“Es falsa la historia que nos enseñaron. Falsas las creencias económicas con que nos imbuyeron. Falsas las perspectivas mundiales que nos presentan y las disyuntivas políticas que nos ofrecen.
Irreales las libertades que los textos aseguran. Este libro no es más que un ejemplo de algunas de esas falsías”. Esta tremenda afirmación la realiza el investigador Raúl Scalabrini Ortiz, en su recopilación de trabajos editados en formato de libro titulado “Política Británica en el Río de La Plata”; a finales de la década de 1930.
Raúl Ángel Toribio Scalabrini Ortiz nació en 1898 en Corrientes. Hijo de madre criolla y padre italiano, sus inquietudes intelectuales y los estudios superiores los cursó en Buenos Aires.
Para ubicarnos en el contexto histórico, hay que recordar que después de la profunda crisis mundial desatada en octubre de 1929 con el “crack” financiero de Wall Street, se multiplicaron las quiebras de bancos y empresas y una profunda recesión atravesó el planeta. Argentina entonces, reveló su verdadera naturaleza de país anglo – dependiente sin capacidad económica propia para enfrentar la inédita crisis, ya que su rol en la división internacional del trabajo ejecutado por el Imperio Británico desde el siglo XIX en sus dominios y países semicoloniales, era el de proveedor de productos primarios. Los negocios financieros, los grandes frigoríficos, los transportes y demás servicios públicos, incluyendo el tendido de ramales ferroviarios articulados en forma de embudo, que transportaban la producción agroganadera del Interior directamente a los puertos de ultramar, los controlaba mayoritariamente el Reino Unido. Tarifas abusivas en el caso de los ferrocarriles y otros servicios públicos, balances fraudulentos estafando al Estado Nacional como hicieron algunas empresas ferroviarias o casos de doble contabilidad en frigoríficos extranjeros, como los denunciados por el senador santafesino Lisandro De La Torre, cuando fue asesinado su colega Enzo Bordabehere en plena sesión en el Senado de la Nación.
La repercusión en nuestro país de aquella situación de origen externo, fue catastrófica.
Desocupación, cierre de empresas, corrupción administrativa, fraude político.
“Dónde hay un mango / Viejo Gómez / Se lo han limpiao / Con piedra pómez”; canta una ranchera de moda, que los argentinos entonan con humor amargo.
En ese país desesperanzado y empobrecido, Scalabrini Ortiz que había estudiado ingeniería y luego trabajó como agrimensor, investiga y comienza a publicar sus conclusiones basadas en documentos sobre la verdadera raíz del drama nacional, que no fue otra cosa que los hilos invisibles de la dominación económico – financiera, articulados por intereses foráneos mediante sus socios nativos.
En 1932 el Imperio Británico organiza una reunión conocida como Conferencia Internacional de Ottawa en Canadá, del que participan sus colonias y ex colonias integrantes de la Comunidad Británica de Naciones (Commonwealth). Allí Londres decide reemplazar las compras de carnes a nuestro país por las adquiridas a Canadá, Nueva Zelanda, Australia y demás países y dominios de su órbita.
Para los ganaderos argentinos el golpe es demoledor. Como respuesta al año siguiente el presidente Agustín P. Justo envía a la capital del Imperio a su vice Julio A. Roca (h) y el canciller Guillermo Leguizamón, entre otros. Éste último, recibiría el título de “Sire” concedido por la monarquía imperial. El objetivo del viaje es garantizar una cuota de la compra de carnes que consume el mercado inglés. “Por su interdependencia económica recíproca, la Argentina es parte integrante del Imperio Británico”, afirmó el vicepresidente argentino.
El ministro Leguizamón no se queda atrás y sostiene: “La Argentina es una de las joyas más preciada de la corona de Su Graciosa Majestad”.
La resultante de esa misión fue el Pacto Roca – Runciman, al que el ensayista y militante radical Arturo Jauretche calificara como el “Estatuto Legal del Coloniaje”.
Entre otras condiciones, el acuerdo establece que el Reino Unido se compromete a comprar unas 390.000 toneladas de carne enfriada anuales, siempre que el precio fuera inferior al de otros oferentes. A cambio, exige el mantenimiento de la eximición de impuestos para los productos británicos (que en muchos casos ya existía), reducir al mínimo la presencia de frigoríficos argentinos en el negocio cárnico, creación del Banco Central de la República Argentina (BCRA), con poder para emitir moneda, regular tasas de interés y otras funciones estratégicas. El directorio cuenta con una fuerte presencia de funcionarios ingleses. Y como “yapa”, el gobierno nacional autoriza la creación de la Corporación de Transportes de Buenos Aires, el monopolio inglés para el transporte público urbano.
Scalabrini Ortiz sin ser radical, se vincula a la Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA); una corriente interna del partido fundado por Leandro Alem que en 1940 rompe con el partido al considerar que éste había dejado de representar los intereses nacionales y populares, al convertirse en cómplice del régimen conservador. Allí militan Arturo Jauretche, Homero Manzi, Gabriel Del Mazo y otros. Su consigna fundacional (1935), es “Somos una Argentina colonial, queremos ser una Argentina libre”.
Previamente, Raúl había incursionado en la literatura de ficción con sus cuentos agrupados en el libro “La Manga” y en 1931 obtiene el Premio Municipal por su ensayo “El hombre que está sólo y espera”. Tiene relación con la revista Martín Fierro del grupo de escritores conocido como “Florida”. Luego reside unos meses en Europa y escribe en diarios de ese continente, sobre la dependencia argentina.
Vuelve a la Patria y continúa con sus investigaciones, aportando desde 1940 a los Cuadernos de FORJA. En aquellos días publica dos libros fundamentales: Política Británica en el Río de La Plata e Historia de los Ferrocarriles Argentinos, entre una serie de artículos periodísticos siempre relacionados a la situación neocolonial argentina.
En 1943 se produce el pronunciamiento militar que derroca al gobierno fraudulento de Ramón Castillo y pone fin a la llamada Década Infame, tomando desde el comienzo, una serie de medidas nacionalistas y paralelamente, cierra el Congreso Nacional, prohíbe las actividades políticas y se pronuncia por la neutralidad ante la Segunda Guerra Mundial.
Scalabrini se aleja de FORJA por diferencias ante el golpe de 1943 pero luego se relaciona con Juan D. Perón y aporta sus investigaciones al gobierno justicialista, sin cumplir funciones gubernativas.
El 17 de octubre de 1945 lo sorprendió gratamente, escribiendo una crónica que por su fuerza descriptiva, hizo historia. Allí define a las masas trabajadoras que acudían a liberar al coronel Perón, como “el subsuelo de la Patria sublevado”.
El golpe cívico militar antiperonista de 1955 lo encuentra a Scalabrini en la vereda de los defensores del gobierno derrocado. Califica a la “Revolución Libertadora” como la restauración oligárquica desplazada en 1943 y también denuncia la intromisión de intereses británicos en la sedición.
Escribe en periódicos como “El Líder” y la revista frondizista “Qué”, entre otros medios; siempre bajo la lupa dictatorial.
Sus obras, igual que las de Arturo Jauretche, José Hernández Arregui, Jorge Abelardo Ramos y otros, señalan un salto adelante en la comprensión de nuestro pasado y las tareas políticas de aquel presente.
En mayo de 1959 falleció con apenas 61 años. Entre los muchos reconocimientos, está la carta dirigida por el general Perón desde el exilio a Mercedes Comaleras, viuda de Raúl, quien entre otras reflexiones sobre el ilustre pensador, sostiene: “Los que hemos luchado por los ideales que inspiraron la vida de Scalabrini Ortiz, no podremos olvidarlo, como no lo olvidarán las generaciones de argentinos que escucharon sus enseñanzas y lucharán por hacerlas triunfar en el tiempo y en el espacio”.