Ajenjo: La Musa Verde
¡Estimado lector! Si acaso la presente columna la impresiona por poseer un tono más lirico del acostumbrado, reminiscente, tal vez, de la imagen y la elegancia de la poesía de Baudelaire o Verlaine; si acaso le parece ligeramente decadente y le recuerda la fulminante altanería de Oscar Wilde; si evidencia un toque de locura o perversidad que combina, digamos, las aficiones de Touluse- Lautrec con las pasiones de Van Gogh; o si tiene alguno o todos estos efectos , el mérito recae en algo a lo que cada una de estas personalidades le rindió tributo: el hada verde, la reina de los venenos.
El Ajenjo
En efecto, esta columna fue concebida bajo el influjo de un licor herbal color verde de alto contenido de alcohol, cuyo consumo fue ilegal durante más de 95 años en Estados Unidos. Y no sólo allí. En 1905, un suizo asesinó a su familia tras ingerir ajenjo, lo cual provocó la prohibición de esa bebida en el país de su nacimiento. Al considerar que existía el riesgo de que, a su causa de la influencia disoluta del ajenjo, rancia pudiera perder la Primera Guerra Mundial contra los robustos alemanes bebedores de cerveza, ese nación también lo prohibió.
Ahora, el ajenjo ha recobrado gran parte de su lugar. La Unión Europea eliminó gradualmente una serie de vetos. Y este año, dos marcas de ajenjo fabricado siguiendo recetas tradicionales han sido legalmente importadas a los Estados Unidos.
Las barreras legales han desaparecido porque el thujone, sustancia química de uso regulado que está presente en el ajenjo (la planta de la cual se deriva el licor), otrora considerada responsable del atractivo de la bebida y de sus peligros, no apareció en una cantidad significativa en el análisis del ajenjo consumido en el pasado. Por lo tanto, pese al hecho de que contienen ajenjo, estas replicas auténticas no plantean ningún conflicto legal y los pronunciamientos alaristas preferidos acerca del ajenjo desde inicios de la Belle Apoqué han resultado carentes de fundamento.
Independientemente de los efectos del consumo excesivo del ajenjo, éste, casi desde su inicio, no fue una simple bebida más. Ocupa un lugar especial en la historia de la cultura moderna. Se escribieron poemas en homenaje a la “musa verde”, y escritores del siglo XIX, como Alfred de Musset, también se volvieron presas de su embriaguez. En la Academia Francesa donde Musset trabajaba en un diccionario, se decía que “se ajenjaba con demasiada frecuencia”.
Toulouse- Lautrec estaba tan prendado con el ajenjo, que mandó fabricar un bastón especial que encerraba una copa. También puede haber llevado la bebida a la atención de Van Gogh lo pintó y, en una ocasión, le arrojó una copa de esa bebida a Gauguin, Mane y Degas pintaron a bebedores de ajenjo, igual que Picasso. Edvard Munch lo consumía con avidez y Strindberg alimentó su locura con él. Verleine se sentía esclavo de lo que llamaba “la verde y terrible bebida”.
Incluso quienes encomiaban al ajenjo advertían sombras perturbadoras. Al respecto, Wilde explicaba: “Después de la primera copa, ves las cosas como quisieras que fuesen. Después de la segunda, las ves como no son. Finalmente, ves las cosas como realmente son y ésa es la cosa más horrible del mundo”.
Al probar ajenjo hoy en día, aún resuenan antiguos ecos de modernismo bohemio. Sin embargo, la historia nos enseña que la lucidez que presuntamente brinda el ajenjo puede no siempre resultar tranquilizadora. ¿Quién puede evitar sentir un vértigo ligeramente perturbador el sorber este brebaje, que en una época llenó los cafés parisinos, aun y cuando ese vértigo, que alguna vez engendró evocador a poesía francesa, hoy se limita a inspirar columnas periodisticas?
Por Edward Rothstein para el The New York Times – Publicado en La Nación -24-11-07
Copa de Ajenjo
Suena tango compañero,
suena que quiero cantar,
porque esta noche la espero
y sé que no ha de llegar.
Y en esta copa de ajenjo
en vano pretendo mis penas ahogar.
Suena tango compañero,
suena que quiero llorar.
Pensar que la quise tanto
y embrujao por sus encantos
hoy perdí la dignidad.
Soy un borracho perdido
que en la copa del olvido
busca su felicidad.
Son caprichos del destino,
que lo quiso una mujer,
si está marcado mi sino
quién sabe si ha de volver…
¡Pero yo la esperaré!
Suena tango compañero,
como una recordación.
Si lloro porque la quiero,
son cosas del corazón.
Sirva otra copa de ajenjo
que a nadie le importa si quiero tomar.
Porque esta noche la espero
y sé que no ha de llegar.
Tango
Música: Juan Canaro
Letra: Carlos Pesce