorenzo Amengual – Debate – 22-11-08