Suena otro tema de Barry White en la radio… música complaciente y mi mente traslada aquellos momentos displicentes y distantes de esa música por la cual tomaba la mano de ella y fastidiábamos comportamientos repulsivos…
Escuchar a Barry White…
Colegio Comercial de Ramos Mejía, y el sarcasmo entre los vaqueros lustrosos deshilachados y zapatillas Topper mientras ellas, suecos corcheros vislumbrados en la hecatombe hecha escalera dentro de ese equilibrio juvenil desparpajado ante esos dedos índices que imperativamente querían indicar el obligatorio cumplir alrededor de las «buenas costumbres»…
La policía nos miraba siempre con cara de: ¿en qué andarán estos pendejos?
Éramos recontra felices con poca guita y mucha energía de avasallar esa especie de parafernalia impuesta desde ese más allá que no sabíamos, pero que, intuíamos que todo lo simpático que se ofrecía, aún en esos grandilocuentes boliches de la zona, jamás nos convencería de movernos al son de su música complaciente la cual, intentaba convencernos de hamacar cinturas y pasitos de moda subterfugios del tremendo mandato oculto represivo que se venía con toda la ambición de la angurria extranjerizante.
Pocos lugares nos identificaban como rasguños nuestros rebeldes de no aguantar todo eso “que venía desde arriba”… “bailar” en esos boliches de Ramos Mejía y el chengue chengue del pasito de moda del cual, cada vez que introducíamos nuestras figuras para saber ese qué, que ya… nos inflaba todavía más las tetas, sólo afloraba la dispersión en nuestra generación que ya, sabía sobre qué se trataba esa música placentera de movimientos pasatistas devenidos de ese norte chiclero que absolutamente no nos identificaba en absoluto. Barry White, Gloria Gaynor, o Bee Gees,o Donna Summer o Diana Ross, o Kool and the Gang, Village and the People, o The Temptation, o Earth Wind and Fire.
Paradójicamente, nos identificaba la displicencia de otra música también devenida de esos lejanos lugares auspiciosos del hielo extranjerizante, pero que, cuyo movimiento no hamacaba en demasía los esqueletos, pero sí, las mentes, cuyas melodías, inyectaban ciertos pormenores ligados a la rebeldía y no, el contagiar a repetitivos movimientos en esos inundados boliches bailables del espectro pasatista del oeste bonaerense: Beatles; Rolling Stones; Led Zeppelin; Yes; Pink Floyd, etc. Acaparaban nuestra sensación absorbente de ganas de decir: “no me va para nada el pelito peinado para adentro ni el saquito con la camisa y su cuello sobrepasado por sobre las solapas el mismo saco, ni los zapatitos con pomadita blanca de los varones, ni los coros repetitivos de pasos uniformados sobre todo de ellas, semejantes a teclados de máquinas de escribir renglonadas y labios exuberantes de pinturas rojas y peinados cortados y adornados de peluqueros diagnosticadores de epidemias por doquier.
Nosotros, los “antibolicheros”, no bancábamos en absoluto a esos muñequitos perfumados con fragancias devenidas de… no se sabía dónde, pero que, nos repulsaba sobre todo cuando acariciábamos timpánicamente y en algún recóndito lugar amanecía algún tema de Los Gatos, Almendra, o Manal, y sus letras o dichos, nos embadurnaban el enojo y la valentía de no soportar ese invento que no sabíamos ni el qué ni el cómo había llegado para decirnos lo que teníamos que hacer y cómo comportarnos al respecto. ¡Minga!… Ellas también eran más que bonitas con algún cigarrillo en sus bocas y uñas comidas y/o despintadas y sus piernas lucían perfectamente moldeadas tras esos vaqueros ajustados o polleras deshilachadas y suecos gastados y… qué sé yo… cualquier valentía de sus partes sucumbían ante el aliento y los sonrisales comportamientos displicentes de los varones que éramos.
Década de aquellos años ’70 en los que hasta nuestras costumbres apichonadas de crecientes necesidades de sapiencias despertadoras del saber, impensadamente sucumbieron ante ese atropello asesino-militar de parte de ese establishment que no sabíamos, pero que sí, atropelló como un huracán devenido desde ese norte insoportable y netamente autoritario que nos degolló las ganas de independizar el surgimiento de las ganas innatas de vivir como surgió en nuestros seres.
La sensación que no pudieron solapar fue la frustración que nos invadió como así, el no contagiarnos de esos pasos bolicheros iguales con luces de colores y parlantes exultantes de letras vacías de contenido basadas en “el amor y la felicidad contagiadas porque sí” mientras la triste realidad cotidiana nos tocaba a flor de piel hasta en la misma esquina de ese boliche Pinar de Rocha o Camelot o Crash o Juan de los Palotes o For Export… infinidad de sitios y acertijos irresolutos por ese atropello devenido del norte sin ton ni son para los que no nos iba en absoluto la imposición del que venía a “normalizar el anárquico momento”.
Suena otro tema de Barry White en la radio… música complaciente y mi mente traslada aquellos momentos displicentes y distantes de esa música por la cual tomaba la mano de ella y fastidiábamos comportamientos repulsivos del acontecer enrarecido de aquel entonces… el espejo memorial diatriba y distribuye momentos… hoy, ese señor White, o los Bee Gees o Eart Wind & Fire mueve mis pies frente al monitor, el mundo sigue girando, el establishment sigue exponiendo en todo su esplendor ese dedo índice que nos sigue achichonando el marote y las ganas de que algo trascendental y a favor de nuestro vivir suceda como un planeta nuevo y un sensitivo abrazo mundial nos contenga a la mayoría independientemente de la música que irradiase la energía motivadora del paso musical contagioso.
Por Pablo Diringuer