Un epitafio es una inscripción que se coloca sobre una tumba, preferentemente sobre una lápida. Es el resumen de una vida tallado sobre la piedra que recuerda el alma misma de esa persona, algunos han dejado su epitafio previendo la partida, como en el de Moliere (1622-1673), que dejo escrito: “Aquí yace Molière, el rey de los actores. En estos momentos hace de muerto y de verdad que lo hace bien”.
Generalmente son mensajes o expresiones que motivan a pensar, aunque hay algunos que ni siquiera después de la muerte han dejado la jocosidad y han escrito epitafios como éste: “Si no viví más, fue porque no me dio tiempo”. (Marqués de Sade)
También está ese mito, una leyenda urbana sobre algún epitafio, como el caso del gran Groucho Marx (1890-1977). En realidad no dice “Disculpe que no me levante”, sino que solo lleva la estrella de David, su nombre y apellido, y la fecha de nacimiento y muerte. La frase sí es de Groucho, la dijo durante una entrevista donde manifestó que le gustaría que ese sea su epitafio.
También es falsos las palabras atribuidas a la tumba del compositor alemán Johann Sebastian Bach (1685-1750) es: «Desde aquí no se me ocurre ninguna fuga». Sin embargo, en su sepulcro, que se encuentra en la Iglesia de Santo Tomás, de Leipzig (Alemania) únicamente podemos leer el nombre del artista. Bach, reconocido como el genio del Barroco, murió a los 65 años por una apoplejía complicada por una neumonía.
Destruidos los mitos, volvemos sobre el tema y este conmovedor mensaje póstumo: “Aquí reposan los restos de un ser que poseyó la belleza sin vanidad, la fuerza sin la insolencia, el valor sin la ferocidad, y todas las virtudes de los hombres sin sus vicios”. Algo muy irónico de parte de Byron (1788-1824), quien le dedico estas hermosas palabras a Botswain, su leal y fiel perro
Claro está, que hubo grandes y reconocidos actores en cuatro patas. “Querido Dios: por favor, dale tu amor a Lassie; ella dio mucho del suyo”. Esto está escrito en la tumba del Collie más famoso del cine y la televisión.
Lassie fue una perra Collie (en realidad era un macho llamado Pal) creada por Roddy McDowall para la serie Lassie vuelve a casa. El éxito del personaje hizo que la historia se adaptase al cine en 1943. A esa película siguieron otros títulos, como El coraje de Lassie, en la que debutó como actriz Elizabeth Taylor. Años después, Lassie saltó a la pequeña pantalla con una serie propia de televisión. Este epitafio es el que aparece en la tumba de la Lassie/Pal original, que falleció en Hollywood en 1958, a los 18 años de edad, y fue enterrado en Los Ángeles.
Todos aquellos que vivimos una infancia con cuatro canales de televisión, tres ediciones de diarios por día y escuchando Radio Colonia, seguramente recordaremos a Rin Tin Tin, un perro actor que protagonizó varias películas entre 1923 y 1930. El personaje tuvo tanto éxito, que Rin Tin Tin llegó a tener su propio programa de radio que narraba sus aventuras y en el que él se limitaba a ladrar. El éxito de sus películas hizo que, una vez fallecido el animal original, se rescatara al personaje para una exitosa serie de televisión de los 60. En ella el papel de Rin Tin Tin era interpretado por otros perros, que compartían cartel con el inseparable amigo de este héroe canino: el cabo Rusty, encarnado por el niño Lee Aaker. El perro está enterrado en el cementerio zoológico de Asnières (París). Su epitafio es muy simple y pone en dimensión su talento: “La gran estrella del cine”.
Otros epitafios plantean la vida desde la muerte, como Enrique Jardiel Poncela (1901-1952) fue un escritor, dramaturgo y humorista madrileño, autor de obras como Eloísa está debajo de un almendro, Los ladrones somos gente honrada o la novela La tournée de Dios. “Si buscáis los máximos elogios, moríos” o la del Coronel Francis Chartres (1672-1732)“Desapareció en combate, apareció aquí” Siguiendo con esta temática está el de Martin Luther King (1929-1968) “Libre por fin. Libre por fin. Gracias Dios todopoderoso. Soy libre por fin”.
Hay tumbas donde se pueden leer reproches maritales como un tal Anthony Drake de Massachusetts: “A la memoria de Anthony Drake, que murió buscando paz y silencio, su esposa constantemente lo molestaba y busco reposo en un ataúd de 12 dólares”. “Aquí yace mi marido, al fin rígido”, o “Aquí yaces y haces bien. Tu descansas y yo también”.
Otros evocan amablemente a la mujer amada “Viniste en sueños, viviste en mi corazón, fuiste parte de mis pensamientos, hermosa dama te extrañamos” (Araceli Zatsepam, en Hollywood Memorial Park, California, EEUU).
Las desavenencias matrimoniales suelen ser una fuente inagotable de recuerdos póstumos o mejor dicho de recriminaciones eternas: Unos lo hacen con un afortunado adiós: “Señor, recíbela con la misma alegría con la que te la mando”, y otros solo evocan la relación distante que los unió: “Aquí yace mi mujer, fría como siempre”.
Muchos epitafios invocan la piedad divina: “Jesús mío, misericordia”, puso Al Capone (1899-1947) sobre su tumba. Este rey del hampa, pasó gran parte de sus últimos años de reclusión en el hospital de la prisión y finalmente fue liberado el 16 de noviembre de 1939.Estaba arruinado, físicamente débil y con la mente deteriorada. Se retiró a su propiedad de Miami Beach, Florida, donde se recluyó del mundo exterior. El 21 de enero de 1947, Capone sufrió un derrame cerebral, y murió cuatro días después de neumonía. Fue enterrado en el Cementerio Mount Olivet y trasladado al Cementerio Mount Carmel al Oeste de Chicago, junto a los restos de su padre y de su hermano.
Es clásico el irónico epitafio de Diógenes en el siglo quinto antes de nuestra era cristiana que decía: “Al morirme, échenme a los lobos. Ya estoy acostumbrado” o el de Frank Sinatra que dice: “Lo mejor está aún por llegar”.
Un genio llamado Mark Twain escribió los diarios de Adán y Eva. Y colocó en la tumba de Eva el siguiente epitafio: «Dondequiera que ella estuviera, allí se hallaba el Paraíso»
Otros dejan registrado el tema de la Fe que abrazaron en sus últimos años de vida. “Servir a los demás es el alquiler que pagas por tu hueco en el cielo”, está escrito en la lápida de musulmán Muhammad Ali (Estados Unidos, 1942-2016), o Cassius Clay antes de convertirse al islam. Alí fue uno de los grandes boxeadores del siglo pasado y debajo del ring un militante de los derechos civiles y humanos de las minorías en los Estados Unidos, en especial sobre la franja de afroamericanos y se opuso a la guerra de Vietnam, hasta el punto de declararse objetor de conciencia para no ser enviado al frente. Aquejado de la enfermedad de Parkinson durante décadas, falleció en 2016.
Del más grande sobre un cuadrilátero al Mejor? sobre un auto. Ayrton Senna (Brasil, 1960- Italia, 1994) fue piloto de Fórmula Uno, campeón mundial por triplicado. Formó parte de escuderías como Lotus, McLaren, Williams. La admiración con nuestro Juan Manuel Fangio era mutua, tanto fue así que el quíntuple campeón jamás se enteró de la muerte del brasileño por recomendación de sus familiares porque lo iba a afectar en su salud.
En su tumba se puede leer “Nada me puede separar del amor de Dios”. Ayrton nunca ocultó su fervor religioso. Su fe llegó hasta el punto de afirmar que Dios conducía con él, pero algo falló el 1 de mayo de 1994 en el Autódromo de Monza, porque el brasileño se salió en una curva y falleció al estrellarse contra uno de los muros de cemento. El cuerpo de Senna fue trasladado a su Brasil natal y fue enterrado en el cementerio Morumbi de San Pablo.
Hay epitafios netamente familiar, como el de Rocío Jurado: “Tu esposo, hijos, hermanos, nietos, sobrinos y familiares siempre te llevarán en el corazón”. Nacida en Cádiz, 1946, esta cantante de copla, flamenco y canción melódica triunfó en su país y en Latinoamérica, falleció Madrid, en 2006.
Sorprende lo que se puede leer en el último descanso de Michael Jackson, más que un epitafio parece un Curriculum Vitae, “Compositor, cantante, productor, bailarín, coreógrafo, filántropo, miembro de los Jackson 5, solista, 13 singles número 1, 13 Grammys, 197 premios y 37 Top 40 Hits. En el paseo de la fama del Rock and Roll y leyenda de la Motown. Se marchó demasiado pronto”.
Algo menos vanidoso es el de Lemmy Kilmister, fundador, líder y bajista de Motörhead, banda que inició su carrera en 1975 y que estuvo activa hasta su fallecimiento en 2015. “Nací para perder, viví para ganar”, dice. Entre los diferentes tatuajes de Lemmy, destacaba uno en el que aparecía un as de pica, en el que se podía leer “Nacer para perder, vivir para ganar”. Una frase que, tras el fallecimiento del músico, fue conjugada en pasado.