Los cuatro terráqueos se encuentran con una sirena que llevaba grabado en sus piernas el nombre de Bairoleidi.
Bosquejo de una Líder
En cierto modo sentí emoción al ver en tierras marcianas una mujer que parecía dominar el entorno. Su voz de agua emitía silbidos intermitentes. Hubiese querido que mi tercer ojo no sufriera la frustración de no entenderle, en general con ese ojo había podido entender el idioma de los Baktron e incluso a Chaofair con su lengua de volcán. Pero Bairoleidi era distinta. Me inauguré en el arte de la adivinación, un poco porque Aristotelius me llenó de preguntas y otro poco porque creí hallar en esos silbidos espaciados un nuevo sistema de comunicación similar al taquigráfico terrestre.
La mujer de ojos lánguidos se internó en el lago, así como ella me excedía en relación a la comprensión de su ser, también me sentí superada por los peces que la rodearon, eran similares a los peces koi, con una gran diferencia: eran estrellas. Estrellas que daban saltos entre el suelo, el agua y el cielo marciano. En todo momento parecían estar a merced de Bairoleidi, sin embargo, uno de los peces dorados me miró como se mira a una niña que debe abrir la puerta de la razón y el entendimiento: fijo, sin rodeos, procurando que yo me acercase por curiosidad. Y así lo hice. Fue en ese instante cuando la sirena abrió los aros de sus brazos y nadó. El ruido del chapoteo hizo que dos seres nuevos se hicieran presentes. Retrocedí como pude entre la bruma que Chaofair provocó con su aliento de fuego en dirección al lago, y me amparé tras una superficie rocosa de apariencia oscura, lo mismo hizo Aristotelius transformado en intuición pura.
Intuyó que Bairoleidi nos petrificaría, intuyó que el gran pez Koi era su rehén, intuyó que nos sometería a nosotros, los terráqueos y es más, tomó conciencia de que esos nuevos seres robóticos vendrían por nosotros. Fue Aristotelius quien nos dijo que los apodaría Clark y Serafina para diferenciarlos de los otros robots que habían venido en nuestro viaje. Sí, debo decirlo. El proyecto Gribón contemplaba una comunidad nueva entre terráqueos y androides. Pero nuestros androides estaban en sintonía con nuestra apariencia física, en cambio Clark y Serafina eran muy distintos: sus rostros semejaban a los de los humanos, pero sus cuerpos de materia ignorada se notaban sofisticados. En cada mano parecían tener ojos superpuestos, o al menos así los percibí, apuntando directamente a nuestra razón e intelecto. Me puse a pensar que sería de nosotros si no podríamos distinguir entre lo natural y lo artificial, si nuestra conciencia pacífica era absorbida por ellos, si nuestra capacidad intelectual era borrada como tierra arrasada. Llegué a la certeza de que debíamos huir hacia el campamento de nuestra Estación Marciana Alpha. Así lo dije. Y fue entonces cuando Ansidorio Real, el gran Ansidorio, habló de la superpoblación de la estación, habló de nosotros como los expulsados, y temblé, a tal punto que ni el aliento de Chaofair, ni la oratoria de Aristotelius pudieron impedir que corriera hacia el lago perfecto. Después de todo, si había que morir sería mejor al lado de los peces koi y no entre androides que vienen a someternos.
Texto: Ana Caliyuri
Ilustraciones: Obras de Tadeo Zavaleta de la Barra.