A veces estoy cansado… cansado y no sé por qué…
Una frase -que no es mía- pero que me identifica en estos tiempos tan… desgastantes.
La liturgia innata de mi forma de ser: me limpio bien el culo con esos protocolos acordes a las básicas connivencias de vivir en Sociedad. Esta «Sociedad» que nos rodea y nos impone un determinado modo de vida es una verdadera deposición…
Descalzos; zapatillas rotas; mocasines; botas; zapatos acordonados; zapatillas modernas y de tres tiras último modelo; chatitas; borceguíes con gomas anchas; Luis XV y sus puntiagudos tacos altos; ojotas de Hawai…
Grietas en mi rostro y ni las putas cremas de Pond’s o Avón o del supermercado Día hacen un carajo para rectificarme la cara de pudrición que tengo por esos garrones inventados e impuestos por ese dios que se nos mea de risa mientras gastamos horas y siglos para comernos un guiso que nos electrifique de placer estomacal un pseudo bienestar tan pasajero como pajero.
A veces estoy cansado, tan cansado… y no sé por qué… O tal vez lo sé y me hago bien el boludo tanto como para autoconvencerme que sigo en carrera sin saber hacia dónde.
Mis amigos se ríen -los pocos que agitan brazos de vida- y los vidrios de sus ojos ven llenar alcoholes en copas como termómetros hacia una cúspide que nunca revienta…
Sopla el pus de las nubes y esos glóbulos blancos rocían nuestras cabezas y esas gotas que deslizan por frentes, pómulos, narices y, finalmente labios, impregnan las lenguas y ese raro gusto nos acostumbra a resignar…
A veces estoy cansado, cansado y no sé por qué… Y las elucubraciones siguen como si todo fuese normal… absolutamente normal en los monstruos en que nos hemos convertido.
Por Pablo Diringuer