Vigésima Entrega
Dea Ram calibra distintas opciones para escapar del mundo de los abismos a los que Tantra había sumido a todos en Marte. Una de las opciones era ir en busca del inmortal Gilgamesh para sumarlo a una probable expedición por el cosmos y contar con su vasta experiencia en viajes a la eternidad, la otra era ir en busca de los Baktron para alzarse contra Tantra y la tercera era retornar a Tierra a través de algún portal temporal y habitar en un milenio anterior al fin de la humanidad.
Preguntas y Respuestas
Sacudí mi cabeza para salir de la pesadilla consciente que me genera el dios colérico. El mundo de Tantra es pequeñito, y a su vez, atemorizante. Había oprimido a los Baktron, si bien aún le temían, de a poco iban transformándose en entes superiores a los que Tantra no accedía. El universo de los Baktron se había reducido a la supervivencia de la especie, cada tanto eran deglutidos por el hambre de Tantra y sus seguidores.
En honor a la verdad, lo que más me preocupa es la somnolencia de los seguidores, sé que cuando despierten querrán huir de allí, colarse en nuestro viaje y volver a Tierra con nosotros o viajar hacia la eternidad. No les veo agallas como para enfrentarse al dios colérico. Se me ocurre que un Dios sin adeptos es como un lago sin agua: un espejismo que pocos soportan.
Quiero cuidar a mis amigos y les propuse volver a la caverna con el tercero de mis ojos y proyectar con hologramas, la soledad del futuro Tantra.
Chaofair, Aristotelius y Ansidorio estuvieron de acuerdo. Los instalé en la corriente de luz de mi ojo y entramos a la caverna. Tantra estaba llorando en silencio: un par de bigkron le habían inflamado los ojos de tanto hurguetear en su conjuntiva, hecho que le causaba incomodidad y miedo al dios empequeñecido. Deduje que la unión de los invisibles puede más que cualquier grandeza. Devastar a Tantra no sería difícil, aunque debo reconocer que extraño a mi Tierra querida y estoy por proponerle a mis amigos un viaje a través del cosmos en busca de un planeta habitable, sin opresores ni oprimidos. Sin falsos profetas ni espanto. ¿Cuál sería el lugar para nuestras almas extranjeras? Ya no pertenecíamos a ningún sitio, y fue justo cuando estaba a punto de cerrar el tercero de mis ojos, cuando vi el rostro lívido del pequeño dios colérico. Supe de sus debilidades: ni el tumulto ni la soledad eran buenos compañeros para él. Proyecté cientos de miles de baktron subiendo por sus piernas hasta arribar a su lengua.Fue en ese instante en que todo se diluyó. Menos el holograma que tomó vida propia y habitó la caverna con los cientos de miles de baktron felices. Mi dilema es si debo o no cerrar el tercero de mis ojos.
Texto: Ana Caliyuri
Ilustraciones: Tadeo Zavaleta de la Barra