¿Cómo sería la Argentina si sus libros de historia fuesen como éste?
En “El Argentinazo” un profesor de historia de la época actual considera que el desastre argentino nace cuando los argentinos abandonan la cultura para elegir la erudición. La cultura es la memoria de los pueblos -dice- y toda cultura que no es popular no es cultura.
Tomemos alguno de los diálogos de este profesor con sus alumnos:
-¿Vos querés que traicionemos a esta Argentina?
-¿Por qué?
-Por qué en la traición esta la grandeza de los hombres.- ¿Qué otra cosa sino traidores fueron Espartaco, Jesucristo, San Martin o Marx…?
O tomemos por ejemplo esta frase que el General Mitre le escribe a una mujer:
– ¿…No estaremos confundiendo la palabra Patria con la palabra clase?
O más adelante cuando el mismo Mitre dice:
– Vencer no es destruir el ejército enemigo ni invadir sus fronteras ni ocupar su territorio, vencer es convencer al enemigo de que ha perdido.
O tomemos las palabras que uno de los alumnos escribe al final del libro:
-Ninguna clase cae sin pelear y la clase de los dueños de las ideas van a apelar a cualquier costo con tal de seguir ejerciendo ese despotismo ilustrado que siempre han ejercido a través de la Historia.- Pero nosotros no nos vamos a dejar engañar, sabemos que la verdadera revolución, que el verdadero argentinazo no se hace en las calle sino en el pensamiento de los argentinos.
O tomemos su clase sobre el Motín de las Trenzas:
-Hoy vamos a hablar sobre el motín de las Trenzas. Una de las primeras sublevaciones populares de nuestra historia. No sé por qué dije populares, será porque no nació de la luz de los pensamientos sino de la oscuridad de la ignorancia. No nació de la inteligencia de las mentes sino de la obstinación de los corazones. Ni siquiera nació, estaba ahí, en la insistencia de un grupo de hombres dispuestos a morir por una de las formas de la belleza, por la armonía que formaban cada uno de ellos con el mundo que los rodeaba por….
Contraseña- Julio 1983 – Breve Reportaje a Dalmiro Saénz
La Traición y Las Trenzas
El Argentinazo de Dalmiro Sáenz – Capítulo El Motín de las Trenzas
“Una civilización asustada huye de la cultura para refugiarse en la erudición”.- ¿Ensayo o ficción? ¿Quienes protagonizan la historia: las ideas o los brazos que la detienen? El capítulo que reproducimos del libro próximo a editarse plantea reabrir este debate.-
Buenos Aires era de barro.- Desde un principio fue el barro.- El barro de la costa casi lamiendo los pies de las casas construidas con ese mismo barro mezclado con el excremento de los animales y la paja de la orilla.- Un poco después o un poco antes los primeros o los últimos empedrados formados con las piedras que traían las carretas luego colocadas una junto a la otra, con esa forma de que cada una de esas piedras que traían las carretas luego colocadas una junto a la otra, con esa forma que cada una de esas piedras socavaba de los espacios, de los aires quietos, de los vientos de las luces, de las oscuridades de las miradas de las lluvias, del polvo de los veranos , del rocío de las mañanas, de las plantas blancas, de los pies descalzos de los chicos negros.-
La calle amanecía con un enjambre de chicos, venían del barrio de los morenos y de las orillas, y se adelantaban al lento caminar de reinas de sus madres que con el peso de la canasta, con la ropa sucia sobre sus cabezas, parloteando entre ellas, con la vista al frente, mientras el badajo de hierro de las campanas golpeaba en el interior de los bronces en las cúpulas de las iglesias, bajo un cielo de palomas y de azules y a veces de nubes grises que llegaban del desierto.-
Las lavanderas desordenaban la costa de colores.- La ropa era golpeada manoseada, sumergida y rescatada del agua jabonosa y el encaje de su espuma se mantenía apenas unos instantes sobre el sol de los antebrazos, pero permanecía después horas entre las toscas.-
Había risas, había cantos, había ritmo de caderas y un desparpajo de piel morena a los pies de la otra ciudad, la de las mujeres con vocación de blancuras, con polvos de arroz y con la piel perfecta de la herencia y la del ocio resaltado esplendido de los escotes.-
Eran dos ciudades que los ingleses habían conquistado y perdido dos veces.- La ciudad clara y la ciudad oscura.- En la ciudad clara había pianos y bibliotecas y pensamientos en las sobremesas y cuadros en las paredes, había abuelas y bisabuelas, había escritorios con papeles y plumas de gansos y tinteros grandes.- En la ciudad oscura, los pies descalzos o las alpargatas o las botas de potro pisaban los pisos de tierra apisonaba, el adobe se descascaraba en las paredes, los techos eran de paja, había carne colgada en la sombra en la sombra y estaban los oficios.- La ciudad oscura vivía de distintos oficios, de distintas destrezas, los hombres trabajaban en el puerto, en los saladeros, en la construcción, integraban la milicia, orillaban el campo y la ciudad repitiendo los mismos movimientos, manipulando las mismas cosas, mirando los mismos objetos, cambiando de lugar las energías, levantando, trasladando, y colocando las distintas formas del cansancio sobre esa ciudad para que era Buenos Aires en el año once.-
En el mundo de 1811 no había ciudades ni siquiera parecidas a Buenos Aires.- Las invasiones de los ingleses, los cabildos de Mayo y el aluvión de pensamientos desbordado de la Europa nueva habían despertado una desesperación de identidad.- Un mundo de palabras brotaba de las grandes salas entre los muebles de caoba, en los casinos de los oficiales y en los espacios erigidos por los habitantes de esta ciudad clara, muy cerca, prácticamente al lado de la otra ciudad, la ciudad oscura, la del cinturón de las orillas, la de las miradas y de los silencios, la ciudad de los vericuetos dibujados por los pasos de aquellos que llevaban el sucio grillete de la pobreza sobre la piel de sus tobillos y dejaban asentadas en su marcha las huellas de sus pies sobre la tierra.-
Queridos padre y madre.- Empezaba la carta de Clarita.-
Tengo instalada ya en mi tristeza las caras que van a tener ustedes cuando terminen de leer esta carta.- La tuya mama ha de estar instalada sobre este papel como cuando terminabas de tocar el piano y tu mirada se quedaba un rato extraviada sobre las teclas.- Tus ojos tendrán lágrimas, tu frente tendrá esa arruga vertical que yo de chico trataba de borrarte con los dedos y usted papa, tal vez no diga nada por un rato o tal vez no le diga a mama ¿Qué fue lo que hicimos mal? o algo por el estilo.- Yo quisiera convencerlos de que no hicieron nada mal, de que los seres humanos no somos tan importantes como para hacer tanto mal como pretendemos.-
A Clorindo lo conocí durante la segunda invasión de los ingleses.- Ya había terminado el turno de la tarde en el hospital de sangre y ya estaba por volverme a casa cuando lo trajeron en su camilla.- Vi que era un Patricio por lo que quedaba de su uniforme y por la trenza de soldado raso, pero la cara no se la podía ver, cubierta por la sangre y por el barro.- Lo primero que hacíamos cuando llegaban los heridos eran lavarlos para localizar bien las heridas y ahorrarle tiempo a los médicos.- Busqué una palangana con agua y empecé a lavarle la cara muy despacio con una esponja.- Les cuento esto porque creo que fue importante.- La sangre y el barro estaban secos y formaban en algunas partes de la cara costras que se iban desprendiendo por pedazos.- Era algo muy raro lo que yo sentía en ese momento, era ver el nacimiento de una cara, era descubrir una mirada que a su vez descubriría mi mirada.- Él estaba consciente y sufría , lo desvestí con mucho cuidado y miré ese cuerpo tan joven y tan profanado por el metal caliente de la metralla.- Fue como mirar el David de Miguel Ángel embellecido por el desgaste o la Venus de Milo enriquecida por el destrozo de sus muñones o su cara, padre, con la cicatriz que le dejó el duelo con Martin Argañaraz.-
Como el medico se demoraba le empecé a labrar el pelo.- Le deshice la trenza y como pude le quite los enchastres de sangre y barro.- Recién sin la trenza, con el pelo suelto sobre la almohada, dejó de ser soldado, era un muchacho, casi un chico, un ángel de madera desnudo como una talla, tuve la sensación de estar escamoteando a la ciudad uno de sus soldados.- Me desconcertaron mis sentimientos.- Tenía delante de mí el cuerpo de un hombre liberado de ese personaje que las circunstancias le habían adjudicado , era casi un secreto lo que yo poseía, tal vez ni el mismo se hubiera reconocido en la suavidad de su letargo, en las manos empuñando el vacío de las armas, en la boca un poco abierta de su infancia.-
No creo que allí me enamoré de él, más bien me enamoré de mis propios sentimientos.- En el semillero de ideas de nuestra casa (en esa sola tres veces más grande que el ranchito donde ahora vivo) ustedes me hicieron comprender la revolución del ser humano.- Una vez, cuando usted, padre, me leía a Rousseau, tuve la sensación que Rousseau no era más que un lenguaraz , un traductor de un lenguaje que yo poseía desde hacía rato pero que recién el me permitía descifrar.- Algo así me paso con Clorindo.- Yo le había robado a Cornelio Saavedra uno de sus soldados o, mejor dicho, yo le había sacado su uniforme, las huellas del combate, la sangre y el barro y hasta su trenza de Patricio y había dejado en descubierto lo que quedaba de él ¿y que quedaba de él?.-
¿Qué queda de nosotros cuando abandonamos nuestros personajes? ¿Existimos? ¿Somos como huérfanos de nosotros mismos?
Yo, por ejemplo, cuando Dolores corría las cortinas de mi cuarto para despertarme y me decía: Buenos días tenga usted niña Clarita, acá está su chocolate, y yo le contestaba desde la cama: Buenos días Dolores, como amaneciste.- ¿Quién era la que decía de Buenos día Dolores, como amaneciste? La misma que esta mañana en un rancho se acercó a Clorindo con un mate y se quedó parada pendiente de su silencio, a la espera del sonido de la bombilla para estirar el brazo y continuar con la liturgia de las madrugadas y llenar nuevamente el mate con el agua caliente de la pava en la cocina?
Y cuando Clorindo se levanta y se lava en la palangana junto al espejo y se reconstruye la trenza y se pone su uniforme de Patricio para ir al cuartel, ¿Quién es la que lo mira? ¿La niña Clarita que tomaba el chocolate caliente en la cama todas las mañanas o esta mujer que les escribe después de haber barrido la galería, de haberle dado de comer a las gallinas y que ahora está vigilando con un ojo al puchero que se me está pro desbordar de adentro de la olla?
No lo sé.- Tal vez uno sea lo que les exigen los demás y yo ahora hablo el lenguaje de ustedes porque imagino leyendo esta carta y hoy, a la noche, cuando Clorindo vuelva al cuartel y nos encerremos en nuestro mundo de silencios y yo le tome esa mano que apenas sabe dibujar las letras de su nombre en un papel ¿Quién es la que va a estar ahí? ¿La hija de ustedes? ¿La mujer de Clorindo? ¿Las dos juntas?
A veces pienso que yo fui un invento de ustedes, que ustedes me inventaron como estamos haciendo todos de una u otra forma, inventando este país, otras veces pienso que yo los inventé a ustedes, no solo en mi imaginación, sino también que ustedes serían muy distintos a lo que son si yo no existiese.- A veces no pienso nada y entonces me pongo a escribir cartas como ésta.-
Se acuerdan cuando nos pasábamos las horas en casa leyendo el Contrato Social o cuando discutíamos en las tertulias de los jueves con los Peña o con Monteagudo, cuando yo repetía párrafos de memoria del libro que estaba leyendo en ese momento, me parece que ha pasado tanto tiempo.- Yo en esa época me sentía hija de ustedes, ahora me siento hija de mi misma.-
Yo notaba que el miraba mi boca cuando hablaba, miraba mis labios con total atención- Al principio yo creía que estaba devorando, mis palabras, pero después cuando empezó a tocar mi boca con los dedos me di cuenta de que lo que él tocaba era mi pensamiento en mi persona, tocaba mi necesidad de hablar, tocaba mi impaciencia por colocar mi sonido en su silencio, tocaba mi admiración por la inteligencia ajena y la total ignorancia de mi sabiduría propia.-
Era tan especial la forma en que yo me callaba después.- Nunca nadie me había tratado en esa forma.- Se acuerdan como yo antes impresionaba a los demás con mi memoria, con mis estudios, con las ideas que había recogido en esa casa tan especial como era la nuestra, con mi facilidad de palabra, con todo lo que había leído, aprendido y repetido.- Ahora todo eso enmudecía ante las manos de Clorindo tocándome la cara, el borde de los ojos, el nacimiento el pelo.- Yo me sentía como un recipiente, un delicado recipiente importante que contenía y le daba su verdadera forma a todos mis pensamientos.- De ahí es adelante nunca más hable de memoria.- Como él casi no hablaba poco, deje de hablar por boca de los demás, salvo cuando paso lo de Huaqui.- Una impaciencia de patria se me subió a la cabeza, un borbotón de palabras aparecieron en la superficie, empecé a hablar y a hablar, le hable de lo que significa la Revolución Francesa, le hable de los jacobinos, le hable del despotismo de los reyes, le hable de la libertad de los pueblos, le hable del espíritu de Mayo, le reproche su indiferencia.-
Estábamos en la mesa comiendo, él estaba con su uniforme de soldado raso con la chaquetilla, desprendida, sin las botas con los pies descalzos, tenía la cabeza inclinada sobre el plato y sin dejar de masticar, se levantó y empezó a saltar uno a uno los botones de la chaquetillas, después se la sacó también la camisa.- Se volvió a sentar y siguió comiendo.-
Yo me calle.- Sobre su pecho, en uno de los hombros, en el nacimiento del cuello y en un brazo, el duro dibujo de sus heridas se extendió delante de mí como una página de esa corta historia de ese país que yo estaba reclamando.-
Le sonreí y el también sonrió.- Me tomo las manos y me toco las dos o tres marcas de quemaduras que mi inexperiencia de la cocina me habían producido durante los primeros días de mi fuga.- Después se puso en cuclillas y me tomo los pies descalzos, (mis pies ya no son los de antes mama, dudo que pudiesen entrar los zapatos que nos mandaba Madame Orfebre de París), los retuvo en un rato, después se incorporó me tomó la cabeza entre las manos y me beso en los ojos como secándome las lágrimas que todavía no corrían por mi cara.-
Hace unos días, cuando Saavedra fue a Huaqui y Belgrano lo reemplazó en la jefatura del Regimiento, empezó a correr el rumor de que Belgrano iba a ordenar a los Patricios el corte de la trenza.- Se lo comenté a Clorindo y, como de costumbre, no dijo nada.- Dos días más tarde la orden se confirmó, no se cual fue el verdadero motivo, envidia a la popularidad de Saavedra, higiene, motivos políticos, capricho o lo que fuera, la orden la había dado Belgrano y empezaba a regir al toque de diana del día siguiente.-
Clorindo esa noche no vino a dormir, se quedó en el cuartel.- En el barrio las vecinas me contaron que el Regimiento se había sublevado, que los soldados se negaban a cortarse la trenza y que tropas regulares marchaban a reprimirlos.- Fui para allá u no me dejaron pasar, me quedé lo más cerca posible del cuarte, cerca de la torre de San Ignacio.- Cada vez las calles se llenaban más de gente.- Miré las ventanas y las azoteas con los Patricios parapetados con sus fusiles.- Sabia que una de esas cabezas era la de Clorindo, le tuve rabia, me pareció que no tenían derecho de hacer lo que estaban haciendo, que el Regimiento de Patricios era un símbolo demasiado importante para enfatizarlo de esa manera, me pareció que una trenza era una bandera demasiado chica como para comprometer toda la gloria ganada a los ingleses hacia menos de cinco años, me pareció…Que importa lo que me pareció, el hecho era que Clorindo estaba ahí con un fusil en las manos y las tropas del gobierno avanzaba pro todas las calles.-
Había una mujer a mi lado.- Hacia rato que estaba y no sacaba la vista de las azoteas del cuartel, tenía un pañuelo negro en la cabeza, un perfil muy lindo, los labios separados sobre unos dientes grandes y muy bancos.- Le pregunté si tenía algún familiar en el cuartel y me contestó:
-No. No tengo a nadie.-
-Mi marido está ahí- le dije.-
Giró la cabeza y me miró, después apenas me toco en el brazo y volvió la vista a las azoteas del cuartel en donde se veía cierto movimiento.-
En el portón de la entrada se estaba emplazando un cañón.- El cañón apuntaba hacia la calle, entre la llanta de hierro y la madera de una de las ruedas alguien había colocado una flor.- Las bolsas de pólvora las iban apilando en un costado junto con la munición.- El artillero tenia apoyada una mano sobre la cureña y los sirvientes de pieza estaban parados por ahí cerca.- Son como chicos pensé, chicos caprichosos que no tienen idea de lo que esta haciendo.- La mujer del pañuelo negro me volvió a tocar el brazo y me dijo:
-Mi marido también está ahí.-
Le sonreí y me sonrió.-
-¿Qué va a pasar?- le pregunté.-
-Si vuelve Saavedra me arregla todo- dijo.-
-Saavedra no va a venir, está en Huanqui, tuvo que ir después de la derrota.-
-¿Huaqui es lejos?
-Si lejísimo.-
La calle se llenaba de mujeres, todas tenían la vista fija en el cuartel.- Una de ellas le pareció reconocer a alguno de los soldados en una de las ventanas porque levanto la mano para saludarlo, pero la mano se detuvo en la mitad de su trayecto, dudo un poco y después descendió bajo la pañoleta que le cubría los hombros y los brazos.-
Un poco más allá vi a una chica muy joven que abría paso entre la gente, cuando llegó a la primera fija desplegó una bandera inglesa chamuscada en los contados y hecha girones en las puntas.- Un trofeo, seguramente robado por su padre, hermano o novio.- La tenia ella en lugar de estar en el Cabildo con los demás trofeos capturados, la tenía ella, la había sacado de debajo del vestido y ahora la desplegaba a la vista de todos.-
No sé por qué fue lo que me pasó.- De golpe me vi aplaudiendo gritando junto a todos, vivando a la patria, a los Patricios, y a esas trenzas negras, sucias y magnificas , algunas engrasadas con grasa de potro, otras empapadas con Agua Florida y otras atadas con una cinta azul.-
No sabía que me había pasado, me di cuenta de que yo formaba parte de esa multitud que me rodeaba, ellos eran mi pie, ellos eran los verdaderos receptores de esas ideas que nosotros desmenuzábamos sobre los libros.- Llore tato en ese momento, lloré por mi propia emoción, por ese larguísimo camino que nos faltaba recorre, llore por mis llantos futuros, llore por usted padre, y por usted madre, mas adorados enemigos.-
Ya llegue, pensé ahora realmente soy la mujer de Clorindo, nada me importaban mis pensamientos anteriores, mi lógica, mi sentido del orden, mi respeto al gobierno.- Ahí estaba yo, ahí estaban estas trescientas cincuenta trenzas dispuestas a permanecer en esas cabezas.-
Se oyó un cañonazo y en el acto desde la torre de la Iglesia y desde las azoteas de los otros cuarteles una multitud de fusiles empezaron a disparar.- Les gritamos ¡asesinos! intentamos tirarles piedras, pero un piquete de Dragones nos dispersó.-
Las balas pegaban en las paredes levantando nubecitas de polvo que caían sobre la calle a veces junto con las astillas de las marcas de las venturas.- Los Patricios contestaban el fuego desde todas las aberturas y desde las azoteas.- Las tropas del gobierno convergían de todas las calles.- Por Alsina, frente a San Francisco, vi desmontar un escuadrón, dejar los fusiles y desvainar los sabes, los mandaba Falcón, Rufino.- Falcón, ahora es teniente.- Yo había bailado con él una vez en lo de Molina.- Estaba agrupado a su gente para atacar a los dos obuses nuestros que cubrían en la esquina de San Ignacio,. Por todas partes aparecían más tropas, el Regimiento 5 de América se desplegó sobre la Plaza Chica.- Una división de Húsares apareció no sé por dónde.- El barullo era infernal, un caballo cayó muerto delante de mi.- Me di cuenta de que yo estaba abrazada a la mujer del pañuelo negro, a unos veinte metros lo vi a Josu Cipriano Pueyrredón con el sable en la mano gritando ordenes, a su lado un cadete que no tendría más de diez años, era Manuel Alejandro, su hijo, que miraba a su padre con los ojos abiertos y agachaba la cabeza cada tanto por el estruendo de la artillería , pensé en Mariquita, seguramente rezando en algún lugar de su casa.-
Nos obligaron a irnos un piquete de soldados nos desalojó del lugar, recién a la noche supimos que el regimiento había sido tomado muchos de los Patricios habían conseguido huir por los techos.-
A los pocos días se dictó la sentencia.- Supe que la orden de los fusilamientos le habían fumado Chiclana, Serratea, Rivadavia y Herrera.- Vi que su firma, padre, no figuraba.- Sé que si hubiese integrado el tribunal también la hubiese firmado.-
Clorindo escapo y está conmigo.- Ha desertado, mejor dicho, los dos hemos desertado.-
Sé que mi vida, de ahora en adelante, va a consistir e marchar detrás de Clorindo.- Sé que Clorindo va a seguir peleando en quien sabe cuántos bandos, defendiendo esa trenza que no cortó, sino que liberó de la cinta azul que la sujetaba y dejó que el peo descendiera suave sobre los hombros.-
El Argentinazo – Dalmiro Sáenz – 1983
Nueva Editorial Latinoamericana