Una propuesta enloquecida y desesperada a los hombres del futuro, para que rompan en pedazos el mundo de la aceptación de la mediocridad, la dependencia cómoda o la derrota intelectual que prestigia una cultura rococó.
Arlt, Desprolijo y Genial
El 8 de abril de 1958 La Razón informaba que la Sociedad Argentina de Escritores solicitaba al intendente municipal, que una calle de Buenos Aires llevara el nombre de Roberto Arlt.
Comenzaba tibiamente por ese tiempo a revalorizarse la obra de este escritor imperfecto y genial. En 1950, Arlt estaba casi olvidado. En este año, Raúl Larra publica el primer trabajo reflexivo y bibliográfico, titulado Arlt, el torturado. En cenáculos que se van ampliando después de 1955, ya se advierte el interés juvenil por Arlt, lo que seguramente tiene en cuenta editorial Losada para reeditar en 1958 El juguete rabioso. Unos años mas tarde, Roberto Arlt sería el centro de la polémica, la admiración y la diatriba. Pero lo más importante, ayudaría a una nueva generación a pensar a su país con originalidad y desprejuicio.
Hasta entonces. Arlt pertenecía a prolijos ficheros que informaban que Roberto Godofredo Christophersen Arlt había nacido en el barrio de Flores en abril de 1900 y muerto el 26 de julio de 1942.
Había escrito estas novelas: El Juguete Rabioso (1926), Los Siete Locos (1929). El Amor Brujo (1932).
Dos libros de cuentos, El Jorobadito (1933) y El Criador de Gorilas (1941). Como autor teatral había entregado Trescientos Millones, El Fabricante de Fantasmas, Saverio el Cruel, La Isla Desierta, entre las más conocidas. En el diario El Mundo había publicado sus memorables Aguafuertes porteñas, Aguafuertes españolas y Nueva aguafuertes porteñas, además de incontables notas sobre la realidad de los años duros, a una por día. Son tiempos que hacer decir a Arlt: “Creo que jamás será superado el feroz servilismo y la inexorable crueldad de los hombres de este siglo. Creo que a nosotros nos ha tocado la horrible misión de asistir al crepúsculo de la piedad, y que no nos queda otro remedio que escribir deshechos de pena, para no salir a la calle a tirar bombas o a instalar prostíbulos”.
Roberto Arlt escribe sobre la pequeña burguesía urbana, seres castrados por la falta de oportunidad, burócratas hereditarios del cemento. Su crueldad en las descripciones va pareja a su concepción industrialista y progresiva de la realidad. Por eso fustiga a tinterillos asumidos, pero reniega de la capacidad universitaria desperdiciada para la producción creativa, que navega en la humillación del empleíto: “Hay abogados que son escribientes de procuradores, procuradores que les pagan 200 pesos menos mensuales, ingenieros que no saben qué cosa hacer con el título, doctores en química que envasan muestran de importantes droguerías. Parece mentira y es cierto”.
Su obra y su bronca germinan en la decadencia y caída del radicalismo y el encumbramiento de los años de infamia. La pequeña burguesía y la burguesía industrial en pañales, claudican ante la realidad independiente.
Arlt escribe radiografías en los diarios, propone en sus libros sueños de proyectos. Se hace inventor en la vida real, no para ganar dinero como sugiere la lectura lineal de la anécdota, sino para contraponer el delirio y la locura como alternativa combatiente de la alineación del régimen que castra, cercena, anula o condena a la agonía a los hombres mas brillantes de la Argentina. “Aunque tuviera un Roll Royce y cien mujeres danzando para mí, estaría triste”, confiesa en una respuesta aclaratoria. Lo que Arlt hace, es construir una suprarealidad que enfrenta a la realidad contextual. Una propuesta enloquecida y desesperada a los hombres del futuro, para que rompan en pedazos el mundo de la aceptación de la mediocridad, la dependencia cómoda o la derrota intelectual que prestigia una cultura rococó.
La Razón – 08-04-85 –Cronos