El padecer humano se constituye en el mismo momento en que el homínido pudo hablar, crear cultura y saber de su propia existencia por ende de su muerte, esto, a diferencia del resto, o al menos de la mayoría de los seres vivos.
Para soportar la certeza de finitud por vía mortuoria tuvimos que inventar el más allá, el alma y el espíritu, cosas difíciles de explicar por lo que fue necesario, entonces inventar la religión, lógico necesitábamos un dios como jefe máximo inapelable y misterioso, modelo de perfección, y todo poderoso.
La religión es un invento humano que vino a cubrir una necesidad; dar esperanza para el sostenimiento de la vida. La conciencia de finitud tiende a la depresión, a la subversión y el caos.
La religión se sostiene en la fe de los humanos, es decir, en la necesidad de creer en la existencia de un creador, un padre protector. Como se sabe; “si lo pides lo tienes”.
Para que exista el nexo entre el cielo y la tierra fueron inventados los sacerdotes, estos se arrogan el derecho de ser representantes del supremo, quien nunca se presentará, ni firmará las credenciales de sus embajadores, pero aseguran estos que, Él está ahí, que todo lo ve, que todo lo sabe, que nada ocurre sin su consentimiento y por supuesto no puede faltar la amenaza de castigo divino (el peor) a la desobediencia o infidelidad. “Seamos temerosos de dios” su ira es terrible y habrá juicio y castigo para los pecadores e infieles. ¿Les suena?
También podemos tomar en cuenta que la religión ha sido la primera forma de organización social y legal entre los humanos. Las leyes divinas fueron precursoras de las leyes humanas y sobre aquellas bases se construyeron éstas[i].
Las leyes sirvieron para orientarnos en nuestras conductas hacia algo superador sobre aquellas que nos fueran donadas por la naturaleza misma, también para esclavizarnos y explotarnos en favor del poderoso de turno, emperadores, reyes, gobernantes y bandidos de otras calañas. La religión como institución, siempre fue para servirles a ellos más que a dios o a sus fieles.
No hay imperio sin religión oficial, las otras son paganas, despreciables y peligrosas, pero todas aspiran a ser la oficial así que sin duda son parte del sistema de sometimiento y sumisión. No descubro nada con esto, véase Foucault M. Vigilar y Castigar 1975 y otras obras del mismo autor. Agrego que aún el esclavo necesita incentivos, la felicidad, la vida eterna en el más allá, el paraíso, el amor de dios, son los premios que vamos a recibir por creer y obedecer. Cuando tu cuerpo se pudra tu alma alcanzará la dicha junto al señor de las alturas. Pero este precioso regalo del creador no será alcanzado sin tu absoluta entrega y devoción, sin dudar un instante, sin vacilar ante la tentación ah y sobre todo sin garantías de ninguna clase, solo la palabra.
El camino hacia la felicidad tiene mejores perspectivas, si la misma acontece en ese breve período entre el nacimiento y muerte.
Buscamos la felicidad en el lujo y el confort, en rodearnos de objetos que ayuden a vivir mejor. La naturaleza no es muy gentil en este terreno de las comodidades y no nos brinda “per se” aquellos objetos que apetecemos. Para solucionar esta carencia inventamos la ciencia y el arte y con eso nos diferenciamos aun más de nuestros compañeros del paraíso terrenal.
Así es como a través de los siglos de evolución el homínido se convirtió en lo que hoy conocemos como “hombre moderno”
Surge una pregunta ¿Qué pasó con aquello que prevalecía en esos hombres primitivos? Me refiero a esos instintos naturales que guiaban su conducta.
La naturaleza está presente en nuestra biología, tenemos necesidades básicas como el resto de lo seres vivientes. Al igual que ellos nacemos, nos desarrollamos, nos reproducimos y luego morimos, en un ciclo invariable, constante e inevitable. Será este, tal vez un límite que no pudimos eludir, al menos por ahora.
Aquellos mecanismos naturales que el homínido poseía y que le permitían subsistir en un ámbito francamente peligroso para el que no estaba completamente dotado fueron quedando en desuso al incorporar el lenguaje, imagino que limitado primero y complejo después, ahora podía comunicar a su grupo los deseos y necesidades, también donde y como obtener alimento y abrigo. Superando a sus predecesores, controlaron el fuego y con eso a las bestias más peligrosa, vinieron rudimentos de herramientas que tornaron en armas que se usaron para la conquista y los clanes se hicieron más fuertes, incorporando por conquista o asimilación a otros clanes, luego los cultivos hicieron que dejaran de vagar por las planicies buscando alimento para afincarse y plantar con las semillas, las bases de la civilización.
Para la vida en comunidades y el intercambio de bienes se hizo necesario inventar las leyes, normas de convivencia y códigos legales que marcaran la diferencia entre el bien y el mal, terreno éste en el que predomina la religión. Pues de allí se tomaron las normas que los dioses bajaron a los hombres para la creación de las leyes y contribuyendo así grandemente al alejamiento definitivo del hombre del paraíso terrenal o sea la felicidad, quedando ésta última reservada para la otra vida después de la muerte física, a condición, claro, de cumplir ahora con, no solo las leyes divinas, sino también las sucedáneas las leyes humanas.
Todo lo que el humano hace es cultura.
El humano creó la cultura, todo lo que el ser humano hace es cultura, desde lo mas sublime hasta lo más abyecto, desde lo más simple hasta lo más complejo. Cultura es ciencia y arte.
El ser humano inventó también la felicidad.
Es que si lo pensamos un poco no hay motivos para la felicidad en la naturaleza. Cualquier ser vivo puede desarrollarse y morir de acuerdo con sus instintos y esto no implicaría una vida de felicidad y plenitud. En cambio, el humano quiere y busca ser feliz.
Otra pregunta entonces se me presenta y es; qué es la felicidad. Hay una catarata de definiciones para felicidad, en realidad, creo que tal vez no haya una sola felicidad sino una por cada uno de nosotros.
Hay también una tendencia a creer que la felicidad es un estado, una forma de transcurrir la vida. No, esta invarianza está más ligada a la muerte que a la vida. Jean-Paul Sartre en el ser y la nada (1945) propone, según mi modesto entender algo semejante, y es que no se es sino hasta el momento de dejar de ser, entre tanto se está siendo o sea cambiando. Algo así como morir y renacer en algo evolucionado.
La felicidad y la libertad.
Creo que la confusión viene por este lado, se asocia la felicidad con la libertad, y creo que es justamente lo contrario.
Sartre en el ser y la nada (1945) dice que el humano está condenado a ser libre, que su libertad queda manifiesta cuando se angustia y el humano huye de la angustia. Parece contradictorio hasta una aporía. Pero es la conciencia del ser lo que lo angustia, ya que no puede dejar de elegir por lo tanto de ser libre.
¿Entonces la felicidad estaría por el lado de triunfar evitando la angustia?
Ahí la trampa. No es posible dejar de elegir, aun no eligiendo se elige no elegir. No es posible dejar de fracasar en alcanzar nuestro ideal del yo.
La promesa de felicidad queda indefectiblemente ligada al más allá, también a que las decisiones ya estén tomadas por “el padre”, el supremo perfecto. Jamás sería posible que “Él” se equivoque y habrá recompensa y habrá felicidad.
O deberíamos, tal vez, disfrutar los momentos, breves, por cierto, en que podemos sentir que algo de la satisfacción se acerca, al menos un poco, a nuestras expectativas.
Tengo una anécdota que lo sintetiza. Hace un tiempo una persona con la que hablé me relató lo siguiente:
“¡Estoy bárbaro!” dijo al preguntarle como estaba, y continúa “Pude reducir a la mi jornada laboral, con eso me quedó más tiempo para hacer cosas en mi casa, me separé de mi socio en el negocio y me va mejor que antes, mi hijo está en el colegio que siempre quise para él, con mi pareja estamos muy bien” Hace una pausa, y me pregunta: “Decime che ¿Esta mierda será la felicidad?”
Licenciado Ricardo Galarco – Psicólogo
[i] Es el Código de Hammurabi, que fue cincelado hacia el 1700 antes de nuestra era –antes de Cristo. Representa exactamente eso, al rey Hammurabi de Babilonia recibiendo de Samash, dios del Sol y la justicia, las leyes que se debían cumplir para fomentar el bienestar entre las gentes.