El Gaucho Gil o Curuzú Gil – I
¿Quién fue el Gaucho Gil? Cuenta la leyenda que el gaucho Antonio Mamerto Gil Núñez o Antonio Gil o Curuzú Gil era, a mediados del siglo XIX, una especie de Robin Hood del litoral argentino, ya que su banda organizada en los alrededores de la localidad correntina de Mercedes se dedicaba a despojar a los ricos para darle a los pobres, quienes por agradecimiento lo ayudaban en cualquier trance, amparando sus fugas de la justicia o proporcionándole alimentos cada vez que se internaba en el monte para esconderse.
Sin embargo, fue detenido por una partida policial, que dos días después lo colgó boca abajo de un algarrobo y lo degolló. Sin importarle las consecuencias unas manos piadosas le dieron sepultura y colocaron una cruz en su tumba, con lo que pasó a convertirse en un lugar de culto, hasta donde llegan cabalgando numerosos jinetes para entregarles ofrendas que van desde banderas federales de color rojo, hasta placas y flores por los favores cumplidos.
Su supuesto federalismo también es parte de la leyenda popular enriqueciendo la conocida disputa nacional de todo el siglo pasado entre celestes y colorados. Cuentan que el unitario Coronel Juan de la Cruz, jefe del distrito donde habitaba el Gaucho Gil, reclutaba combatientes para engrosar sus filas que debían luchar contra el tradicional adversario. Como era habitual en esas épocas no había excusa válida para negarse al incorporamiento y el Gaucho no tuvo más opción que reclutarse. No obstante, y ante su supuesta simpatía por el bando contrario se escapaba cada vez que el resto de los soldados descansaba, provocando la ira de sus superiores por deserción.
Cuentan que como era habitual en estos casos, una vez que era tomado el desertor como prisionero jamás era juzgado, y el Curuzú Gil no fue la acepción, fue asesinado al ser degollado luego de ser colgado de un algarrobo boca abajo. Antes de morir le dijo a su victimario que de regreso a su casa iba a encontrar muy enfermo a su hijo y que si invocaba su intervención el pequeño se podría llegar a salvar. Su verdugo en señal de agradecimiento por el milagro depositó en el lugar del fusilamiento una cruz de espinillos.
Enseguida el milagro tomó trascendencia y los vecinos comenzaron a reunirse alrededor de la cruz encendiendo velas y pidiendo favores, por lo que el dueño del lugar retiró el símbolo sagrado , molesto por el continuo afluir de personas y la posibilidad de que las candelas provocasen incendios.
Al poco tiempo el dueño de la estancia enfermó gravemente y ante el miedo a morir le prometió al Gaucho Gil que si lo sanaba le iba a construir un monumento en su memoria. Ya recuperado de su extraño mal edificó con piedras de la región un mausoleo, que todavía asoma su original arquitectura a la vera del camino correntino, donde se pude observar una gran cantidad de banderas rojas, plaquetas y flores que testimonian el arraigo del culto en el seno del pueblo del litoral.
El Gaucho Gil o Curuzú Gil – II
El gaucho Antonio Mamerto Gil Nuñez, o Antoniñ Gil, o Curuzú Gil, a mediados del siglo pasado había organizado en los alrededores de Mercedes, Corrientes, una banda cuya imagen más favorable era la de que despojaba de bienes a los ricos para repartir lo obtenido entre los pobres.
Tenía por esta razón gran predicamento entre la gente del pueblo, que lo ayudaba en cualquier trance, amparando sus fugas, proporcionándole alimentos cuando se internaba en el monte, etc.
Sin embargo, sorprendido por una partida policial, pudo ser detenido. Dos días después lo colgaron boca debajo de un algarrobo y lo degollaron. Manos piadosas le dieron sepultura y colocaron una cruz en su tumba, con lo cual pasó a convertirse en lugar de culto.
Cuando no hace mucho visitamos el lugar, venían llegando muchísimos jinetes, que llevaban para dejar recuerdo y cumplimiento de promesas, banderas y estandartes rojos (dicen que era federal). No faltan desde luego placas recordatorias, ni las flores rojas (naturales o de papel), testimonio de afecto y gratitud por favores recibidos.
Otra santificación profana que cuenta con numerosa feligresía es la de Antonio Dil o Antonio Mamerto Nuñez Gil, mas conocido como “Curuzú” Gil, cuyo túmulo se erige en las proximidades de Mercedes, aunque está sepultado en el cementerio local. Las escasas referencias existentes coinciden que fue un paisano afincado en la zona del “Palubre”, donde trabajaba en estancias; fruto del medio en el cual transcurrían sus días, pronto orientó sus pasos por la senda del delito. Empero, fue eliminado por motivaciones políticas.
Los indicios sobre él se pierden hasta que en oportunidad de pruducirse una nueva asonada entre celestes y colorados, el jefe de los primeros en el distrito, Coronel Juan de la Cruz Zalazar -ex guerrero del Paraguay- recluta combatientes que engrosan sus filas para luchar contra el tradicional adversario. Gil también es incluido en la partida, e imprevistamente, abandona el campamento cuando los demás se hallan descansando, actitud que causa inocultable desagrado en el militar. Al poco tiempo, localizan al desertor cuyas simpatías por la divisa punzón eran evidentes, siendo enviado a Goya para el juzgamiento de su conducta.
Como era norma en estos casos, el prisionero no llegaría a destino, pues lo decapitaron suspendido cabeza debajo de un algarrobo. En los umbrales de la muerte, alcanzó a advertir a su verdugo que a su regreso iba a encontrarse con un hijo enfermo de gravedad y si invocaba su intercesión podían salvarlo. Su victimario, en señal de agradecimiento por el milagro concedido, llevó a pie una rústica cruz de espinillo que depositó en el lugar del sacrificio. El sucedido tuvo rápida difusión entre los vecinos, quienes empezaron a reunirse allí para encenderle velas y elevar preces, lo que movió al dueño del campo a retirar el símbolo sagrado, molesto por el continuo afluir de personas y la posibilidad de que las candelas provocasen incendios.
Enseguida el hacendado contrae una dolencia que lo tiene al borde de la locura. Desahuciado por los galenos, promete mandar hacer un monumento fúnebre a la memoria de Gil, si lograba recuperar su salud quebrantada. Sanado del extraño mal, aquel hombre edificó con piedras de la región el desmañado mausoleo, que todavía asoma su original arquitectura a la vera del camino. Desde esa remota fecha, profusión de plaquetas recordatorias y banderas rojas enastadas a tacuaras, testimonian el arraigo del culto en el seno del pueblo correntino.
Emilio Noya