A mediados de la década de 1980 en Buenos Aires y en algunas ciudades del interior, circulaban unos cassettes de cinta con grabaciones caseras. En la casa, los lugares de trabajo, en reuniones de amigos, las misteriosas cintas convocaban a los interesados que en torno a los reproductores de la época, escuchaban con atención para estallar de rato en rato en estruendosas carcajadas.
Contenían los diálogos telefónicos que un misterioso personaje mantenía con sus interlocutores, sorprendidos en su buena fe. Las copias “truchas” reproducían las conversaciones que mantenía el Doctor Tangalanga (así se lo conocía) con sus “víctimas”.
El objetivo: divertirse a costa del prójimo. La técnica es muy simple, llamar a un número de teléfono con un pretexto cualquiera; por lo general un tema menor, por ejemplo, el reclamo a una pizzería por un faltante en el pedido o la queja sobre la calidad de la mercadería. También solicitar asesoramiento por servicios, aunque los rubros podrían ser infinitos.
El diálogo comienza en buenos términos entre un presunto cliente muy educado y el interlocutor que contesta profesionalmente. La conversación comienza a subir de tono cuando Tangalanga introduce la ironía, el menosprecio por el prestigio del establecimiento o directamente un insulto a quien responde las preguntas. El humorista evalúa cuidadosamente el momento de elevar la tensión, desconcertando o irritando a su oyente. En ese punto el comerciante (siguiendo éste ejemplo) comienza a reaccionar indignado y se dispara una andanada de agresiones verbales de ida y vuelta. Es que Tangalanga maneja los tiempos con maestría, el “in crescendo” con mano de artista hasta lograr el clímax que llega al límite, cuando la “víctima” interrumpe abruptamente la comunicación o el cómico decide que el tema está agotado.
En algunas oportunidades el interpelado adivina la broma y sigue la corriente, dejando burlado al burlador. O aborta la broma cortando tempranamente, cuando nota que le están tomando el pelo. Si quien recibe la llamada se “aviva”, la broma pierde un componente esencial, que es la sorpresa. Se trata de la clave que inicia una madeja de frases cruzadas hilarantes hasta agotar el recurso; casi siempre el cierre corre por cuenta de Tangalanga. Utilizando una metáfora futbolera, podemos decir que el jugador principal se queda con el resultado y además, es el dueño de la pelota.
Recordemos que cuando inició su actuación los teléfonos eran sólo de línea y sin registro de llamadas. Por el carácter anónimo, el bromista tenía una ventaja extra sobre su desprevenido interlocutor. Éste entonces a medida que pierde la paciencia se irrita, se siente impotente.
Mediante las cintas de los viejos cassettes, el público que escucha atentamente imagina la cara y el estado de ánimo explosivo de quien cae en la telaraña telefónica del humorista.
Es que el Doctor tocó una fibra íntima del porteño, aunque sus trabajos se difundieron en las provincias y también en el exterior. Se trata de la clásica “cachada” de Buenos Aires, luego devenida en “cargada”, “gastada” y sus infinitas variantes, como tener a alguien “de hijo”, “de punto” o el universal “tomarlo para la joda”.
Pero ¿quién fue éste exponente de la picaresca porteña?
Su nombre real es Julio Victorio de Rissio, nacido en el barrio porteño de Balvanera en 1916.
Integró una clásica familia de Buenos Aires y entre sus empleos, cumplió durante muchos años tareas directivas en las empresas de productos de tocador Palmolive y Colgate. Se cuenta que comenzó con el juego de llamar gente con la intención de divertir a un amigo que padecía una enfermedad crónica, desde 1958 hasta 1964.
Comenzó “castigando” a comerciantes inescrupulosos o patrones explotadores, con datos que probablemente le acercaban algunas relaciones. Luego el horizonte se amplió y cualquiera caía en la “volteada” de Tangalanga.
Entre 1965 y 1980 no hizo nada de su especialidad. En éste último año y debido a estar convaleciente por una enfermedad y a instancias de sus amigos, vuelve a la carga y encuentra material para sus llamadas en los avisos clasificados de los diarios.
A partir de ese año y a través de los misteriosos mecanismos de comunicación popular, comienzan a circular los codiciados cassettes, en infinitas copias caseras.
Tangalanga sigue en el anonimato; su voz y sus “jodas” la conocen medio Buenos Aires aunque su rostro es desconocido; pero en 1994 el conductor Jorge Guinsburg lo blanquea en su programa “Peor es nada”. Tangalanga compone un personaje televisivo con su característica gorrita identificatoria y también interviene en un sketch con Alfredo Casero en “Cha Cha Cha” y otras participaciones en la pantalla chica.
En 2006 celebró su nonagésimo cumpleaños en una sala teatral, acompañado por los músicos Luis Alberto Spinetta, Mollo y otros. Tres años más tarde, presentó “El libro de Oro del Dr. Tangalanga – Vida, llamadas y jodas de un filósofo telefónico”, con prólogo del “Flaco” Spinetta, su amigo.
Su arte lo llevó a Estados Unidos, Uruguay, Chile y otros países de la región y su colección de llamadas alcanzó decenas de discos, sin contar las miles de copias clandestinas y la posibilidad de acceder hoy a muchas de sus llamadas mediante internet.
En el año 2013 y contando 97 años, Tangalanga dejó de existir en la ciudad de Buenos Aires. No obstante, a principios de 2023 se estrenó la película argentina “El Método Tangalanga”, una ficción que toma como protagonista al emblemático humorista, dirigida por Mateo Bendesky.
La original y frondosa producción del burlador anónimo, merece ser reconocida como otro género del creativo humor porteño, más allá de los miles de desprevenidos que en su momento habrán “saludado” hasta los ancestros más lejanos de Tangalanga y que hoy lo deben recordar con una sonrisa.