La supervivencia estaba en juego, Marte no era un lugar afable dónde vivir. Dea Ram esperaba la ayuda del pez Koi para poder hacer un lugar habitable para los terráqueos.
El Desconsuelo
No deseaba usar en vano al tercero de mis ojos, me estaba adaptando a sus virtudes y defectos.
Seguí considerando la posibilidad de cruzarme con Tantra para negociar nuestro nuevo sistema de vida, es más, si tenía que acudir a algún portal del tiempo para desentrañar el misterio de la supervivencia, lo haría para tener argumentos con los cuáles defender nuestras necesidades primarias. Nuestra hambruna se estaba haciendo demasiado evidente.
Ansidorio Real, el más infeliz de todos nosotros, se sentía desamparado. Para mantener su cuerpo debía comer kilos de rocas marcianas, y ya su mente se estaba deteriorando a pasos agigantados.
En la oscuridad lloraba para no ser visto, anhelaba una rica comida terráquea que nunca obtendría: los parches y pastillas que eran parte de nuestro botiquín de campaña alcanzarían para varios años, pero las píldoras estaban muy lejos de ser una solución.
El caso es que estaba en diálogo con Bairoleidi, cuando apareció Ansidorio Real, con el rostro demacrado y una sensación de nerviosismo extrema. La respiración acelerada, me preocupó.
Apenas le salían unas pocas palabras para explicar su estado de ánimo.
—Dea, voy a morir de desesperación—me dijo Ansidorio con un llanto voluptuoso que mojo el suelo marciano, o quizá fue su vejiga la causante. Lo abracé, olvidé por un instante a Bairoleidi, que no dejaba de mirarlo con espanto y nos sentamos.
—Ansidorio, te voy a cantar una canción—le dije, convencida de que la música sería el mejor de los caminos y como una madre en el espanto, entoné una melodía que en verdad nunca había escuchado, pero que mi mente se encargó de crear.
Lo noté con dificultad para concentrarse y pensar en otra cosa, entonces acudí al tercero de mis ojos y me instalé en su alma herida. Nunca habría supuesto que el interior de Ansidorio se pareciese a un mar profundo. Comprendí todos los llantos apagados que ahogaban su ser, y supe que debía ayudarlo a lanzarlos al espacio para que se aliviara y además porque sería nuestra fuente de agua en caso de reutilizar los parches de hidratación. De ahora en más, me ocuparía de que Ansidorio Real descargase su angustia terrena en Marte.
Bairoleidi, agitó los brazos vellosos, sin dudas había leído el alma de Ansidorio ya también la mía.
De pronto, me sentí invadida. Tuve la rara percepción de que Bairoleidi era producto de la inteligencia artificial y que su existencia dependía de nuestros pensamientos. Me aproximé lo más que pude a ella, incluso para mi agnosticismo, ese ser tenía visos de irreal. La mujer se diluyó en la noche, pero antes de hacerlo, grabó en suelo marciano las coordenadas que nos llevarían a Tantra.
Texto: Ana Caliyuri
Ilustraciones: Tadeo Zavaleta de la Barra