Hasta mediados del siglo XX las caricaturas humorísticas tenían un estereotipo de la persona pobre. Vestida modestamente, la figura calzaba siempre alpargatas. “La alpargata” era sinónimo de calzado humilde. El más barato, el único accesible. Durante décadas los trabajadores urbanos y los rurales, calzaron en general alpargatas; para la vida diaria, para “entre casa”, para la fábrica. Además del bajo costo, esa zapatilla tenía (y tiene) la virtud de ser muy cómoda. Originalmente se fabricaba con cubierta de lona y suela de yute. En el año 2020 existe mucha variedad en materiales además de la lona y el yute tradicional.
Comenzaba la década de 1880 cuando un tal Juan Etchegaray, cuya empresa familiar fabricaba alpargatas a mano, decidió industrializar su producción. Poco después nacía la Fábrica Argentina de Alpargatas. La emblemática, la de la avenida Regimiento de Patricios en el límite entre Barracas y La Boca; con el ruido de los telares que pasó a ser una característica del barrio. “La zapatilla”, denominaban los vecinos al gigante textil que generó trabajo para muchas generaciones. De esas máquinas y luego de otras plantas radicadas fuera de la Ciudad de Buenos Aires, salieron millones de pares de zapatillas con el sello Rueda y Luna de Alpargatas, para toda La Argentina y países vecinos. Entonces las alpargatas, las de la marca, pasaron a integrar como genérico el vasto catálogo de los productos que los argentinos consideran propios. La popularidad de ese sencillo calzado fue inmensa.
Alpargatas Rueda y Luna / Nunca lo dejan de a pie”; aseguraba un jingle en clave folclórica muy difundido por radio, en los años en que ese medio de comunicación reinaba sin rivales en todos los hogares de nuestro país. Otro acierto publicitario fueron los almanaques de Alpargatas, que ilustrados por el artista Florencio Molina Campos tuvieron una enorme difusión. Con motivos gauchescos y el estilo característico de ese ilustrador, los calendarios adornaron miles de bocas de venta, estaciones ferroviarias del Interior, almacenes de ramos generales y domicilios particulares en todo el país; siendo en el siglo XXI piezas de colección muy codiciadas por quienes atesoran esas ediciones originales.
Las alpargatas fueron también parte de nuestra historia social, ya que en una época de fuerte conflictividad política, apareció el estribillo “Alpargatas sí… libros no”; ironizando acerca de una presunta contradicción entre quienes trabajaban y los que estudiaban.
También la poesía, y nada menos que con la firma de Atahualpa Yupanqui, se hizo eco de la zapatilla: “Y eso que no vine pobre / pues traje alpargatas nuevas / las viejas pa’ cuando llueva / en la alforja las metí…” cuenta el Maestro del Folclore Argentino en su Relato por Milonga titulado El Payador Perseguido. El hombre cuenta su llegada a la ciudad de Buenos Aires con sus mejores galas; hasta alpargatas nuevas…! Y un chamamé célebre, La Guampada, describe una pelea entre hombres: “Larguenló sí, que retoce / con la alpargata me sobro” grita uno de los contrincantes, jactándose de su guapeza. Y el narrador argentino Leopoldo Marechal en su novela Adán Buenos Ayres, cierra su obra con varias sentencias, una de ellas utiliza el calzado para una comparación: “Mierdoso como alpargata de vasco tambero”. Y ya a principios de la década de 1960, la alpargata estalla como moda en la juventud. Son los años de auge del folclore argentino entre los jóvenes. Alpargatas negras o blancas para ellos.
Colores varios para las chicas, lisas o estampadas con coquetas florcitas, la alpargata se convirtió en un emblema juvenil en las ciudades. En el Interior, seguía imperturbable como parte de la vestimenta de todos los días. Después la moda derivó hacia calzados novedosos. Pero de yute o goma, negra o blanca, con o sin cordones como la tradicional, para el argentino la alpargata sigue siendo tan criolla como el mate, el choripán o el tango.
Por Angel Pizzorno