Ella huele a cigarrillo norteamericano y su saliva se mezcla con la mía que no fumaba ni uno de lechuga criolla; ella veía mi cara rara y oscilaba entre preguntar y olvidar, y dar un próximo beso lingüístico; luego observaba mis gestos y preguntaba: -¿Tengo gusto feo?
Besos y Cigarrillos
Es como… un lunes otra vez… Volver a esos boliches del Palermo oxidado de recuerdos. Las mesas en las veredas y las sombrillas protectoras del prepotente sol durante la apacible noche antes que el factor climático aterciopelase de humedad invasiva esos paquetes de cigarrillos sobre las mismas. Fumarse un pucho de marquilla rojiblanca mientras el mozo equilibra la bandeja de cerveza y aceitosas porquerías saladas preparadas para el buche.
Resultaba que yo no fumaba y ella, sí. Yo tenía el gusto amargo de la birra con papas fritas kellogs y a ella le daba un ataque de serpentina lenguaza y me penetraba de boca en boca con esa lengua áspera y venenosa de gustosa tabaquera. Todo se mezclaba y ya, resultaba ser parecido a un pastón de obreros que mientras esperaban esas tiras de asados a la parrilla con chorizos, fratachaban esas paredes llenas de ladrillos y sus comentarios sagaces en las alturas miraban culos femeninos al pasar para terminar con frases apócrifas que jamás ganarán un sexo luego de la barbarie versera.
Ella huele a cigarrillo norteamericano y su saliva se mezcla con la mía que no fumaba ni uno de lechuga criolla; ella veía mi cara rara y oscilaba entre preguntar y olvidar, y dar un próximo beso lingüístico; luego observaba mis gestos y preguntaba: -¿Tengo gusto feo?
Yo seguía de alguna manera tildado en otros pormenores y correspondía con un beso superficial, pero beso al fin, luego le mordía el labio con sentido enamorado y ella olvidaba momentáneamente su inicial pregunta.
Somos una incipiente pareja armada de humos chimeneros por un lado y, gustos vírgenes por el otro.
Yo me masticaba un chicle de sabor mentolado y sin calorías y mi brisa fresca y lingüística contagiaba ese amor hacia una playa en las Bahamas y las palmeras nos abanicaban culos y bajos vientres femeninos y masculinos al unísono.
Amores encontrados luego de las decisiones improvisadas ante dos seres que se dijeron y la sonrisa y los labios que, primero, sonrieron, luego abrieron el chorro de palabras para seguidamente, tocar rugosidad con rugosidad. Después apareció el gusto y un salvador chicle más proclive al vaho del viento refrescante, aquel que no tuvo empacho en ese abrazo en donde se dijeron de todo mientras el orgasmo mezcló todos los efluidos y gustos de esos dos cuerpos revolcados sobre ese colchón de sábanas limpias en ese hotel chabacano y trasnochado de necesidades en ese barrio de Flores.
De Pablo Diringuer