Deme una yilé. Solía decir uno en el kiosko. Y salvo que el cliente fuera un conocido del comerciante, la sencilla operación solía complicarse bastante, porque la yilé en cuestión podía ser la Gillette Roja, Azul, o Platinum Plus. Si el bajo presupuesto del comprador no le permitía acceder siquiera a una humilde Gillette Roja, la más económica de esa familia, podía adquirir la Legión Extranjera y hasta la temible Cariñito; “Afeitada de príncipes”, aseguraba una leyenda en el envase. Estas dos últimas hojas de afeitar, contribuyeron a enriquecer el anecdotario de generaciones de argentinos que cumplieron el Servicio Militar, castigando las caras de los sufridos “colimbas”, ya que dichas hojitas se las proveían las fuerzas armadas para la higiene de sus soldados. La cuestión es que Gillette se convirtió en sinónimo de hojita de afeitar, es decir, un genérico. A veces podía reconocerse al adolescente que se iniciaba en la experiencia de las afeitadas, por la cantidad de cortes propinados al enrojecido rostro. La técnica era comprar la yilé y luego “armar” la máquina de afeitar; un artefacto metálico con roscas y tapitas que según el ajuste, permitía regular el filo de la hoja. Todo un aprendizaje el uso de la máquina Gillette… ya que se trataba de un pasaporte a la vida adulta. Pero la hojita también tenía otros usos. Depilación casera y barata para las mujeres, utensilio de corte para tareas manuales, elemento para desfondar y saquear carteras en el transporte público y temible arma en las peleas callejeras, entre otras múltiples funciones, a veces no santas.
Con el paso del tiempo la incómoda combinación de hojas y máquinas metálicas fue desplazada por otro artefacto descartable de material plástico o de “cartucho”, también desechable. La novedad permitió abaratar aún más los costos de mantener una cara libre de barba y bigote. Los devotos de la afeitada con Gillette en cualquiera de sus versiones, aseguran que la perfección de la rasurada “al ras” que se logra con éste adminículo, no lo consiguen las afeitadoras eléctricas. Vale destacar que Gillette continuó avanzando en innovaciones de su línea, y así apareció Prestobarba con sus distintas capas de filos y siguió diversificando su producción con productos afines como lociones, cremas y otros artículos de tocador. A principios de los años 2000, la estadounidense The Gillette Co. inició un proceso de concentración de recursos a escala global, que lo llevó oportunamente a cerrar la planta industrial con que contaba en nuestro país; quedando como testimonio de aquel pasado productivo, un Centro de Distribución regional, que abastece el mercado local con importaciones. En 2005, Gillette fue comprada por la firma norteamericana Procter & Gamble y su existencia quedó inmersa en una estrategia mundial diseñada por el gigante de Cincinatti.
Más allá de la suerte final de la emblemática marca, la “Yilé” está definitivamente incorporada a los usos y costumbres argentinos.
Testimonios
“Gillette Azul (“la hoja del filo perfecto”) vaticina calamidades al hombre que pasa un día sin rasurarse.- No solo las mujeres huirán de él `por no lucir “cada mañana una cara de domingo”, sino que se prejuzgan su condena al infierno.
“Usted tiene dos caras”, aseguró Gillette.- La primera es la fotografía de un semblante endemoniado, con cuernitos y barba hirsuta, sobre un cuerpecito con cola y trípode.
La segunda, en cambio, es la del rostro afeitado y el peinado perfecto, la sonrisa satisfecha y alas en la espalda, como un angelito.- Este maniqueísmo publicitario puede parecer grotesco, y lo es.- Pero no es más que la costumbre establecida, pues para los hombres está prohibido dejarse pelo en la cara.”
Buenos Aires Vida Cotidiana en Década del 50 – Ernesto Goldar –Plus Ultra – 1980
“Tenía por una nami un metejón a lo “Malevaje” y, aunque le esquivé al problema de no dejarme “ni un pucho en la oreja” porque nunca conduje chatas ni la fue de cuarteador, en cambio tenía liquidada hasta las ganas de morfar. Causante de ese bajón era una paica llamada Gladys, percanta ganadora, que andaba siempre en orsay para el laburo legal, y recogía sus mangos usando el más viejo de los yugos. El saberla anotada en esa fule carrera me revolvía el balero dejándome hecho un trapo y, falto de apoliyo, me la pasaba junando el cielo raso hasta el amanecer.
Para peor la guacha palidecía en el ring, como si se hubiera metido un guilletazo en las venas en plan de suicidio. Iba siempre a menos. Me dejaba la caripela y se hacía perdiz.
Jeringa – Jorge Montes – Coregidor – 1974
“Cuando lo enteré de la visita, pegó un salto, se abalanzó haca la ventana, y entró a batir con nervios que lo hacían temblar: “¡No abras, chabón!… ¡Si es la cana no abrás!…”. Me daba la impresión que se iba a tirar. “Pero, che – le dije -, no se trata sólo de abrir; quiere que lo acompañe a la Comisaría.” “¡No vayás!… ¡No vayás!…”, volvió a gritar Candado, y otra vez intentó saltar. Tuve que agarrarlo.
Entré a sentirme un poco jodido. Él tenía las experiencias, tajeadas en la piel a cortes de gillette, y si establecía ese cuidado con tanto jabón, por algo era.”
Jeringa – Jorge Montes – Coregidor – 1974