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La Campaña del Desierto
Pros y contras de una decisión en donde se perdió la oportunidad de crear un sistema equitativo de repartición de tierras
La Campaña del Desierto

La Campaña del Desierto fue una decisión geopolítica correcta. Y, podríamos decir, urgente. De no ocupar Argentina la Patagonia lo hubiera hecho otra nación extranjera. Chile, estimulada por Sarmiento exiliado, ya lo había hecho en el estrecho de Magallanes y reivindicaba sus derechos acompañado de una carrera armamentista que puso a ambos países al borde de una guerra.

En cuanto a Gran Bretaña es casi milagroso que no lo haya hecho dado la inmensa importancia estratégica de un territorio que le hubiese permitido controlar la comunicación entre ambos océanos, de la misma manera que con la ocupación de Gibraltar dominaba el paso entre el Atlántico y el Mediterráneo.

Ese había sido el motivo, y sigue siéndolo, de su obstinada presencia en las Malvinas. También Francia puso sus ojos en nuestra región austral y su ejecutor fue el imaginativo “Rey de la Patagonia”, Orelie Antoine de Tounens, cuyas andanzas en 1869 con el apoyo de Napoleón III son habitualmente tomadas en solfa a pesar de que llegó a estar acantonado con su ejército de indígenas sublevados contra la autoridad de Buenos Aires esperando, a orillas del mar, el desembarco de tropas francesas.  

Lo criticable de la Conquista, y no es poco, es no haber hecho más esfuerzos para integrar a los legítimos ocupantes de la Patagonia al mundo de los “wincas” (blancos) en vez de la política de confinación y exterminio. Se cumplió con el concepto que los “dueños” de la Argentina tenían de ellos y que había sido expresada por su vocero inclemente, Sarmiento: ”Por los salvajes de América siento una invencible repugnancia sin poderlo remediar. Incapaces de progreso, su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre civilizado”. (Artículos en “El Progreso”, 27.9.1844 y en “El Nacional”, 19.5.1857, 25.11.1878 y 8.2.1879 ).

Estatua de Julio A. Roca – Bariloche – 2012 – Foto Guillermo Batista

También es reprochable el haber permitido que las fértiles tierras ganadas por las armas hubieran ido a manos de quienes ya las poseían en exceso. Entre 1876 y 1903 el Estado argentino regaló o vendió a precio vil 41.787.023 hectáreas a 1.843 terratenientes elegidos entre funcionarios y personajes relacionados con el poder. Sesenta y siete propietarios pasaron a ser dueños de más de 6.062.000 de hectáreas. Entre ellos se destacaban 24 familias “patricias” que recibieron parcelas que oscilaban entre las 200.000 hectáreas de los Luro a las 2.500.000 obtenidas por los Martínez de Hoz.

El comandante Prado, quien participó de la Campaña, en su libro “La Guerra al Malón”, dice con amargura: “Al verse después, en muchos casos, despilfarrada la tierra pública, marchanteada en concesiones fabulosas de treinta y más leguas, al ver la garra de favoritos audaces clavadas hasta las entrañas del país, y al ver cómo la codicia les dilataba las fauces, y le provocaba babeos innobles de lujurioso apetito, daban ganas de maldecir la gloriosa conquista. Pero así es el mundo, los tontos amasan la torta y los vivos se la comen.”         

Se había perdido la oportunidad de crear un sistema equitativo de repartición de tierras como durante su gobierno Sarmiento (sí, el mismo  de párrafos arriba) lo intentó en Chivilcoy.  Una experiencia, calcada de los Estados Unidos, de formar cooperativas de chacras de extensiones moderadas y de alto rendimiento como alternativa al latifundio subexplotado.

Funcionó promisoriamente pero cuando intentó extenderla se encontró con la cerrada oposición de los terratenientes nucleados en la recientemente fundada Sociedad Rural Argentina. Sarmiento respondió airadamente: “Nuestros hacendados no entienden jota del asunto, y prefieren hacerse un palacio en la Avenida Alvear que meterse en negocios que los llenarían de aflicciones. Quieren que el gobierno, quieren que nosotros que no tenemos una vaca, contribuyamos a duplicarles o triplicarles su fortuna a los Anchorena, a los Unzué, a los Pereyra, a los Luros, a los Duggans, a los Cano y los Leloir y a todos los millonarios que pasan su vida mirando cómo paren las vacas”.
Por Pacho O’Donnell – Noticias – 15-05-10

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