Un Director de Cine que no Quiere Imitar a Bergman
Uno podría preguntarse como empezaron a sentir el cine Fellini. Bergman o Buñuel. Seguramente las respuestas aportarían más que sutiles diferencias geográficas, psicológicas y culturales.
El director tucumano Gerardo Vallejo empezó así: subido en puntas de pie a un cajoncito de cerveza en la cabina de proyección del cine Broadway, vecino al club de barrio de San Miguel, donde su padre era encargado de la cantina. “Desde allí veía gratis, todos los días, todas las películas que no hubiera podido ver por mi edad: recuerdo Manón, de Clozot. En la escuela yo contaba a los otros chicos las escenas a los otros chicos las escenas picantes, agregándoles aún más mi fantasía.” Seguramente, otra de las diferencias de Vallejo respecto de los grandes directores del cine del mundo desarrollado, haya sido el entorno: “Crecí en una familia proletaria, mi abuelo había sido pastor de cabras, mi padre taxímetrero y mecánico, y durante la segunda presidencia de Perón ascendimos al umbral de la clase media”.
Tampoco la adolescencia ni la juventud, de este morocho aindiado de, debe haber sido igual que la de otro que vagabundeara por Paris o Manhattan. Vallejo fue un muchacho de barrio, su cultura inicial fue la calle, sobrevivió buscando un resquicio por entre esa maraña de obstáculos: “Aprendí a dibujar y pintar por correspondencia: leí mi primer libro tarde, fue Shunko, de Abalos , y me dejó mareado para siempre. Fui músico: no hubo baile de club donde yo no estuviera en el escenario tocando la trompeta por instinto”.
En 1974 una madrugada de Nochebuena, una bomba como tantas explota en la casa de su padre. A partir de allí Gerardo Vallejo inicia su largo exilio de diez años. En su background se apilaban peligrosos antecedentes cinematográficos: no había filmado ni paisajes bucólicos ni conflictos humanos metafóricos ni metafísicos. Es muy probable que aquella bomba persiguiera El Camino Hacia la Muerte del Viejo Reales, que había sido premiada en Mannheim y por la Federación Internacional de Cítricos. O que buscara el blanco de Vallejo, que ya había sacudido a la televisión de Tucumán con su serie de testimonios sobre las poblaciones rurales y los caneros, captados fielmente en su realidad.
Sus amigos de la FOTIA (Federación Obrera de Trabajadores de la Industria Azucarera) amigos a los que él ha dedicado su último film.
El Rigor del Destino, le empujaron a que se salvara “Me dijeron que si yo no buscaba salvarme, de nada valía lo que había estudiado y era como tirar a la basura todo lo que ellos y Tucumán habían hecho conmigo”. Se fue a Panamá a trabajar dos años con su amigo Torrijos. Dirigió allí la campaña nacional de ratificación del tratado del canal de Panamá. Se fue a España. Cada tanto recordaba aquel caluroso verano en que llegara para anotarse en la escuela de cine de Santa Fe y, acaso por eso, crea en Madrid otra escuela de cine en la que enseñaba durante varios años. “Me asombré y me emocioné, entonces, cuando el día que se exhibió El Rigor del Destino en el Centro Cultural San Martin se formó una cola de mil personas y me di cuenta de que tratar de filmar algo dentro del propio país no era filmar en vano”.
Vallejo sin proponérselo así porque si no más, podría haber sido amigo de aquel otro César Vallejo, el poeta peruano. De haber sido compadres uno no se los hace tomando champan en un palacio, sino tomando vino tinto al lado de una fogata en el campo. “Mi cine tiene su raíz en La Guerra Gaucha, en Las Aguas Bajan Turbias. Yo no busco allá afuera sino aquí adentro”.
A Gerardo Vallejo nunca lo tentó la “nouvelle vague” porque era un destino ajeno. Lo tentó su destino.
Por Orlando Barone
Vallejo comenzó a destacarse cuando en 1968 se convirtió en el asistente de Fernando Solanas y Octavio Getino en el extenso y largamente prohibido documental La hora de los hornos.
Estuvo muy relacionado con el cine argentino tanto como director como guionista, actor, productor, etc.2Había iniciado su carrera a mediados de los ’60 en el grupo Cine Liberación, junto a Fernando «Pino» Solanas y Octavio Getino.
Con la vuelta a la democracia, entre 1973 y 1976, se dedicó a registrar la lucha de los trabajadores de la Fotia (Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera), en una serie de documentales reunidos bajo el título Testimonios de Tucumán.1
Entre 1985 y 1989 trabaja en El rigor del destino, su tercer largometraje, filmado en Tucumán, con el que obtiene gran éxito de crítica y público en todo el país.
En junio de 1998 Vallejo inicia una serie Testimonial titulada “La Memoria del Pueblo”. El Primer trabajo de una hora de duración junto con “Homenaje a los Mártires del 16 de junio de 1955”, en el que relata con material de archivo y testimonios el bombardeo a Bombardeo de Plaza de Mayo
Realiza el segundo testimonio audiovisual de esta serie “Homenaje al movimiento del 9 de junio de 1956”, que refleja la historia de este alzamiento cívico militar que encabezado por el general Juan José Valle.