Rescate Alfabético
En tiempos de hostilidades, una lágrima nos rescata del mundo de acero y nos impele a sentirnos un poco más humanos, más sensibles, más empáticos, pero en contradicción también estoy de acuerdo con la frase final del cuento “La Mancha de Humedad” de Juana de Ibarbouru que dice:” Ninguna lágrima rescata el mundo que se pierde ni el sueño que se desvanece”.
En consonancia con ese pensamiento creo que es tan infinito el mundo de las lágrimas que, a veces nos salvan, y otras veces no nos rescatan de los sueños perdidos. Sin embargo, se me ocurre preguntar ¿Quién osaría derramar lágrimas por aquello que no ha sido? En general, las lágrimas hablan de ganancias y de pérdidas, lo obtenido en términos de sentires y emociones amerita la lágrima, y también aquello que se queda en el camino provoca el llanto, sin embargo, en el mundo de las abstracciones, los sueños se llevan un pedazo de nuestra alma, de nuestro interior, de nuestros sentimientos e incluso ideas, y es por eso que la frustración es grande cuando en el juego de la vida se magnifica el trayecto del sueño con la falsa premisa de creer que hay un único camino.
Siempre un sueño se nutre de otros, algo así como eslabones del recorrido existencial, al menos, ese esquema me ha dado buenos resultados, es como ver el medio vaso lleno y entonces centrarse en el más impone otras búsquedas, en cambio los vacíos nos colman de absurda sensación de abismo.
Entonces ¿cuál es el fondo del cual nutrir la vida? Cada cual tendrá su respuesta favorita, por mi parte, tal como en el cuento de la genial poetisa uruguaya , Juana Fernández Morales, de soltera, de Ibarbouru , de casada, soy afecta a imaginar mundos en las manchas y humedales que mi mente crea, recrea o ve, porque después de todo la imaginación es un barrilete sin riendas que dejamos remontar hasta el infinito, tanto como el camino de la emoción, y en ese statu quo, la lágrima es presencia, quizá lo pienso así porque el mundo del arte salva y esto de ser todas y ninguna me permite un grado de libertad extra para delinear mundos mejores que existen y no, que vibran y no, que iluminan en cierto modo las mil formas de la fugacidad y el encono, en los cuales nos debatimos y de ese modo una mancha de humedad representa algo dónde aferrarse para ser materia, imaginación y vida. ¿La lágrima? Tan solo es un síntoma del tiempo que nos toca vivir, y entonces como buena contradictoria que me reconozco, alguna vez lo quise matar para relativizar las vivencias y no dejar el llanto en el teclado cada vez que osé vestirme de letras.
Quise matar el Tiempo
Quise matar el tiempo con la ilusión de exiliarme y verlo nacer nuevo, y quise reflejar su desasosiego entre los pocos pasadizos del laberinto de los momentos, y quise roer sus costillas para robarme un pedazo de su misterio y anular con espasmos su caminar ligero, y quise colarme en las briznas de un pájaro fénix para atravesar los muros del cronometrar perfecto. Todo fue en vano, por mucho clamor a los cielos, por mucho empeño en el vuelo, tan sólo pude ver el tiempo reflejado en un espejo. Fue extraña la imagen, se asemejaba a un rosal de latidos que derramaba, sin remedio, pétalos color púrpura entre suspiros de cielo. Tan perspicaz fue su mirada que sin decirme me dijo: el misterio radica en las marcas que dejan los sentimientos.
Colgada de la sombra de un sauce viejo, pensé: ¿será que las marcas se ven de lejos? ¿O será que la distancia habla con el alma en un romance de tiempos?
Y fui por más, pues, esta alma anacoreta poco sabe de otras tierras y mucho cree en ellas. Con corazón de hormiga terrena recorrí las puertas cercanas y la de otros hemisferios para dialogar acerca de las sinrazones ajenas y quedé boquiabierta, pues las puertas del alma parecen todas iguales, sin embargo, sus vetas revelan distintas maderas. Me consustancié con sus líneas, con sus puntos en suspenso, con sus movimientos, con sus aguas, con sus grietas. Cada una de ellas entreabrió sus arcanos y se guardó para sí misma el sabor del pensamiento. Y a pesar de que los latidos sonaban a ritmo y en tiempo, al mirar más allá del ojo de mi secreto, supe que ese no era un común tiempo. Recordé que mi abuela hablaba de soles con deseos de iluminar lejos, hablaba de brillos y reflejos, y también de bancos de lágrimas en guantes de niebla, todo como si fuese hoy, pero en verdad ni ella recordaba en cuál tiempo.
Volví a mi casa, a mi cuerpo, amo los caminos llanos. Esos que gozan de sencillez, sin adornos, sin crispaciones para arribar a ninguna meta, sin retorcimientos, pero eso sí, con la esperanza de mirar la cicatriz para reconocerme en ella. ¿El tiempo? no existe, al menos para borrar huellas. Al mirar la Luna recordé el primer jazmín y me dije: el tiempo no existe. Sé que probablemente no me creerán, hacen bien, sobretodo en estos tiempos, aunque guardo la secreta esperanza de que alguien comparta esta locura, pues, ahora sí no puedo volver atrás y deshacer la madeja de sentimientos que impulsaron estas letras.