“Lo que no te perdonan son tus sucios pies de canillita.
” (Alfredo Carlino)
25 de mayo de 1925. La Argentina vivía una relativa bonanza económica bajo el gobierno de Marcelo T. De Alvear. Pese a que su gestión desandaba algunas de las medidas que su antecesor en el cargo y caudillo del radicalismo, Don Hipólito Yrigoyen, había implementado en busca de una Argentina más soberana, en las grandes ciudades y en Buenos Aires en particular, todavía existía un nivel de vida aceptable comparado con el desamparo del Interior.
En esa otra Argentina provinciana nacía ese día José María Gatica; más precisamente en Villa Mercedes, San Luis. Cuando la crisis ”del 30” se abate sobre el país, los Gatica con la excepción del padre que permanece en San Luis, ponen rumbo a Buenos Aires.
Luego de una corta permanencia en el porteño barrio de San Telmo, la familia pone rumbo hacia Piñeyro; un suburbio de la ciudad de Avellaneda. Allí el pequeño José María intenta cursar el primer grado; lo hace con enorme dificultades, ya que fuera de la escuela vendía diarios, lustraba zapatos en la estación Constitución y encaraba cuanta tarea le permitía sumar algunos centavos. La escolaridad formal no puede retenerlo, y entonces se queda con esa otra escuela que lo llevará a lo más alto y luego lo recibirá cuando ya sea sólo un recuerdo andando: la calle.
En esa búsqueda del “mango” diario enancado en sus precarios oficios, el pequeño Gatica recala para lustrar zapatos, en un bar del bajo de San Telmo. A metros nomás existe la Misión Inglesa donde se practica box amateur, en general llevado adelante por pibes que recién se inician, para solaz de los marineros extranjeros que entonces pululaban por los boliches del Bajo, los piringundines de 25 de Mayo y el Parque Japonés.
Entre quienes frecuentaban ese ámbito estaba un peluquero de origen europeo, Don Lázaro Koci. El hombre repartía su tiempo entre la peluquería que le daba para vivir y su verdadera pasión: el box. En una de esas jornadas boxísticas surrealistas donde los menores intentaban construir su futuro a trompadas, Don Lázaro conoce a Gatica. De la mano del peluquero llega a la Federación de Box y con muchas reservas sobre sus posibilidades, lo hacen pelear con otro jovencito desconocido: Alfredo Prada. La pelea fue una sorpresa para todos: encarnizada, pareja, muy enredada y con mucha destreza por ambas partes, pero un presunto golpe bajo aplicado por el rosarino Prada lo descalifica y le hace perder ese primer encuentro frente a Gatica. Fue el 29 de septiembre de 1942. La casualidad cruzaba por primera vez a dos rivales que serían con el paso del tiempo, símbolo de la división de los aficionados que en realidad, encubría otra división mucho más profunda de la sociedad argentina.
Pocos días más tarde llega la revancha; ésta vez la victoria la obtiene Prada imponiéndose claramente. No obstante, Gatica se va haciendo conocer mediante un sencillo expediente: “voltear” a todos los rivales que se le cruzan. El público del box, muy numeroso entonces, comienza a interesarse por ese adolescente, cuyo estilo contundente, mañero, le va generando en cada combate que libra, nuevos admiradores. Las revistas del género comienzan a ocuparse de él. Quien ya es conocido como “El Mono Gatica”, revistando en la categoría Pluma, combate en Perú cumpliendo un buen papel. Habían pasado poco más de dos años desde el primer cotejo con Alfredo Prada.
El mismo año de 1944, sobresale en el torneo Guantes de Oro desarrollado en el legendario Luna Park. “El Tigre” Gatica, lo llaman algunos comentaristas, atribuyéndole virtudes del feroz felino; tales como la mirada verdosa e intensa, los movimientos imprevistos y elásticos y sobre todo, los contundentes finales en que se impone con velocidad y destreza.
El “Mono” ya es un ídolo popular; pero también con su meteórico ascenso, se transforma su personalidad. Comienza a usar la indumentaria que lo caracterizaría, como esos pantalones de altísimo tiro, galera baja, pañuelos y moños vistosos. Es por esos días, que finaliza la relación profesional con quien fuera su descubridor y guía durante años: el peluquero Lázaro Koci. Un hombre del ambiente muy vinculado al Luna Park, Nicolás Preziosa, se convierte en el nuevo “manager” de Gatica. Don Lázaro poco después, se aboca al entrenamiento de un pequeño boxeador que bajo su experta guía y desarrollando sus indudables méritos propios, se convierte en campeón mundial: Pascual Pérez.
Gatica ya es famoso. Lo rodean muchos amigos de ocasión y las anécdotas que protagoniza son inagotables. Se dice que algunas noches recorría Constitución y haciéndose lustrar los zapatos en la calle, pagaba sumas exageradas al pequeño lustrabotas; como una revancha contra el destino. Solía frecuentar los cabarets más caros de Buenos Aires haciendo ostentación de su fama y dinero, sin abandonar otras inocentes diversiones; como aquellas que el pequeño José María tal vez no conociera; los circos y los juegos del Parque Retiro. Más tarde, una mujer despampanante y un lujoso automóvil convertible con tapizado atigrado, completarían buena parte de la escenografía que rodeaba al “Tigre” mimado por las multitudes. Pero en medio de tanto vértigo, hay alguien que lo acompaña como la sombra: es quien fuera uno de sus primeros rivales en las lejanas noches de inicio en la Misión Inglesa de San Telmo: el “rusito” Emilio Samuel Palanké. El “Ruso” sería ese amigo “de fierro” que en los momentos de gloria del “Mono”, estaría siempre atento cuidando al amigo de la legión de vividores y “garroneros” que suelen acompañar la efímera celebridad de muchos deportistas; y luego en la debacle de Gatica, el “Rusito” fue quien en más de una ocasión, le arrimó el plato de comida para pasar la jornada.
Desde diciembre de 1945, el “Mono” revistaba en la categoría profesional luego de noquear en el primer round, a Leopoldo Mayorano. En agosto del año siguiente, vuelve a medirse con Alfredo Prada; Gatica se impone en una pelea muy dura, donde ambos contrincantes se “sacuden” como si en esa pelea se les fuera la vida.
Pero en medio de esa farragosa carrera, Gatica tiene tiempo para el amor. En sus frecuentes visitas al circo conoce a una chica que trabajaba allí. Su nombre, Emma Fernández. Pronto será su esposa y con quien tiene la primera hija: María Eva. El nombre de la primogénita no es casual. Mientras Gatica asciende a las trompadas en el ranking de los pugilistas argentinos, el país es sacudido por una fuerte conmoción política. En octubre de 1945 una gran movilización popular obtiene la libertad de quien hasta poco antes fuera Vicepresidente de la Nación, Secretario de Trabajo y Previsión y Ministro de Guerra; el coronel Juan Domingo Perón.
Perón es obligado a renunciar a esos cargos, por los sectores militares afines a la oposición liderados por el embajador norteamericano Spruille Braden. Es que el coronel en cuestión, era el conductor de hecho de un proceso de cambios con eje en lo social, sin precedentes en la Argentina moderna. Pero los beneficiarios de esos cambios, en primer lugar los trabajadores asalariados, no estaban dispuestos a renunciar a las mejoras obtenidas. Así es que desde la madrugada del 17 de octubre de 1945, una multitud abandona sus lugares de trabajo y se dirige a la Plaza de Mayo exigiendo la libertad del coronel Perón, quien estaba recluido en la isla Martín García, presuntamente para brindarle seguridad.
Con la movilización popular el proceso se invierte y Perón recupera la iniciativa. Es liberado, habla a sus seguidores desde los balcones de la Casa Rosada, y encabeza la fórmula presidencial que elecciones mediante, el 4 de junio de 1946 lo depositará en el sillón presidencial.
Las nuevas condiciones sociales generadas por el peronismo en el gobierno, se ven en la calidad de vida de los habitantes y en una mejor distribución de la riqueza.
Como muchos argentinos, Gatica adhiere con entusiasmo al nuevo movimiento y entabla amistad con el primer mandatario y su esposa Eva Perón. De esa relación surge el madrinazgo de Evita con la hija de los Gatica que lleva el nombre de la primera dama: María Eva. Así es que el matrimonio presidencial acompaña en alguna ocasión, a José María Gatica desde el ring side. En esas circunstancias se gestó la célebre anécdota que le atribuyen a “El Mono”. Cuando Perón se acerca a saludarlo, Gatica vivamente emocionado estrechándole las manos, le habría dicho: “General, dos potencias se saludan”.
Teniendo en cuenta el estilo del hombre de San Luis, el episodio es creíble y se suma al anecdotario desprejuiciado y muchas veces insólito que acompañó la carrera de Gatica.
A esa altura de su trayectoria, José María es un ídolo nacional pero sin títulos formales destacados; salvo la admiración de su público.
Pero de la misma manera que el país se enfrentaba políticamente, la afición pugilística se dividía en torno a dos figuras: José María Gatica y Alfredo Prada.
“Mono y Perón;
un solo corazón”.
Bramaba la tribuna popular. Según la memoria colectiva y los recuerdos de algunos comentaristas, los seguidores del rosarino Prada se atrincheraban en el ring side; es decir la platea, el lugar más caro y privilegiado. Desde allí alentaban a quien presuntamente le haría morder el polvo a Gatica, a su insolencia de pobre que “había llegado” y ahora le enrostraba a la vida su victoria, como una revancha permanente. La bata con que el “Tigre” Gatica subía al ring, ostentaba una leyenda que era toda una definición: “Perón – Evita”. Pero la realidad es que Prada no había elegido ese lugar en que lo habían puesto sentimientos ajenos al box por un lado, y su condición de ser el único rival capaz de frenar a Gatica por otro; Prada era tan peronista como Gatica pero el imaginario popular necesitaba un rival épico para oponer a su ídolo; una causa mayor que el mero intercambio de golpes. Ese rol le cupo al rosarino.
En lo personal, quedaba en el camino su matrimonio con Emma, después de un par de años de convivencia no exenta de complicaciones. Luego de esa crisis, es que los cabarets más sofisticados de Buenos Aires conocen de las excentricidades y el bolsillo generoso de Gatica. En pocos años, “EL Mono” alcanza su madurez profesional con una zaga impresionante de victorias, la mayoría por nocaut. Su desparpajo, la seguridad con que prometía eliminar a sus rivales, le aseguraba parte del triunfo aún antes de subir al cuadrilátero. Pero en su meteórico ascenso, siempre se le cruzaba Prada.
En abril de 1947 vuelven a cruzar guantes los máximos rivales; Prada campeón argentino y sudamericano de la categoría. Gatica tratando de coronar su liderazgo en las tribunas anulando las posibilidades combativas del rosarino; su sombra negra.
Una vez más, se para el país para seguir las alternativas del combate. Se agotan las entradas en el “Luna” y una multitud queda en la calle esperando la definición de la lucha. Prada lo derriba en el primer asalto y en los siguientes la pelea se desenvuelve feroz, pareja, como de costumbre. En el quinto round un demoledor “zurdazo” de Prada a la mandíbula del puntano, le impide continuar. Sangrando en abundancia es trasladado a un hospital y el diagnóstico es preocupante: fractura de maxilar. Prada se alza con el galardón y Gatica se ve obligado a una larga convalecencia. Cuando todo indicaba que el campeón rosarino se quedaría en el centro del podio, Gatica vuelve al ruedo a fines de 1947, derrotando a rivales que no estuvieron a su altura. La revancha con Prada se volvía inevitable.
Se habló mucho sobre la grave lesión sufrida por Gatica en el encuentro con el rosarino.
No faltaron las acusaciones a éste, de que en lugar del legendario “zurdazo”, lo que hubo fue un vulgar y oportuno golpe de cabeza a la mandíbula del puntano. Tal especie nunca pudo probarse y además fue negada rotundamente por Alfredo Prada; ni siquiera como un accidente lo aceptó.
El nuevo desafío se concreta en 1948 y como corolario de una pelea muy equilibrada, Gatica obtiene la victoria; el liderazgo de la categoría ante el público, sigue sin tener definición.
“El Mono” es sagaz, acumuló experiencia, tiene talento natural. Prada es metódico, aplicado, estudioso del ring y sus rivales; muy parejos para que la balanza de la fortuna se incline hacia un lado determinado, demasiado parejos. Pero ante los amantes del box, frente a la prensa especializada y los entrenadores, se visualiza a Gatica como el sucesor natural de otros dos grandes del ring: Luis Angel Firpo y el “Torito de Mataderos”, Justo Suárez.
Fuera del cuadrilátero, “El Tigre” Gatica sigue su acostumbrada rutina de farras, milonga y vida sin preocupaciones. Como si siempre tuviera veinte años por delante. Alterna las noches de champagne, con los vagabundeos por las zonas oscuras de su infancia, por esa Buenos Aires hostil que lo vio crecer contando las monedas, cruzándose con lustrabotas y “canillitas” que como él -hace tanto y tan poco- amasan también sueños o ya se resignaron antes de empezar. Pero ahora ¡es Gatica! Es rico, famoso, amado por multitudes y según lo creen él y muchos argentinos, el mejor.
Otra mujer, Emma Guercio –la rubia del convertible- compartía su vida sentimental con José María.
En 1949 puede decirse que Gatica está en el pináculo. Si bien sus desarreglos y el carácter errático con que encara los entrenamientos pueden arrojar una sombra de dudas sobre su futuro profesional, la serie de combates exitosos, tanto en nuestro país como en Chile frente a Salinas y Francino a los que también derrota, parecen indicar que “hay Gatica para rato.”
Continuará con la segunda entrega
por Ángel Pizzorno