Voces de bronce/ llamando a misa de once…/ ¡Cuántas promesas galanas/ cantaron graves campanas/ en las floridas mañanas/ de mi dorada ilusión!
Ninguna de las mil quinientas campanas que tocan en Roma, capital del cristianismo coronada de seiscientas iglesias, doblan por mí. Sonaría a despropósito para un agnóstico. Sin embargo, las oigo cantar cada día. Din, dan, don. Diiin, daaan, dooon. A toda hora. Llaman a oración.
Embravecen el aire. En particular las oigo los sábado s a las siete menos cuarto de la tarde y los domingos, poco antes del mediodía. A veces, estremecen las mañanas, pero no puedo precisar a qué hora. Aquí y allí, Buenos Aires y Roma, aparecen unidas en sus dimensiones temporales y físicas por un hilo invisible colmado de sonoridad.
El misterio, el encanto y el misticismo, en simultáneo, encienden los sonidos del bronce en la parroquia de San Isidro Labrador, que se levanta en el barrio de Saavedra. Es la frontera norte de la Capital con el municipio de Vicente López el resto del mundo. El aire todavía es diáfano por las noches cuando sopla el sudeste desde el Rio de la Plata. Y el silencio, calmadas las ráfagas, se siente sólido y profundo. El mismo silencio es también, según cuadre, frágil como una entelequia-. Ahí vivo, a escasos cincuenta metros del campanario coloreado y abstraído el hábitat por los tañidos. Y que bien suenan.
Por reglamento, o porque le toca, el campanero, un sacristán, supongo, hace voltear al viento sus instrumentos musicales. Que son eso, antes que nada, liturgia al margen. Instrumentos musicales. Como un violín, un bandoneón o un clarinete. Ni más ni menos. Cada tanto, no siempre, vuelan las campanas. Porque es un arte difícil. Pero cuando la mano manda y sincroniza movimientos interiores, aparece la emoción de los redobles, la festividad de los repiques y los juegos de armonías que suele regalar el bronce.
Todas esas dimensiones de posibilidades y riquezas sonoras habrán pegado fuerte en Gustavo “Cuchi” Leguizamón cuando evaluó la posibilidad de montar un concierto sin par para campanas. Concretado finalmente en 1962, le llevó años de trajinar con fervor una amplia zona del noroeste argentino, ante Tucumán y Salta, con el solo propósito de afinarlas, alinearlas y concederle a cada una su lugar en el pentagrama. No se trataba, claro, de un canto al unísono. Era la música toda entretenida en contrapuntos sublimes.
En que retumbaba en los oídos y el espíritu del “Cuchi” la geografía circundante, las costumbres y la condición humana de la gente como elemento poético central de su trabajo. Y creo para recitarlo en lenguaje rico en variaciones sutiles del tratamiento armónico, plenas de originalidad, pensando su música con absoluta libertad melódica y rítmica.
El “Cuchi” urdía melodías con los zorzales mientras caminaba por la calle Rivadavia en su Salta natal. Los pájaros, por supuesto, le contestaban. El improvisaba o recreaba melodías a puro silbido. Por eso tañían en sus campanas los zorzales, Bach, Stravinsky, Schômberg y Beethoven, en ellos había abreviado con cuidadosa atención al jazz, al folclore a la movida brasileña, a su juicio, la corriente más importante de la música popular americana. “Es el músico quien debe encontrar la razón de su música”, simplificaba. Bien podrían las campanas doblar por el “Cuchi”.
En junio 2008, un festival nacional del toque de campanas en Castelnuovo del Grada, próximo a Verona, convocó a más de tres mil campaneros. Una profesión que se extingue en Roma. En el campanario medieval de la Iglesia de San Nicolás, levantada sobre un antiguo templo, tocó por primera vez una campana bajo el cielo italiano hace más de setecientos años. Casi nada.
Algo ha cambiado en este tiempo. Ya no es posible, a los niños, colgarse de las cuerdas para sacudir el badajo. Basta apretar un botón para que las campanas suenen. Los procedimientos, más sencillos o más complejos, rondan los cincuenta mil dólares de costo Un SCS (sacristán con soga) es más barato.
La tendencia se acentuó durante los últimos treinta años y, según los cultores de la tradición, los romanos han pedido la buena costumbre de disfrutar la ceremonia del toque de campanas los domingos por las mañanas. Incluso en el Vaticano se ha cambiado la cuerda por el botón.
Durante siglos, las campanas indicaron puntualmente la hora, el almuerzo de mediodía, anunciaron la muerte de los papas, recordaron a los fieles el llamado a misa y celebraron las festividades de Navidad y pascuas.
Ahora en Roma, aunque cueste creerlo, una queja por ruidos molestos ante la policía puede interrumpir la ceremonia en cuestión.
Sí, es como echarle cianuro a los dogmas.
Por Lorenzo Amengual – Debate -30-08-08
Misa de Once
Entonces tu tenías diez y ocho primaveras,
yo veinte y el tesoro preciado de cantar…
En un colegio adusto vivías prisionera
y sólo los domingos salías a pasear.
Del brazo de la abuela llegabas a la misa,
airosa y deslumbrante de gracia juvenil
y yo te saludaba con mi mejor sonrisa,
que tu correspondías, con además gentil.
Voces de bronce
llamando a misa de once…
¡Cuantas promesas galanas
cantaron graves campanas
en las floridas mañanas
de mi dorada ilusión!
Y eché a rodar por el mundo
mi afán de glorias y besos
y sólo traigo, al regreso,
cansancio en el corazón.
No sé si era pecado decirte mis ternuras
allí, frente a la imagen divina de Jesús…
Lo cierto es que era el mundo sendero de venturas
y por aquel sendero tu amor era la luz.
Hoy te dirá otro labio la cálida y pausada
palabra emocionada, que pide y jura amor,
en tanto que mi alma, la enferma desahuciada,
solloza en la ventana del sueño evocador.
Nostalgias del corazón.
¡Magnolias, menta y cedrón!
Tango – 1929
Música: Juan José Guichandut
Letra: Armando Tagini
Campanas de la torre oeste. Si hacés el ascenso a la galeria a giorno, vas a poder ver de cerca las dos campanas de esta torre.
Sus datos de fabricación están consignados en sobre relieve. Fueron fundidas en el arsenal de guerra Esteban de Luca, en septiembre de 1921.