Mariano Moreno, quien no intervino protagónicamente en los turbulentos días previos al 25 de mayo, se transformó rápidamente en el líder de la revolución contra España. Fue el equivalente de Robespierre en el Río de la Plata, convencido de que el terror era el único medio que garantizaba el éxito a una situación tan precaria como la de la Junta de Mayo. A su pluma se debe el “Plano de Operaciones” en el que se detallaban los medios revolucionarios (se sospecha que el borrador inicial también corrió por cuenta de Belgrano): “Debe observarse la conducta más cruel y sanguinaria con los enemigos de la causa; la menor semiprueba de hechos, palabras, etc. contra la causa debe castigarse con la pena capital, principalmente si se trata de sujetos de talento, riqueza, carácter y alguna opinión; a los gobernadores, capitanes generales, mariscales de campo, coroneles, brigadieres que caigan en poder de la causa debe decapitárselos”. En cambio a los amigos había que disimularles “si en algo delinquiesen que no sea concerniente al sistema pues en tiempos de revolución ningún otro delito debe castigarse sino el de infidencia y rebelión contra los sagrados derechos de la causa, todo lo demás debe disimularse”. Los jueces “deben ser personas de nuestra entera satisfacción que sean adictos para estorbar el apoyo de los ambiciosos y perturbadores del orden público; aun en los juicios particulares debe preferirse siempre al patriota, a quien se le debe proporcionar mejor comodidad y ventajas”. Se completa la estrategia montando una oficina de “seis u ocho sujetos que escriban cartas anónimas, fingiendo o suplantando nombres y firmas para sembrar la discordia y el desconcierto, cuidándose de indisponer los ánimos del populacho contra los sujetos de más carácter y caudales pertenecientes al enemigo”. Que había decisión en la Primera Junta para cumplir con tan severos postulados se confirmó cuando la insubordinación de Córdoba forzó el envío de una fuerza militar a las órdenes de Castelli y de Ortiz de Ocampo que fusiló a Liniers, héroe de las invasiones inglesas, y a sus cómplices. French, sin Beruti, fue encargado de los tiros de gracia.
Uno de los mitos sobre Mayo es que se trató de un movimiento que surgió del pueblo. Su origen fue un “putsch” de un sector de la clase “decente” de criollos levantiscos aliados estratégicamente con españoles adinerados que bregaban por el libre comercio en contra de partidarios del virrey que pretendían mantener el comercio monopólico con la metrópoli y que no le hacían ascos a prestar fidelidad a Francia. El compromiso popular con Mayo tuvo que esperar a que la presión ejercida por el grupo de choque los “infernales” de French y Beruti y la amenazante participación de las milicias, sobre todo patricios, obligara a los realistas a convocar el Cabildo Abierto del 22.
En los tiempos que sucedieron a Mayo se perfilaban ya las posiciones que con las modificaciones de los tiempos y las circunstancias se prolongan hasta hoy: un bando más apegado a las tradiciones criollas, hispánicas y cristianas, el de los “saavedristas”, provincianista, próximo a la “chusma” del puerto y del interior, mal calificado por el hábito como “conservador”. Con lógicas salvedades puede hablarse de la anticipación del “federalismo”. Por el otro, los “morenistas”, que tomarían de su difunto líder el fervor revolucionario, su apego al iluminismo europeo y su desconfianza en lo telúrico, su porteñismo centralista y elitista. Esto sería evidente en el decreto de “supresión de honores” del 6 de diciembre de 1810 que Moreno fundó en que se hallaba “privada la multitud de luces necesarias para dar su verdadero valor a todas las cosas, reducida por la condición de sus tareas a no extender sus meditaciones más allá de sus primeras necesidades”. Fueron los avanzados del “unitarismo”.
El “morenismo” protounitario, reunidos en la “Sociedad Patriótica”, después de la muerte de su líder, conspiraron abiertamente en contra de Saavedra, tanto que los rumores de una inminente asonada corrían en las casas y en las calles de Buenos Aires y hasta circularon los nombres de quienes ocuparían los mas altos cargos. Sorpresivamente en la medianoche del 5 de abril de 1811 la ciudad asistió atónita al espectáculo de riadas de gauchos, indios, mulatos, orilleros que venían de la campaña y de los suburbios plebeyos de la ciudad y que ocuparon la Plaza de la Victoria en apoyo de don Cornelio y los suyos. Fue una reacción espontánea el pueblo humilde acaudillado por el abogado de las orillas Joaquín Campana, uno de los “expulsados” de nuestra historia oficial, contra las “gentes de posibles” y los jóvenes “alumbrados” de la Sociedad Patriótica pro considerar que pretendían dar a la Revolución un sesgo elitista y extranjerizante que no comprendían y tampoco compartían. Fue la primera “pueblada” de nuestra historia que tendría su máxima expresión, ciento treinta y cuatro años más tarde, el 17 de octubre de 1945.
Por Pacho O’Donnell – Noticias – 10-04-10