Principios de la década de 1960 en la Argentina. Es el nuestro un país convulsionado políticamente, gobernado por el radical intransigente Arturo Frondizi. La inestabilidad tiene un telón de fondo que es la proscripción del peronismo, sumado a los constantes planteos militares y las luchas sindicales en defensa del salario y los derechos laborales. Los argentinos se distraen de estas tensiones con el fútbol, “pasión de multitudes” como lo definió un comentarista deportivo del momento, el box con sus ídolos y las respectivas “hinchadas” y la rivalidad entre tangueros y una juventud crecientemente rockera.
Pero también la llamada “crónica roja” (noticias policiales tratadas en clave sensacionalista), son parte de la producción periodística que se consume masivamente, porque más allá de la abundancia de fotos rayanas en algunos casos en la morbosidad, el argentino medio era muy lector. Los kioskos desbordaban de publicaciones de todo género y un “canillita” propietario de una “parada”, según la ubicación, era dueño de un negocio interesante.
Las notas policiales integraban los rubros más demandados y sus protagonistas tanto policías como delincuentes, cuando alcanzaban cierta notoriedad, el público seguía sus andanzas como si se tratara de una novela de aventuras.
En ese contexto alcanzó verdadera popularidad el entonces jefe de la División Robos y Hurtos de la Policía Federal, el comisario Evaristo Meneses.
El hombre nació en la localidad bonaerense de Cuatreros, cerca de Bahía Blanca en 1907 en el seno de una familia modesta. En su juventud trabajó de lo que podía realizar en su reducido entorno, mayormente rural; y entre otras actividades fue boxeador amateur. En enero de 1934 ingresó en la Policía Federal y tres años después se graduó como oficial en la Escuela Ramón Falcón. Había cumplido treinta años.
La década de 1930 además de pasar a la historia por los negociados en el poder político, el fraude electoral y la desesperanza ciudadana en algún cambio, también registró el auge de grandes bandas delictivas que al estilo de sus similares estadounidenses, tenían en jaque a las fuerzas de seguridad; nombres cinematográficos como “Mafia”, “Cosa Nostra” y otros de resonancia similar, sobrevolaban sobre cada atraco importante o los secuestros extorsivos que como en el caso del joven Abel Ayerza, culminó con su asesinato, pese a que la familia pagó un importante rescate. Se responsabilizó al mafioso “Chicho Chico”, discípulo de Juan Galiffi, “Chicho Grande”, quien desde la ciudad de Rosario (la “Chicago Argentina”), extendió sus redes a buena parte del país.
En ese escenario se desenvuelve el flamante oficial Meneses.
Pasaron los gobiernos y el oficial siguió ascendiendo en el escalafón. Estuvo (siempre dentro del ámbito federal), en la División Defraudaciones y Estafas, en las seccionales 34 y 50 de la Capital Federal, en la comisaría de Casa de Gobierno y en 1957 asume la conducción del área de Robos y Hurtos.
En un marco distinto a los años ‘30, son también días de auge de algunas “super bandas”; por ejemplo, la que lideraba quien sería su adversario más escurridizo: Jorge Villarino, alias “El Rey del Boleto” y el “Rey de la Fuga”. Pero también operaban “El Loco Prieto”, el “Nene” Laginestra, Luis Miloro, “El Loco de la ametralladora”, quien en 1963 se “comió el garrón” del sangriento y millonario asalto al Policlínico Bancario, el que poco después se descubrió que los verdaderos responsables fueron miembros del Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara (MNRT), para financiar actividades políticas. Consumado el asalto, la Policía organizó una verdadera “cacería del hombre”y días después Miloro fue abatido. El modus operandi de los asaltantes (similar al del “Loco”) indujo a la policía a sacar conclusiones apresuradas. Con la muerte de Miloro, anunciaron que “El hecho había sido esclarecido”, craso error.
Don Evaristo también había participado en la investigación del Caso Policlínico Bancario, como en otros muchos del momento.
Recordemos que en 1957 a los cincuenta años de edad y con 23 de servicio, Evaristo accede a la Jefatura de Robos y Hurtos de la Policía Federal; su legendario búnker.
Sector que comandará hasta 1961.
Entonces en nuestra televisión reinan series como el policía Mike Hammer, Los Intocables y otros, estimulando la imaginación popular cuando en el escenario criollo, surgían personajes que la prensa del rubro alimentaba con titulares con “gancho”, generosa adjetivación y fotos abundantes.
Comenzaba el duelo entre El “Rey de la Fuga” y Meneses.
Como si se tratara del entonces popular juego de mesa, “Policía – Ladrón”, la población seguía las correrías del delincuente y el acoso de su perseguidor apasionadamente. En agosto de 1957 Villarino y su banda robaron una suma millonaria de un organismo estatal y poco después cayó debido a la investigación de Don Evaristo. Villarino fue alojado en la cárcel de Caseros. De allí fugó en mayo de 1960 y días más tarde lo recaptura Meneses. Su nuevo lugar de detención fue la Penitenciaría Nacional de avenida Las Heras. Inevitablemente, en septiembre de ese año el “Rey de la fuga” se escapa otra vez y como en un círculo fatal, Meneses vuelve a atraparlo en una operación que involucró también a Uruguay y Brasil, países donde el “Rey” pensaba refugiarse.
Meneses estaba en el pico de su fama. Los ladrones de poca monta lo respetaban, porque sabían que el hombre se dedicaba a la caza mayor. No obstante, en 1959 una denuncia judicial impulsada por el diputado Silvio Frondizi lo lleva a sufrir 42 días de detención. La acusación: apremios ilegales a un detenido. Fue sobreseído por faltas de pruebas.
El policía siguió con lo suyo y en enero de 1961 descubre un importante robo de lingotes de oro en el depósito de Aduana de Ezeiza.
Pese a la fama que había alcanzado, cuentan que se trataba de un hombre solitario.
Frecuentaba cabarets “en busca de información”, habría dicho más de una vez. Lo cierto es que conocía la noche porteña como pocos y a todo el submundo que giraba en torno a los “nightclubs” de los años ‘60.
Lo extraño es que pese a los buenos resultados que su trabajo generaba a la institución, en 1963 se lo trasladó al área Delitos y Vigilancia y luego como adjunto a Investigaciones. Todo indica que la estrella del “Pardo” como también se lo conocía en el ambiente, comenzaba a declinar. Un año después es puesto en disponibilidad.
En 1965 el hombre obtiene el retiro definitivo y ya jubilado, volvió a su antigua casa familiar en el Bajo Flores porteño.
Convertido en leyenda en vida, obtuvo una biografía escrita por Yderla Anzoátegui con relatos del propio protagonista, fue personaje de historieta en la revista “Fierro” dibujado por Francisco Solano López y guión de Carlos Sampayo, un documental titulado “Evaristo” dirigido por Mariano Petrecca e innumerables notas periodísticas que periódicamente evocan sus aventuras.
Elogiado por muchos y seguramente odiado por otros, Evaristo “Pardo” Meneses murió en su casita del Bajo Flores en mayo de 1992 a los 84 años.