Dea Ram sintió necesidad de comunicarse con su mentor para evitar que la raza humana, que había quedado atrapada en la Estación espacial, se viera en la tentación de aparearse con los Clark, seres robóticos capaces de parir engendros como lo era ese tal Tantra.
El Día Esperado
La oscuridad era palpable. No divisar el camino a seguir no era comprensible para mis amigos Chaofair, Ansidorio y Aristotelius, debía enseñarles a usar la brújula que yo tenía de nacimiento, esa que hacía centurias se trasladaba de generación en generación y que yo estaba feliz de portar.
Una ínfima luz memorable, en medio de las lenguas del inframundo, era todo lo que necesitábamos para enfrentarnos a la tormenta tántrica impulsada por el dios menor, ya no más mimetizado con la claridad, y mostrando su verdadero rostro del averno. Encendí mi mundo, entre las tinieblas apareció Tantra que no cesaba de reclutar Clarks para ultrajar humanos. De su boca titubeante salió un sonido similar a la explosión de un volcán, la furia se expresó en toda su dimensión, tal es así que tanto el paisaje como los habitantes de Marte quedaron perplejos.
Ansidorio regurgitó algo similar a las rocas terrestres que con acierto lanzaba a los pies del dios menor para evitar que avanzase. Chaofair por su parte extendió su lengua de fuego al punto de convertir en cenizas todo lo que rodeaba a Tantra. Aristotelius comenzó a hablar una lengua nueva colmada de neologismos referidos al amor: amorsiento, amoraleja, amortotal, y otras que no registré pero que iban dirigidas a los cientos de misiles de odio que salían del cuerpo y mente de Tantra. Si me preguntasen qué estaba haciendo en ese momento podría decir que estaba pensando cómo no sentarme a la mesa de los Clarks que habían preparado manjares ficticios para luego dominarnos con la hambruna posterior. No me senté a la mesa, aun cuando vi muchos seres convertidos en espejismos que disfrutaban de los platos de exquisiteces untados con aire que adormecían las neuronas y las almas. Tantra avanzó unos pasos, yo otros tantos, nos quedamos frente a frente. Supe que era tiempo de recurrir a mi mentor, entre líneas le dije “Gran titiritero universal es hora de apagar el software”
El conjunto de programas, procedimientos y reglas, sumados a la documentación de la memoria de la humanidad y los datos asociados, que formaban parte de un sistema de computación, se destruyeron. Tantra , los Clarks, los Baktron y nosotros mismos fuimos cenizas.
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Un estertor me despertó en tierras conocidas, pude vislumbrar una gota de luz al final de un túnel que no era otra cosa que un canal de parto. “Desde que el mundo es mundo, el amor triunfa sobre el odio”, me dijo mi padre con su voz grave y su cuerpo de luz.
En cuanto el software universal, cada tanto falla y se vuelve a reiniciar, como la vida…como el proyecto Gribón, nacido del grito y la bondad.
Texto: Ana Caliyuri
Ilustraciones: Tadeo Zavaleta de la Barra