El osario reducido a cenizas de Aparicio Luna, gaucho entrañable y buen patriota, abuelo paterno de mí amigo “Pilín” Luna, evoca un episodio notable ocurrido en nuestra llanura pampeana. No hay mausoleo, tumba ni señal alguna que lo recuerde. Apenas vive en la memoria de quienes lo conocieron por razones de circunstancia. Sus restos, primero calcinados por el sol a campo abierto, descansan cerca de los pagos de Balcarce. Están depositados en una piadosa urna funeraria, como al pasar provista por algún cristiano diligente. El fantástico episodio se consumó durante todo el tiempo que tardó el verano de 1945 en llegar al invierno de 1946. Horas y horas, días, semanas eternas, meses en posición de espera. El acecho sin pausa.
Durante ese lapso el hombre aguardó. Junto a su jauría, munición de máuser que iba en camino y no llegó nunca. La necesitaba para cerrar el círculo. Se trataba de abatir a un puma acorralado por los perros en unos espinillos. Le seguía el rastro desde una mortandad de ovejas. Y lo asedió en la persecución hasta que cayó en la cuenta de que había disparado la última bala. El felino estaba herido. Pero nada. Mostraba los colmillos. Desafiaba. Faltaba apenas el tiro de gracia.
Paisano de palabra, esperó y esperó. Hasta que el tiempo empezó a estirarse. Y se hizo interminable. A tal punto que en el plantón lo sorprendió la muerte. El puma nunca dejó los árboles. Y los perros, acechantes hasta el final, corriendo igual suerte que su dueño. Allí quedaron por un buen tiempo los esqueletos. La gente se santiguaba adusta y pedía protección al Señor cuando pasaba cerca.
Apareció Luna era buen Observador. Tenía el don que la tierra reserva a sus hijos elegidos. Usó el dilatado tiempo de espera sin otra cosa, sin otro objeto que esperar. Decidió entonces metamorfosearse con sus perros. Y creyó descubrir cosas. Contaba a quien quisiera escucharlo del comportamiento ejemplar de sus mastines y de su apego al bostezo. Si, los canes imitaban al dueño, abrían la boca si él la abría y bostezaban hasta caer ovillados a sus pies.
No había mejor diversión en aquel páramo verde, durante la espera de agobio, mientras aguardaba por el puma, que iniciar una cadena de bostezos. Interacción de hombre- perros- hombre, el milagro de Aparicio. Había aprendido en estas cuestiones de rodar la vida, que el bostezo correspondía a un signo de cansancio y era también un antídoto al estrés extremo. La preocupaba, si, que sus amigos, vecinos y parientes no creyeran ni una coma en la aptitud de su jauría bostezadora.
Hasta aquí, para la ciencia, solo los humanos y sus parientes cercanos, los primates, eran capaces de producir bostezos contagiosos. Ahora, un trabajo del equipo científico del Birkbeck College de la Universidad de Londres amplia esa frontera y la hace extensiva a los perros. A la luz de esta experiencia, bien puede decirse que Aparicio tenía razón. Sus dogos seguramente fueron capaces de bostezar. Creo y concedo el beneficio de la duda. El hombre merece, cuanto menos, una reivindicación histórica. Aunque no sé a quién hacérsela llegar porque, “Pilín” Luna, mi amigo, ya partió en uno de esos viajes de los que no se vuelve.
En el trabajo titulado Cartas de biología los investigadores dicen: “Los perros tienen una capacidad especial para leer la comunicación humana. Responden a cuanto se les apunta y señala”. Los resultados indican que la capacidad de identificación con los humanos es una de las características salientes de su relación que ya lleva quince mil años ininterrumpidos.
Maravilla saber que hay perros dotados naturalmente para el aprendizaje de los gestos sociales humanos, situación que muchos humanos usufructúan en beneficio propio.
La pregunta del millón es por qué bosteza la gente, y los perros, claro. Nadie lo sabe a ciencia cierta. Fue asociado al sueño, al aburrimiento, al estrés y a los bajos niveles de oxígeno en la sangre. Pero no. Nada de eso. El bostezo es un recurso de nuestro organismo para enfriar el cerebro y mantenerse en estado de alerta. Lo dice un equipo de la Catedra de Psicología de la Universidad de Nueva York encabezado por el profesor Andrew Gallup, y es de fiar.
El bostezo, intenta probar la teoría, regula la temperatura cerebral cuando otros sistemas del organismo no hay hecho lo suficiente. Los trabajos con voluntarios vienen a demostrar que respirar solo por la nariz, mientras se aplican compresas frías sobre la frente, garantizar un cerebro más frio y más lúcido.
¿Qué dirán los perros?
Por Lorenzo Amengual – Debate – 29-11-08
Bostezo
¿No te aburre asistir a esta sequía
de los sentimientos? ¿a esta
chafalonía de los vencedores?
¿al promesario de los púlpitos?
¿al fuego fatuo de los taumaturgos?
¿al odio de los viscerales?
¿no te empalagan los alabanceros?
¿la caridad de los roñosos?
¿el sesgo irónico de las encuestas?
¿los mentirosos constitucionales?
¿no te amola el zumbido de los frívolos?
¿las guasas del zodíaco?
¿el vaivén de la bolsa?
¿no te viene el deseo irreprimible
de abrir la boca en un bostezo espléndido?
pues entonces bosteza / hijo mío / bosteza
con la serenidad de los filósofos
y la cachaza de los hipopótamos
Mario Benedetti