Tanto la muerte, como las enfermedades, lamentablemente aún no están del todo derrotada y, en el caso específico de la muerte, jamás lo estará; ambas forman parte de la condición humana y, para el primer caso, resulta necesario expresar dos planteamientos: uno para los enfermos mismos y el otro para quienes, o quien, debe de atenderles.
En nuestro siglo, las transformaciones sociales que se vivieron han cambiado profundamente las condiciones del enfermo; al punto que, en muchas situaciones la medicina, vista como disciplina o como ciencia, da una esperanza razonable de curación, en algunos casos y, en otros, al menos extiende los tiempos de evolución del mal, en caso de enfermedades incurables.
El enfermo, ciertamente, tiene la necesidad tanto de la competencia científica, como también de cuidados; pero más aún tiene la necesidad de esperanza… Según Aristóteles, “la esperanza es el sueño del hombre despierto”. Ninguna medicina aliviará al enfermo tanto como oír decir de su médico: “Tengo buenas noticias para usted, hay esperanzas”.
La esperanza es la mejor tienda de oxígeno para un enfermo y, cuando nos es posible hacerlo sin engaños, hay que dar esperanzas de mejoría, de sanación. Algo que nosotros podemos hacer por los enfermos es orar y no dejarlos en soledad… Visitar a los enfermos es una de las obras de misericordia; vale recordar que muchos (por no decir todos) de los enfermos del Evangelio llegaron a curarse porque alguien rogó por ellos y con ellos, a Jesús, Nuestro Sanador… La más sencilla oración es una herramienta muy poderosa.
Antiguamente, a la enfermedad se la vinculaba con el pecado. Dicho de otra manera, se creía que la enfermedad siempre era la consecuencia de algún pecado personal que la persona debía expiar.
Jesús hizo cambios al respecto; Él le dio un nuevo sentido al dolor de las personas, incluso de tratarse de enfermedades, puesto que ya no se la consideraba castigo, sino de redención. La enfermedad afina el alma y nos une a Él y nos prepara para el día en el que ya no habrá enfermedad ni llanto ni dolor, el día que Dios nos enjugará toda lágrima.
Tanto el sufrimiento, como la enfermedad, abren un canal de comunicación entre nosotros y Jesús; un conducto, por cierto, del todo especial.
Todos nosotros en general y los enfermos en particular, somos miembros preciosos en la Iglesia y, además, miembros activos. Reflexionemos acerca del amor de Jesús por los enfermos. Además del hecho que, a los ojos de Dios, una hora de sufrimiento de aquéllos, soportada con paciencia, puede valer más que muchas otras las actividades del mundo, si se hacen sólo para uno mismo.
Desde la ciudad de Campana (Buenos Aires), recibe un Abrazo, y mi deseo que Dios te sonría, te bendiga y permita que prosperes en todo, y que derrame sobre ti, mucha Salud, Paz, Amor, y Prosperidad.
Claudio Valerio
®. Valerius