Juan Sasturian arma la novela más capciosa y entretenida de los últimos diez años en una Buenos Aires saturada de gimnasios, locutorios y locales de tatuaje, con las huellas digitales de la liviandad y el progreso ensuciándole los bordes. Disfrazada de folletín modesto en el que todo se resigna para que la acción avance, La lucha continua es perfecta en su ritmo y su complejidad. Si la literatura nos gusta, no hay argumentos para dejarla pasar.
Para Pedro Pirovano que empezó con una señal equívoca -atajarle un penal al presidente- siguió de mal en peor.
El diputado Rugilio quiere institucionalizar el Día del Arquero con su complicidad, el contrato de Alemania tarda, la ex mujer exige que le prohíba a la hija adolescente el tatuaje, la joven amante llegará tarde o temprano. Para colmo, dos personajes irrumpen en la oficina.
Son Roperio y El Troglodita, ejemplos de un oficio en vías de extinción: luchadores de catch, integrantes de la troupe llamada anteriormente Gigantes en el Ring. No buscan el mítico Etchnike, vecino de Pirovano en un pasado no demasiado reciente. La realidad se ordena de otra manera. Es decir, se acorta para que todo corra peligro: el dragón del tatuaje del brazo de la hija termina convertido en un fax amenazador; en su paseo matinal por la Costanera Sur, Pirovano encuentra un bulto que no es otra cosa que un cadáver. Y cuando todo parece un callejón sin salida, el antihéroe con nombre de apóstol y apellido de hospital se va para arriba.
Una cúpula de la avenida de Mayo permite la escena que reúne los detalles más intrínsicos de la narrativa fantástica y la historieta de ciencia ficción en la Argentina: el encuentro de Subjuntivo y el Catcher. Una prosa con estilo propio y una ironía capaces de obligarnos a revisar por placer toda la literatura negra norteamericana son los recursos sonoramente evidentes.
Cristina Eseiza
Profesora en Letras UBA
Escritora