Las vasijas, de tres mil trescientos años de antigüedad, selladas y rotuladas con inscripciones inequívocas, contenían tres tipos de vino diferentes: tinto, blanco y shedeh (tinto dulce derivado de frutas) y la existencia de ácido tartárico.
Los Blancos y Tintos del Faraón Más Famoso
El vino, desde siempre místico y peligroso, portador del éxtasis, asociado a mitos y deidades, se bebía generosamente entre la familia real y las clases altas del antiguo Egipto (mientras la plebe tomaba cerveza). Era además objeto ritual ofrecido en ceremonia a los muertos. Tenía un especial significado religioso. Representaba nada menos que la sangre de Osiris, el dios de la resurrección, la regeneración y la fertilidad, como el Nilo, símbolo de la semilla que moría para volver a nacer. Según los egipcios, el universo inevitablemente entraba en caos con la muerte de un faraón. Sólo recuperaba el equilibrio una vez que su cuerpo hubiera recibido sepultura con todo lo apropiado y necesario para acceder a la vida eterna.
Tres ánforas dispuestas por los sacerdotes en la cámara funeraria de Tutan-kamon desvelaron en el 2006 a los egiptólogos, aguijoneados por una investigación de la Universidad de Barcelona.
Las vasijas, de tres mil trescientos años de antigüedad, selladas y rotuladas con inscripciones inequívocas, contenían tres tipos de vino diferentes: tinto, blanco y shedeh (tinto dulce derivado de frutas). Todas las muestras de polvo sedimentado analizadas, con técnicas de cromatografía, revelaron la existencia de ácido tartárico, sustancia que denuncia sin duda procedencia de las uvas, aunque no determina tonalidad.
En el ánfora ubicada al oeste de la cámara funeraria, presunta dirección señalada al faraón en su camino hacia la resurrección, aparecen rastros de ácido siríngico, derivado de la malvidina, responsable sí del tono rojizo en los tintos jóvenes. Las mismas evidencias están presentes en el ánfora ubicada al sur. Pero en la del este, en la que había un residuo de color claro, no hay ni sombras del siríngico: blanco clavado, aseguran los científicos encarga- dos de dilucidar el tema.
Tutan-kamon degustó entonces su vino color ámbar mil quinientos años antes de lo que suponían, hasta aquí, las investigaciones conocidas. La elaboración de vinos blancos en Egipto remitía a doscientos años después de Cristo. El guante se da vuelta. La historia, como una dama impertinente de nariz empolvada, no perdona. Saber tiene lo suyo, en mérito a la ciencia, al rigor histórico, a la curiosidad y al cholulismo. Puede decirse sin margen de error que el faraón le pegaba parejo al blanco y al tinto. Queda sin embargo una duda, des- cubrir por qué en el punto cardinal Norte de su cámara funeraria no había vasijas con vino: era el camino obligado para un abstemio, dicen aunque es incierto.
Cuento poco atractivo, si así fuera, para la génesis una bebida medicinal, energizante y fortalecedora del espíritu como pocas, que va desató visiones apocalípticas en el devenir humano y nos legó la madre de todas las resacas en Pompeya, atestada por doscientos bares, setenta y nueve años antes de Cristo. Provocó además leyendas de terror vigentes hasta fines del siglo XIX, según las cuales el bebedor excesivo de sino podía ser víctima de una combustión espontánea. Yo he visto a un desdichado automovilista, enfrentado a un control de alcoholemia, seguramente influenciado por este despropósito, pedirle a su acompañante que apagara el cigarrillo por temor a deflagrar. A veces todo se confunde.
Baco, el dios de la viña, de delirio místico y del vino, lo acunó para su nacimiento hace cinco mil años en las montañas Zagros, al oeste de Irán, en los montes Taurus, de Turquía, o en el Cáucaso. Qué importa dónde, sus huellas se pierden en la noche de los tiempos. Quizás sea cierta la leyenda persa del rey Jashmid y las uvas frescas hayan reventado solas para autotransformarse en sus ánforas de palacio. Tal vez una de sus mujeres, despechada de amo- res, haya presumido veneno salvador en aquel vino iniciático que fue torrente de alegría.
Está presente, según el Nuevo Testamento, en el primer milagro de Jesucristo cuando, en la boda de Canaan, convirtió el agua en vino. Y se tornó virtuoso en su sangre en la despedida a sus discípulos durante la Última Cena. Prestigiado por la embriaguez de Noé, símbolo de perdición para Mahoma, y para Shakespeare en Hamlet, fue democratizado por griegos y romanos.
Sobrevinieron entonces los razonables excesos en el consumo Es que el agua siempre fue considerada fuente de contagio. Algo que ya sabía el señor Tutan-kamon cuando la reemplazó por un buen blanco.
Debate – 13-07-06 – Por Lorenzo Amengual