Extraño… éramos pibes de… no más de alrededor de 20 años y no nos bancábamos eso de una especie de directivas de aquellos padres que todo lo sabían y con sus índices marcadores por esos localizadores bienvenidos y “buenudos” –por un lado- y ese “no tiene nada que ver” con la vida racional del querer, en el que todo lo inducían a ese saber correspondiente, sobre todo a las “buenas costumbres”… ¡Qué mundo apócrifo”… o sea, Qué mundo de mierda!
Tener 20 años… o sea… no tener nada y que nuestros padres afloraran el ramillete de esos pétalos indicadores exactos de la parafernalia casi perfecta sobre el estrato futurista inmediato, no solamente del inmediato devenir acontecido y correspondiente con respecto al distinto, sino, a ése igual parlamentario distante de vida y proclamador, en el cual, todos, absolutamente todos, reiríamos emborrachados inmersos en el contexto flotante del consensuado ambiente no exclusivo familiar, sino, una especie de granja autóctona sobre esas innumerables hectáreas en cortar cabezas errantes inmersas de intelectualidad humana.
Frunzo el ceño y re pienso semejantes mensajes de actualidad y, mientras el regocijo de la presentación acurruca pormenores de vida, que quién sabe hubieren sucedido, todo se fue bien al carajo y guerras más guerras tiñeron plazas llenas de toboganes, hamacas y calesitas y esos chocolatines rociados de ganas de todo, sólo embadurnaron dispersos, chorros lagrimeros, inmersos en el espanto del dolor omnipotente y sorpresivo por el enfermizo Poder que todo lo domina.
¿Qué es el Poder? ¿Qué significa el hecho práctico de hacer lo que le viene en gana a ese invisible poderoso que todo lo ambiciona e impone en la práctica esa especie de angurria anhelada desde que vio nacer el arcoíris del simple respirar?
Diástole y sístole conviven con todos los humanos componentes sobre la faz planetaria cuando ese imponente corazón indispensable del simple respirar, nos imprime la espontánea e indispensable necesidad del transpirar la grandilocuente expresión para interactuar con el par… cualquier Par.
Si existiese algún tribunal perfectamente justiciero planetario desde la semilla pertinente en esa especie de antesala diagnosticadora de Vida, nadie se atrevería a cuestionar caprichosamente un ápice ante ese excelente tribunal barbudo y canoso de objetividad sapiencia de saberes inapelables.
Vuelvo al inicio de todo en donde el imponente corazón vislumbra movimientos naturales para la supervivencia humana desde que existen los terremotos, maremotos, movimientos telúricos, desaparición de variados seres pobladores de innumerables índoles y esos raros e imponentes especies de dinosaurios transformados en cenizas abonadas en tierras formadoras de simples yuyos cobijadores de los sonrientes seres que hemos poblado esta esfera tormentosa de lo que somos. Así como hemos construido primariamente, una caverna protectora de la violencia climática e inédita omnipotencia original correspondiente por la angurria animal, a través de esos casi innumerables siglos, también, el famoso “hombre” hubo de descubrir el metal y el explosivo complemento para… el simple transformar la Vida en Muerte.
Hemos vivido siempre bajo el influjo animal del que todo lo necesita imponer por sobre el otro porque… se siente con atribuciones no correspondidas hacia el demás… Y claro… aparece el conflicto que no es para nada de diferentes palabras o conceptos, sino –contrariamente- llevaderos a violentar situaciones excedentes hasta la vida misma de los involucrados en semejantes diferencias de criterios.
Nos hemos ido –como usualmente se dice- “bien al carajo”. Y no nos llama la atención el ver cotidianamente por estos grandes medios telegráficos o actualmente “internetianos”, cómo se fusila no solamente al que simplemente piensa distinto, sino también, a esos hijos, críos inexpertos de Vida a los que ni siquiera hubieron de experimentar el patinar traseros sobre toboganes placeros o pateadoras/es pelotas raspadoras de felicidad yuyeras en baldíos terrenales.
Y después –nos hemos canallescamente acostumbrado- al prender aparatos comunicadores y estadísticamente repletos de “información” masticamos pochoclos o maníes y tragamos variados alcoholes y creemos relajar músculos tensos lacrimosos de impotencia… sólo creemos ser felices con el beso de la mujer que nos acompañase o ese ser que hemos acuñado en conjunto cuyo chupete descarta de a ratos y balbucea un “mamá o papá” que nos enternece hasta el estremecimiento que jamás olvidaremos.
Poderosos y sumisos, todos formamos parte de esa perinola que gira y gira desde el simple despertar del latido corazonado en donde los ventrículos forman la inexorable función de acumular sangre y su diástole absorbe fuerzas representativas para seguir adelante, luego, la inconmensurable sístole representa el empujar que todo siga hacia adelante, a pesar de esas turbulencias insoportables, molestas de la bestialidad morbosa de esa parte de la “humanidad” que todo lo quiere y pretende enfermizo de su angurria, seguir digitando el movimiento de la perinola “equitativa”.
Por Pablo Diringuer