La fecha supersónica, con cuatro pliegues de cada ala y nariz remachada en munición de plomo, le entro por el batido de la nuca a Matilde y, camino al impacto en el pabellón auricular izquierdo, escampó su peinado de permanente. Allí detuvo el vuelo. Técnicamente perfecto.
Pero con final desastre. Un infierno no deseado. La maestra, ajada emperatriz de la histeria, sosegaba a gritos y a golpes de puntero señalador, como podía, las excitaciones del alumnado.
Sin duda redobles incontenibles de la testosterona, que afloraban atados al despertar sexual.
Había dos descubrimientos recientes y deslumbrantes en aquel quinto grado de varones turno mañana: la eyaculación y la ingeniería aeronáutica. Materias a las que se dedicaba empeño artesanal.
Matilde, mujer temible, escribía de cara al pizarrón, tiza de mano, cuando nuestro jet de papel equivocó el rumbo. Una fatalidad de mala leche. Salió como otras veces a surcar el cielo del aula, silencioso, limpio, impoluto, transparente, y una puta corriente de aire frio modificó su planeo y provocó la tragedia. En eso coincidió la junta investigadora del accidente. No hubo confabulados ni conspiración. Fue el destino. Una puerta abierta a destiempo. En fin, cosas que pasan.
Todos fuimos penalmente responsables del episodio, porque la flecha supersónica, nuestro prototipo mas avanzada, nos pertenecía a todos. Imbatible en las evoluciones a cielo abierto durante cada recreo. Aprendí que los vuelos con destino equivocado cuestan caros. Todavía me duelen las cien réplicas del “no debo volar avioncitos de papel en horas de clase”. Matilde había pedido la expulsión del responsable. Luego concedió repetir en escritura la fórmula de arrepentimiento quinientas veces. Un despropósito más que un castigo, como reconoció el propio inspector zonal del Ministerio de Educación. Lo recuerdo por su sobrenombre, “Mortadela” (mitad burro, mitad caballo). Debió ser un buen tipo. Creía que los avioncitos de Matilde terminarían por interesar a los niños en la ciencia.
Newbery (así llamábamos a Matilde), afecta a los trabajos prácticos, nos había instruido en la milenaria practica del origami. Estábamos iniciados en el desconocido arte de la papiroflexia, a la sazón exótica materia extracurricular aplicada a la construcción de aviones de papel. Que hacer con los productos obtenidos sino volarlos a cualquier hora y en todo lugar. Quizás la maestra, agraviada por su propia obra, debió escribir cien veces “no debo darle la espalda a las fieras con los bombardeos de papel”.
En rigor debo reivindicar a Matilde, asombrosa precursora. Me maravilla hoy verificar la existencia de la Asociación Japonesa de Aeroplanos Origami trabajando codo a codo con el Laboratorio de Investigación de la Universidad de Tokio. ¿Qué hacen? Diseña y experimenta con aviones de papel que serán lanzados al espacio exterior y, monitoreados se supone, volverán a la Tierra ¿Para qué? Para demostrar que los avioncitos de papel son el hombre y sus circunstancias, de cara a la vida y el porvenir.
Los aviones bajo prueba miden ocho centímetros de longitud y pesan menos de treinta gramos. Se parecen bastante al Transbordador Espacial. Probados en un túnel de viento hipersónico están hechos de un papel tratado con compuestos resistentes al calor. Hasta ahora los prototipos han soportado vientos de Match 7, equivalente a siete veces la velocidad del sonido. Pero las narices de los juguetes de papel se chamuscan cuando las temperaturas en los túneles de ensayo.
Sin embargo, nadie se desanima, es que el experimento ha llevado a los aviones de papel a límites más duros y exigentes que los que deberían enfrentar en su regreso a la atmósfera terrestre. “Pensamos que, a partir de este experimento, podremos crear nuevos conceptos y en futuro a muy corto plazo otros tipos de aeronaves basadas sobre nuestros diseños”, dijo el profesor Shinichi Suzuki, responsable del programa.
Antes de fin de año lanzarán el espacio cien aviones de papel desde la Estación Espacial Internacional ubicada a cuatrocientos kilómetros sobre la superficie terrestre. Tal vez alguno regrese. Se calcula que apenas el cuatro por ciento tendrá chance de caer en tierra firme. El resto se perderá quien sabe dónde. Probablemente en los océanos.
Como botellas de náufragos portarán mensajes. Bastaría que la movida lograra interesar a un solo niño en la ciencia aeronáutica para que el sueño de Mortadela estuviera cumplido.
También el de Matilde.
Por Lorenzo Amengual – Debate – 23-02-08
Científicos Japoneses Quieren Lanzar Aviones de Papel Desde la ISS hacia la Tierra
Tokio.- Un equipo de científicos e ingenieros japoneses encabezado por el profesor Shinichi Suzuki, de la Universidad de Tokio, está probando un avión de papel con el fin de lanzarlo desde la Estación Espacial Internacional (ISS)) para que planee hacia su descenso a la Tierra.
Según el proyecto diseñado por Suzuki en el Laboratorio de Investigación de la Universidad de Tokio, los técnicos pedirán al astronauta japonés que viajará a la ISS en los próximos meses que lance al espacio desde la estación Internacional un centenar de aviones de papel.
El equipo está probando un prototipo de aviones de papel diseñados por la Asociación Japonesa de Aeroplanos Origami, que se unió al programa del profesor Suzuki para colaborar en el diseño de la nave de papel que irá al espacio. El diseño del avión se asemeja al transbordador espacial. Los modelos probados en el túnel de viento hipersónico del laboratorio son hechos de un papel tratado con un compuesto que aumenta su resistencia al calor.
Montar el experimento lleva tiempo. No es fácil colocar el prototipo en su lugar y luego aplicarle los cables y sensores que medirán las temperaturas a las que será sometido. Los aviones de papel sometidos al experimento miden 8 centímetros de longitud y pesan menos de 30 gramos. Hasta ahora han resistido vientos de Mach 7, es decir siete veces la velocidad del sonido. También han soportado temperaturas de 300º centígrados. En los monitores se aprecia cómo las descargas doblan el ?morro? del avión. Después de seis o siete segundos ya no resiste más. Sin embargo, el equipo no está desanimado. Están probando el modelo hasta el límite. El experimento lo ha llevado a soportar fuerzas más poderosas que las que tendría que enfrentar al volver a entrar a la atmósfera terrestre.
El profesor Suzuki ha apuntado que si puede convencer a la NASA y a la Agencia Espacial Japonesa, JAXA, de permitir que el próximo astronauta japonés lance los aviones, el proyecto ayudaría a inspirar nuevos diseños para vehículos ligeros que regresen a la Tierra y que puedan explorar los puntos más altos de la atmósfera terrestre. «Pensamos que, a partir de este experimento, podremos crear nuevos conceptos y en un futuro a muy corto plazo quizás nuevos tipos de aeronaves basados en este diseño», señaló. Suzuki también confía en que el proyecto induzca a los niños a interesarse por la ciencia. Como el 70% de la superficie terrestre es agua, el equipo del profesor calcula que un avión lanzado desde la estación espacial tendría sólo un 4% o un 5% de posibilidades de caer en tierra firme. Por eso que el astronauta lance un centenar de aviones. La ISS está 400 kilómetros sobre la superficie terrestre y un vuelo con éxito registraría un record histórico para un avión de papel. El equipo de Suzuki proyecta desarrollar un aparato que rastree al avión en su vuelo desde la ISS.
08-02-08 – /actualidadaeroespacial.com