Deidad diaguita-calchaquí protectora de las vicuñas, llamas y guanacos. Es un enano de rasgos indígenas, vestido de cascada, calzón, escarpines y sombrero de vicuña. Calza diminutas ojotas de duende. Anda silbando por los cerros. Masca coca continuamente, y procura ocultarse de la mirada de los hombres. Vigila con celo el ganado que pace en el paisaje andino. Cuando se ve moverse a lo lejos las tropas de animales sin que pastor alguno las conduzca, es que Coquena las arrea hacia sitios de mejor pasto.
También se dice que durante la noche lleva rebaños cargados de plata y oro extraídos de distintas minas cordilleranas hacia el Sumaj Orko de Potosí, para que sus riquezas no se agoten. Los bagajes van atados con víboras a guisa de cuerdas.
Es raro encontrarse con Coquena, pero si esto ocurre, se lo toma como un presagio nefasto Tal visión no dura más que un instante, porque de inmediato se transforma en un espíritu. Castiga con dureza, pero también sabe otorgar bienes. Sus víctimas son los cazadores que diezman a los guanacos y vicuñas con armas de fuego, y los arrieros que cargan demasiado a sus llamas. A los buenos pastores los premia con monedas de oro.
Para Fortuny, el mito de Coquena vendría a confundiese con el del Lastay, aunque más circunscripto a Salta y Jujuy, área en la que aún tiene bastante vigencia. El poeta Juan Carlos Dávalos le cantó.
Seres Sobrenaturales de la Cultura Popular Argentina – Adolfo Colombres
Biblioteca de Cultura Popular – Ediciones del Sol – 1984
Ilustración de Ricardo Deambrosi
La Leyenda del Coquena
Cazando vicuñas anduve en los cerros.
Heridas de bala se escaparon dos.
-No caces vicuñas con arma de fuego,
Coquena se enoja – me dijo un pastor.
– ¿Por qué no pillarlas a la usanza vieja,
cercando la hoyada con hilo punzó?
¿Para qué matarlas, si sólo codicias
para tus vestidos el fino vellón?
-No caces vicuñas con arma de fuego,
Coquena las venga, te lo digo yo.
¿No viste en las mansas pupilas oscuras
brillar la serena mirada del dios?
-¿Tú viste a Coquena?
-Yo nunca lo vide,
pero sí mi agüelo – repuso el pastor;-
una vez oíle silbar solamente,
y en unos tolares, como a la oración.
Coquena es enano; de vicuña lleva
sombrero, escarpines, casaca y calzón;
gasta diminutas ojotas de duende,
y diz que es de cholo la cara del dios.
De todo ganado que pace en los cerros,
Coquena es oculto, celoso pastor;
si ves a lo lejos moverse las tropas,
es porque invisible las arrea el dios.
Y es él quien se roba de noche las llamas
cuando con exceso las carga el patrón.
En unos sayales, encima del cerro,
guardando sus cabras andaba el pasto;
zumbaba en los iros el gárrulo viento,
rajaba las piedras la fuerza del sol.
De allende las cumbres de nieves eternas,
venir los nublados miraba el pastor;
después la neblina cubrió todo el valle,
subió por las faldas y el cerro tapó…
Huyó por los filos el hato disperso,
y a gritos, en vano, lo llama el pastor.
La noche le toma sentado en cuclillas,
y un sueño profundo sus ojos cerró.
Cuando el alba tiñe – limpiando los cielos-
de rosa las abras, despierta el pastor.
Junto a él, a trueque del hato perdido,
Coquena, de oro le puso un zurrón.
No más en los cerros guardando sus cabras,
las gentes del valle vieron al pastor;
Coquena dispuso que fuese muy rico.
Tal premia a los buenos pastores el dios.
Juan Carlos Dávalos