Dea Ram desea descifrar el idioma del pez koi. Va a ir a su encuentro porque intuye que él los ayudará en la supervivencia.
La Tentación
Tuve la suerte de que mis compañeros de ruta se recostaran sobre el holograma de un colchón terrestre. Era necesario dormir, dicen que es necesario hacerlo las horas adecuadas para no enloquecer. Siempre le presenté batalla al sueño, más que nada por las pesadillas que me sobresaltaban y que me llevaban al punto de perder, por un instante, el tino. También en Marte me resistía a dormir, aunque por el cansancio de pensar y pensar, hubo momentos oscuros que lo pasé en duermevela. Pero, hoy es otro el objetivo. Mientras todos duermen iré nuevamente al lago perfecto y observaré el cariz del espejismo. No dejo de preguntarme cómo sería Marte sin la posibilidad de verlo con el tercero de mis ojos, quizá a veces es mejor que los sentidos engañen cosa de no tener que preguntarse demasiado ni asistir al vacío de respuestas.
Apenas se durmieron, con los astros del negro firmamento iluminando, cada tanto, mis pasos, usé mi máscara de ecos. Esa máscara me permitía con su inteligencia artificial ubicarme con respecto a los cráteres. Cuanto más profundos eran más se inflaba mi traje, por lo tanto, caer en el vacío era cosa de niños. Tuve paciencia y después de cruzar varios de ellos, me instalé nuevamente frente al lago. Bairoleidi no estaba a la vista, pero sí me incomodó tener cerca a Serafina, con su estúpida mueca cuasi humana apuntando a mi cuerpo con sus ojos misiles y en franca dirección a mí y en compañía de Clark.
—Viniste a ver a Bairoleidi, ¿verdad?—me dijo con su instinto de interrogación programado.
No pensaba decirle mis planes a un robot, tampoco caería en la tentación de hacerle preguntas. Pero, fue Clark quien me leyó el pensamiento.
—Vino por el pez Koi, cree que él, con su sabiduría ancestral será su aliado—repitió con voz hueca.
No pensaba reconocerle su acierto, y tomé mi carta inmortal, es decir ese manojo de creencias que me trascenderían.
—Vine por Gilgamesh y su mundo. Vine también por Bairoleidi— y osada agregué—¿Nos temen a los terráqueos? No todos somos como Ansidorio Real que podría deglutirlos de un solo bocado, aún a sabiendas de morir después.
Y la palabra se hizo hechos y Ansidorio Real se apersonó en el lugar. No sé si habría adivinado mis intenciones o la tentación de comer fue lo que hizo temblar el suelo de Marte, como sea, una nube de polvo cósmico nos dejó en penumbras. ¿En el mundo de las penumbras todo cabe?
Texto: Ana Caliyuri
Ilustración: Tadeo Zavaleta de la Barra